Juanita La Larga | Page 2

Juan Valera
dedicatoria que antepuso a El comendador Mendoza figuran las
confidencias que cité al comienzo. De haber continuado a ese aire, don
Juan Valera hubiese escrito tanto como Galdós--el más grande de los
novelistas españoles, y no sólo en cantidad--y su vida y su obra serían
otras. Mas, a pesar del esfuerzo del autor y de la benévola aceptación

del público, las cuentas domésticas no cuadraban, se acentuaba la
«escasez de metales preciosos» y, al amparo de otra oportunidad,
Valera volvió a la diplomacia. Son los años de Lisboa, Washington,
Bruselas, Viena. En Viena cumplirá los setenta años, pero al siguiente
sale Sagasta y entra Cánovas al Gobierno, y Valera se considero
obligado a dimitir del que sería su último cargo. Vuelto a Madrid, de
nuevo se pone seguidamente a escribir, o a dictar al amanuense cuando
pierde la vista, y continuará sin tregua hasta el fin de sus días. En esta
última etapa, su primer libro será, precisamente, Juanita la Larga (1895);
luego Genio y figura (1897) y Morsamor (1899), además de componer
otros varios libros, y aun otra novela, de edición póstuma e inacabada,
_Elisa la malagueña_.
Las novelas fueron, pues, frutos tardíos en la vida de Valera y resultado
de dos etapas distantes y relativamente breves. Sin embargo, su
inspiración no procedía de factores azarosos ni circunstanciales. En
rigor, y salvando las excepciones que lo confirman, cabe decir que una
y otra vez Valera escribió y reescribió principalmente una sola novela,
la biografía de un determinado tipo de mujer, situada en un ambiente
que no procede de experiencias en tierras y con gentes extrañas, ni
siquiera en Madrid, sino el de su tierra natal, la ciudad de Cabra, y el
municipio próximo de Doña Mencía; en ambos lugares es donde sus
padres tenían alguna propiedad y él pasó en ellos su infancia y
mocedad. Luego los visitó poco, pero abrigó siempre el propósito de
retirarse a Cabra solo y con sus libros, a escribir y leer, y ocupar así sus
postrimerías. Unas estancias con ocasión de la vendimia, en torno al
año 72, debieron refrescarle emociones y sucesos vividos, y de ese
renacimiento de impresiones añejas salió precisamente la primera racha
de sus novelas. Para la segunda bastaron los recuerdos. Otro elemento
se reitera igualmente en sus novelas: el amor, difícil, entre el varón
bastante maduro y la mujer todavía en agraz.
Entre las páginas más felices de Valera figuran las que título La
cordobesa, descripción y análisis precioso de la mujer de su tierra. Pues
bien, el héroe de sus novelas es precisamente una serie de cordobesas a
las que vemos vivir en el marco andaluz y lugareño que les presta sus
gracias y sus límites. Las novelas de Valera están llenas de detalles, sin

duda observados en la realidad, y no sólo detalles de objetos y lugares,
sino de gentes y aun personas reales. Sin embargo, Valera, al
explayarse en el plano teórico, solía insistir en los ilimitados fueros de
la fantasía y en la postura del arte por el arte. Frente al naturalismo
zolesco y frente a otros realismos más castizos, estimaba que la novela
no ha de recluirse en lo verosímil ni contener una intención moralizante.
Mediante esas afirmaciones amparaba, además, a sus propias novelas,
en las que presumía de libre invención y libres de tesis. Pero, aludiendo
en particular a Juanita la Larga, escribía: «No sé si este libro es novela
o no. Lo he escrito con poquísimo arte, combinando recuerdos de mi
primera mocedad y aun de mi niñez, pasada en tal o cual lugar de la
provincia de Córdoba. A fin de tener Ubre campo en que fingir una
acción, no determino el lugar en que la acción pasa e invento uno,
dándole nombre supuesto; pero yo creo que los usos y costumbres, los
caracteres, las pasiones y hasta los lances de mi relato han podido
suceder, naturalmente, y tal vez han sucedido, siendo yo, en cierto
modo, más bien historiador fiel y veraz que novelista rico de
imaginación y de inventiva. Si no fuese porque ahora está muy de
moda este género de novelas, copia exacta de la realidad y no creación
del espíritu poético, yo daría poquísimo valor a mi obra. No lo tiene
tampoco porque trate de demostrar una tesis metafísica, psicológica,
social, política o religiosa. Juanita la Larga no propende a demostrar ni
demuestra cosa alguna. Su mérito, si lo tuviese, ha de estar en que
divierta.» Y todavía agrega: «Mi libro puede considerarse como un
espejo o reproducción fotográfica de nombres y de cosas de la
provincia en que yo he nacido.» Es decir, que, al cabo, en esta obra de
plena madurez, reconoce el predominio de la vena realista, pero
mantiene que en ella no pretende demostrar nada oculto ni reservado.
Y, sin embargo, la aventura reiteradamente
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 96
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.