Impresiones, Poesías | Page 5

Joseph Campo-Arana
_Los doce retratos_, y de La mamá política_, y de una obra que se representará en breve y acabará de consolidar su reputacion.
Miguel ?quién lo diria conociendo sus obras! era desgraciado: ya no lo es; ya su trabajo basta para sostener las cortas necesidades, la existencia preciosa de su madre, y el recuerdo del tiempo malo sólo puede ser para mi amigo el fondo negro, que no es triste, puesto que hace destacar la claridad del primer término. Miguel, luchando con innumerables contrariedades de todo género, escribia artículos, hacía versos para mil objetos distintos, traducia en tres dias una pieza ó una zarzuela que solia representarse con ajeno nombre, y en vano pedia á los sucesos un momento de tranquilidad para hacer al fin algo más digno de sus envidiables facultades. Sus compa?eros del nido se las reconocian á coro, sostenian su fé vacilante, y hoy sienten tanta felicidad por su suerte como orgullo por no haberse equivocado en sus pronósticos.
No puedo dejar de hablar de Ramos sin nombrar al que, unido constantemente á él, lo completa como la postdata á la carta en que falta algo. Me refiero á cierto estudiantillo de taquigrafía, asturiano de profesion, de alma de ni?o, de corazon de hombre, nacido para tener un amigo, y á quien todos desean tener por tal. Toribio Granda idolatra á Miguel Ramos como la madre quiere á su hijo, y le admira sinceramente y le gru?e sin cesar, y sufre más que él, que es cuanto se puede decir, la noche en que estrenan alguna obra,--obra que la noche del estreno es tan de Toribio como de Miguel;--que tiene tanta influencia sobre Ramos, que, á veces, hasta le hace trabajar.
Al nido pertenecia tambien otro pájaro que despues ha tomado vuelo por las regiones de la política, y sabe Dios hasta dónde llegará. Hasta donde quiera, porque, hoy como entónces, todos sus compa?eros reconocen en él más talento que en ninguno y ménos discrecion para emplearlo y convertirlo en otra cosa que en un perro que muerde á su amo. Adolfo Malats era, al formarse el nido, cuando él no habia aún soltado el cascaron, un muchacho rubio, largo, paliducho y ojeroso. En su mirada lánguida se veia contínuamente prematuro cansancio: en su frente cubierta de pelo no se adivinaba la inteligencia, pero allí estaba, y esto es lo principal; en sus labios desde?osamente plegados, una sonrisa fria helaba de pena á sus amigos, que le miraban harto del mundo sin conocerle, incrédulo sin creerlo él mismo, holgazan con terrible trabajo, murmurador sin interés y perdiendo lastimosamente el tiempo con la serenidad del que se las echa á correr con un chiquillo y le dice:--?Anda, llévame un cuarto de hora de delantera, que yo te alcanzaré ántes de cinco minutos.? Adolfo Malats, la memoria más feliz, el juicio más hábil para tropezar en una cosa con el defecto, la imaginacion más ingeniosa del mundo, uno de los hombres que tienen más talento para encerrar un tomo en una frase, para estarse una semana contando cuentos que nadie sabe, era el a?o de la fundacion del nido un hombre de mucho talento que no habia encontrado todavía el sentido comun. Hoy sus palabras y su conducta parecen anunciar á la vez el hallazgo. Adolfo Malats era el aficionado á todo (pero el aficionado inofensivo, el que no ejerce); nuestro consultor, el que con un elogio, rarísimo en su boca, nos hacía felices. Hombre de condiciones buenas y malas más diversamente mezcladas, dudo que haya existido jamás; mejor amigo de sus amigos, corazon más noble para gozar con la felicidad ajena, alma más libre (y se comprende bien) de envidia por nadie ni por nada, eso sí puedo afirmar rotundamente que jamás ha existido.
Tipo bien opuesto al de Adolfo, es Andrés Ruigomez, el autor de Silvestre del Todo, que no sé cuándo acabará una preciosa novela de costumbres que en Francia haria su reputacion y su fortuna; que hoy, alejado de la literatura, entregado á las nobles tareas del foro, quizá le reserva la suerte una existencia más desahogada y tranquila que la de sus compa?eros, si bien todos éstos la mirarán siempre como propia y creerán que en su querido Andrés han mejorado de fortuna. Andrés era el padre grave de la reunion; el padre grave por la seriedad de su cara, por lo reposado de su voz, por la entonacion verdaderamente forense con que ya entónces explanaba sus originales teorías sobre arte, sobre política, sobre religion y sobre todo. Andrés se las echaba de hombre de mundo, y apenas era hombre mundano; Andrés se las echaba de hombre libre de preocupaciones, y hasta mucho despues de aquellos venturosos dias no ha logrado verse libre de la preocupacion de no tener ninguna; Andrés se las echaba de hombre formal, y
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