Impresiones, Poesías | Page 4

Joseph Campo-Arana
la circunstancia de ser invierno,--con lo cual lograron hacerse en Diciembre la ilusion de estar en Agosto y llegar á Junio con la estera tan rota, que con barrer un poco quedó hecho el desestero.
La vida de los habitantes del nido era tan dulce como la de todos los que esperan, como la de todos aquellos para quienes en el despacho del teatro de la ilusion no ha aparecido aún el fatídico letrero de ?No hay billetes.? Casi todos eran republicanos, y no eran más, porque no habia más que ser; y el único decididamente afiliado en el partido conservador, pensaba con seriedad en la conveniencia de escribir un drama político-filosófico-social probando que los casamientos de Estado son una infamia intolerable, que un rey debe casarse por amor y dar su mano á una fregona de palacio, si ésta, con la bondad de sus prendas y la belleza de su palmito, ha logrado inclinar el ánimo de S.M. desde las ventanas de la régia cámara hasta los respiraderos de las régias cocinas.
Todos los habitantes del nido eran críticos entónces (apenas habian escrito nada que valiese algo todavía), y á haberles conocido las empresas, les hubieran prohibido la entrada en sus teatros las noches de estreno. Siempre recordaré (eternamente impreso lo tendrá alguno de aquellos jóvenes... en la mejilla izquierda) el lance acontecido la noche que por primera vez se representó cierta bufonada en el coliseo de Jovellanos. Los carteles anunciaron el desafuero contra el arte, y aquella alborotada juventud se posesionó del centro de la galería baja, dispuesta á vengar las injurias que, no sin razon, daban de antemano por inferidas á su ídolo. El público sensato se mostraba descontento, los alabarderos aplaudian más furiosamente á medida que perdian la esperanza de vencer en aquella jornada, y su jefe, harto ya de oir los dicterios que contra la pieza proferia el más procaz de los habitantes del nido, encaróse con él, y díjole:--??Cuántos a?os tiene usted, caballerito??--?Quince, para servir á usted,? contestó el interrogado con un aire que desmentia lo compuesto de las?palabras.--?Y ?no le gusta á usted esta obra?? tornó á preguntar el jefe de alabarderos.--?Nó, se?or,? tornó á contestar aquél, y a?adió acto contínuo:--?Y á usted ?le agrada??--?A mí me parece una obra muy aceptable,? repuso el imprudente amigo de la empresa. Nuestro jóven le miró de alto abajo, y exclamó:--?Pues compadre, está usted adelantado, para la edad que tiene!? Frase que le valió un coro de carcajadas de todos los que le rodeaban, un tremendo bofeton del militar-paisano, y la probabilidad de pasar la noche en la prevencion con todos sus compa?eros, que salieron bizarramente á su defensa.
Justo es decir que los que en ciertas ocasiones se mostraban implacables, eran cuando se estrenaba una obra de algun autor de merecido crédito, los que con más placer le palmoteaban y con más entusiasmo pedian su nombre.
Las ideas revolucionarias que los dominaban en política, los avasallaban tambien en literatura; y para ellos lo más exagerado era siempre lo mejor.
De resultas de una discusion comparando el romanticismo y el clasicismo, el busto de Molière salió desterrado del nido, y aún me parece leer sobre sus paredes la quintilla escrita con carbon un dia que se recordaron las burlonas censuras de Moratin al autor de _La vida es sue?o_.
Os indignais sin razon?Contra ese ultraje tan ruin;??Puede, en ninguna ocasion,?Amenguar un MORATIN?La gloria de un CALDERON?
Los caractéres de los habitantes del nido, corrian parejas, por lo distintos, con los muebles de la salita. Todos, y esto era lo único en que se parecian, eran aspirantes á escritor; á excepcion de dos, cuyas obras habian sido aplaudidas por el público, y que sin tener en cuenta esa circunstancia, se dignaban mirar como compa?eros á los demás. Era el más viejo, y era y es bien jóven aún, uno cuyo nombre es ya garantía para el público que asiste á los estrenos de sus obras, de que va á pasar una noche feliz: tanta es la habilidad con que sabe disponer la sencilla y natural trama de sus piezas: tanta y tan fina es la sal con que sabe aderezarlas y servirlas al público, su infatigable convidado. De mediana estatura, delgado, nervioso, su cabeza ocupaba casi una tercera parte de su cuerpo; quebrado el color, rayando en bilioso, un mechon de alborotados cabellos negros adornaba su despejada frente y entonaba la dureza de líneas de aquella nariz aguile?a, de aquellas cejas desiguales que daban sombra á unos ojos en que la impaciencia, la sutilidad y la astucia eran tres amigas que contínuamente caminaban del brazo. ?No le conoces, lector? ?No le has visto salir á escena estas noches? Es Miguel Ramos Carrion, el autor de _Un sarao y una soirée_, y de La gallina ciega_, y de _Esperanza, y del Cuarto desalquilado_, y de
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