Genio y figura | Page 9

Juan Valera
ir a la tertulia, no parecían sus iguales, sino las acompa?antas y servidumbre de una princesa o las figurantas y coristas que rodean en el escenario a la encumbrada y aplaudida prima donna. Manifestó Juan Maury no peque?a curiosidad y deseo de enterarse de cuanto se traslucía y decía acerca de cierto punto un tanto escabroso. ?Cuál había sido y cuál era la conducta de la se?ora de Figueredo desde que se casó hasta aquellos días? El Vizconde de Goivo-Formoso quiso indudablemente satisfacer con franqueza la curiosidad del joven inglés; pero, como hay cosas que no se ven a las claras y que suelen quedar en la penumbra o envueltas en más o menos densa nube de misterio, el Vizconde no atinó a poner en claro la certidumbre de los hechos, y se limitó a presentar hipótesis, no fundadas en pruebas fehacientes, sino en sospechas y en indicios vagos.
Como quiera que ello sea, yo voy a dejar hablar al Vizconde. Oigamos lo que sobre este particular decía:
--Rafaela es, a mi ver, una mezcla de extra?as cualidades. Las espontáneas, las que debe a la naturaleza inculta, sin modificación ni mejora, tienen cierta bondad radical. Sobre las que debe al arte hay que decir no poco, empezando por hacer una distinción.
Por naturaleza Rafaela es leal, sincera y agradecida. Ni quiere mentir ni pagar los beneficios con ofensas. El afecto y la gratitud que muestra al Sr. de Figueredo, no pueden ser más verdaderos. Están además sancionados y como santificados por las creencias religiosas. Rafaela es católica ferviente. El anciano padre cura que la casó, el Padre García, espa?ol como ella, no sólo es su confesor, sino su consultor para los asuntos más arduos, en los seis a?os que lleva ya de matrimonio. Y a lo que parece, no sólo discurre Rafaela con este padre sobre los casos de moral y de conducta que en la vida práctica se presentan, sino que también se eleva a disquisiciones metafísicas sobre lo divino y lo eterno, pensando y hablando del cielo, de Dios, y del origen y fin de las cosas creadas con notable acierto, elevación y ortodoxia. El Padre, que es un excelente varón, y además instruido y discreto, la celebra mucho. Y hay que dar crédito a sus alabanzas, porque el hombre es desinteresado.
Si todo el ser de Rafaela consistiese en lo dicho, Penélope, Lucrecia y cuantos modelos de perfectas casadas hubo después en el mundo hasta el día de hoy, quedarían eclipsados y por su virtud conyugal resplandecerían menos que Rafaela. Pero la mayor parte de los seres humanos, y Rafaela entra en esta cuenta, no son sólo de un modo sino de varios: se diría que no tienen un alma sola, sino dos almas con opuestas propensiones y hasta con principios, conceptos y doctrinas filosóficas, tal vez no aprendidas, sino nacidas en el alma, como en la tierra nacen los hongos, los cuales conceptos, propensiones y doctrinas, acaso malas, se insurreccionan contra las buenas y suelen dominarlos.
Como yo soy ferviente admirador de Rafaela, no se ha de extra?ar que vea y note cierta bondad ingénita hasta en aquella parte de su alma que la induce e impulsa hacia lo malo. Si ella peca, según se murmura, a pesar del honesto recato con que lo encubre, su pecado, en mi sentir, nace de ciertas virtudes originales, que no sé cómo demonios se tuercen y se ladean. Su generosidad y su piadosa misericordia son tan grandes que a veces no sabe decir que no a quien ella cree verdaderamente necesitado y a quien le pide con ahínco. Al mismo tiempo su comprensión de la hermosura es clara y sublime, y se combina con la caridad, y está en su mente unida en apretado lazo con la idea de un fin y de un propósito. Ella, a no dudarlo, debe ver y reconocer su gallardo cuerpo, y sobre todo ahora que se halla en la plenitud de su florecimiento, en el punto culminante de su esplendidez y de su gala, como el sol en el meridiano. Y de seguro que dice para sí, en misteriosos soliloquios: ?Para qué sirve, para qué vale todo esto, si no lo comunico y si lo escondo? Cuando de mí depende la bienaventuranza de alguien, ?cómo negarme a que sea bienaventurado? ?Del chico mal que causo a mi D. Joaquín, sin que él lo sienta ni lo vea, no resulta un bien grandísimo para otros sujetos? ?Qué cosa sustancial, qué tesoro, qué joya quito yo a mi D. Joaquín para que un extra?o la disfrute? ?Por qué no regalar a quien lo merece y puede con lo que mi D. Joaquín ya no sabe ni puede regalarse?
Tales son los execrables raciocinios que han de acudir en ocasiones a la mente de Rafaela, y que, corroborados por la compasión y
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