que se hallaba cavando
un cuadro de tierra cerca del pabellón.
--Anda, hombre, anda por el postigo de la tapia a ver lo que sucede en
la calle.
Atanasio corrió hacia el sitio indicado, pero al abrir la pequeña puerta
que daba paso a la calle, retrocedió, cayendo de espaldas contra la
tapia.
Al mismo tiempo un perro entró en el jardín como una exhalación, se
refugió en el pabellón, y fue a esconderse debajo del sofá en donde se
hallaba sentado Juanito.
Antes que don Salvador y su nieto se dieran cuenta de lo que sucedía,
Cachucha el cuadrillero y veinte o treinta personas más invadieron el
jardín dando gritos de terror.
Cachucha iba delante con su enorme sable desenvainado y haciéndole
girar de un modo vertiginoso por encima de su cabeza.
Al penetrar aquella turba en el jardín, todos gritaban a un tiempo como
si se hubieran ensayado:
--¡Está rabioso, está rabioso!... ¡Matadle, matadle!...
Al pronto, don Salvador, que no había visto pasar al perro, creyó que el
rabioso era el pobre cuadrillero que, con el rostro descompuesto y los
cabellos erizados, avanzaba a la carrera hacia el pabellón, blandiendo
con vigorosa mano su terrible sable.[7]
Don Salvador se retiró de la ventana para proteger a su nieto, y al
volverse, lo adivinó todo con espanto y lanzó un grito de horror,
quedándose enclavado en el suelo sin poder avanzar ni retroceder.[E]
Allí, junto al sofá, arrodillado, se hallaba Juanito acariciando la sucia y
empolvada cabeza de un perro desconocido.
Aquel animal, cubierto de sangre, de lodo y de polvo, miraba a Juanito
con los ojos brillantes como dos ascuas de fuego, con la boca abierta y
la lengua colgante.
De cuando en cuando el perro contenía su agitada respiración y lamía
suavemente las manos de Juanito moviendo con pausa la cola, como si
quisiera decirle:
--No tengas miedo, hermoso niño, yo pertenezco a una raza que tiene la
gratitud en el corazón: en mi familia no se han conocido nunca ni los
traidores ni los desagradecidos.
Cachucha entró precipitadamente en el pabellón seguido de un ejército
de hombres, mujeres y niños.
El perro, con ese delicado instinto propio de su raza, se acercó un poco
más al niño, tendiéndose a sus pies, seguro de que había encontrado un
buen defensor para librarse de aquella horda de vándalos que pedía su
muerte.
--Señorito, no toque Vd. a ese perro, que está rabioso,--exclamó
Cachucha.--Apártese usted que voy a dividirle por la mitad.
--Rabioso...--exclamó Juanito riéndose y rodeando el cuello del perro
con uno de sus brazos,¿rabioso, y me lame las manos y se echa
temblando a mis pies para que le proteja? Bah, tú sí que estás rabioso,
mi buen Cachucha; si te vieras la cara en el espejo, de seguro te darías
miedo a ti mismo.
--Vamos, Cachucha,--dijo el abuelo, observando las pacíficas
manifestaciones del perro--envaina ese sable que amenaza nuestras
cabezas. El perro no está rabioso: son otros los síntomas que presentan
esos pobres animales cuando se hallan atacados de esa terrible
enfermedad. Verás lo que tiene.
Y don Salvador cogió una jofaina llena de agua y la puso en el suelo al
lado del perro, que comenzó a beber con avaricia, agitando la cola.
Cachucha abrió inmensamente los ojos y dijo:
--¡Calla; pues es verdad; bebe agua!
Y volviéndose indignado contra la muchedumbre, añadió:
--¡Pedazos de brutos, animales! ¿Por qué me habéis dicho que estaba
rabioso?
Nadie contestó, y el cuadrillero, envainando su sable, volvió a decir:
--Señor don Salvador, le ruego a Vd. que nos perdone por el susto que
le hemos dado, pero conste que la intención era buena.
--Ya lo sé, hombre, ya lo sé, y lo agradezco con toda el alma.
Todos fueron saliendo del pabellón respetuosamente, asombrados del
valor de Juanito y de su abuelo y sobre todo de la suerte que había
tenido el perro forastero, refugiándose en aquella casa.[8]
--Pobrecito, qué sed tenía, y puede que tenga también hambre;--dijo el
niño.--Debe estar herido; tiene sangre en el lomo; es preciso curarle. ¿Y
cómo se llamará, abuelito?[F]
--¿Quién?
--Este perro.
--No lo sé, hijo mío;--contestó riéndose don Salvador,--y como tengo la
completa seguridad de que si se lo pregunto no me lo ha de decir, no
quiero tomarme esa molestia. Pero como todas las cosas deben tener un
nombre, nosotros le pondremos uno y desde hoy a este perro se le
llamará Fortuna, pues fortuna y no poca ha sido la suya refugiándose en
esta casa, y encontrar al que le ha librado del terrible sable de
Cachucha.[9]
CAPÍTULO III
=Los secuestradores=
Cuatro días después, el perro Fortuna estaba desconocido. Juanito le
curó las heridas, que eran leves, con árnica, y luego, ayudado de
Atanasio el jardinero, le lavó con jabón y un estropajo.
Entonces se vió que Fortuna no era tan
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