trastornar el órden admirable que reina
en el universo. Los escépticos que comienzan por dudar de todo para
hacer mas sólida su filosofía, se parecen á quien, curioso de observar y
fijar con exactitud los fenómenos de la vida, se abriese sin piedad el
pecho y aplicase el escalpelo á su corazon palpitante.
La sobriedad es tan necesaria al espíritu para sus adelantos como al
cuerpo para su salud; no hay sabiduría sin prudencia, no hay filosofía
sin cordura. Existe en el fondo de nuestra alma una luz divina que nos
conduce con admirable acierto, si no nos obstinamos en apagarla; su
resplandor nos guia, y en llegando al límite de la ciencia nos le muestra,
haciéndonos leer con claros caractéres la palabra basta. No vayais mas
allá; quien la ha escrito es el Autor de todos los seres, el que ha
establecido las leyes que rigen al espíritu como al cuerpo, y que
contiene en su esencia infinita la última razon de todo.
[14.] La certeza que preexiste á todo exámen no es ciega; antes por el
contrario, ó nace de la claridad de la vision intelectual, ó de un instinto
conforme á la razon: no es contra la razon, es su basa. Cuando
discurrimos, nuestro espíritu conoce la verdad por el enlace de las
proposiciones, como si dijéramos por la luz que refleja de unas
verdades á otras. En la certeza primitiva, la vision es por luz directa, no
necesita de reflexion.
Al consignar pues la existencia de la certeza no hablamos de un hecho
ciego, no queremos extinguir la luz en su mismo orígen, antes decimos
que allí la luz es mas brillante que en sus raudales. Tenemos á la vista
un cuerpo cuyos resplandores iluminan el mundo en que vivimos; si se
nos pide que expliquemos su naturaleza y sus relaciones con los demás,
¿comenzaremos por apagarle? Los físicos para buscar la naturaleza de
la luz y determinar las leyes á que está sometida, no han comenzado
por privarse de la luz misma y ponerse á oscuras.
[15.] Este método de filosofar tiene algo de dogmatismo, pero
dogmatismo tal que, como hemos visto, tiene en su apoyo á los mismos
Pirron, Hume, Fichte, mal de su grado. No es un simple método
filosófico, es la sumision voluntaria á una necesidad indeclinable de
nuestra propia naturaleza; es la combinacion de la razon con el instinto,
es la atencion simultánea á las diferentes voces que resuenan en el
fondo de nuestro espíritu. Pascal ha dicho: «la naturaleza confunde á
los pirrónicos, y la razon á los dogmáticos.» Este pensamiento que pasa
por profundo, y que lo es bajo cierto aspecto, encierra no obstante
alguna inexactitud. La confusion no es igual en ambos casos: la razon
no confunde al dogmático si no se la separa de la naturaleza; y la
naturaleza confunde al pirrónico, ya sola, ya unida con la razon. El
verdadero dogmático comienza por dar á la razon el cimiento de la
naturaleza; emplea una razon que se conoce á sí misma, que confiesa la
imposibilidad de probarlo todo, que no toma arbitrariamente el
postulado que ha menester, sino que lo recibe de la naturaleza misma.
Así la razon no confunde al dogmático que guiado por ella busca el
fundamento que la puede asegurar. Cuando la naturaleza confunde á los
pirrónicos atestigua el triunfo de la razon de los dogmáticos, cuyo
argumento principal contra aquellos, es la voz de la misma naturaleza.
El pensamiento de Pascal seria mas exacto reformado de esta manera:
«La naturaleza confunde á los pirrónicos, y es necesaria á la razon de
los dogmáticos.» Habria menos antítesis, pero mas verdad. La
necesidad de la naturaleza no la desconocen los dogmáticos; sin esta
basa la razon nada puede; para ejercer su fuerza exige un punto de
apoyo; con él ofrecia Arquímedes levantar la tierra; sin él la inmensa
palanca no hubiera movido un solo átomo (II).
#CAPÍTULO III.#
DOS CERTEZAS: LA DEL GÉNERO HUMANO Y LA FILOSOFÍA.
[16.] La certeza no nace de la reflexion; es un producto espontáneo de
la naturaleza del hombre, y va aneja al acto directo de las facultades
intelectuales y sensitivas. Como que es una condicion necesaria al
ejercicio de ambas, y que sin ella la vida es un caos, la poseemos
instintivamente y sin reflexion alguna, disfrutando de este beneficio del
Criador como de los demás que acompañan inseparablemente nuestra
existencia.
[17.] Es preciso pues distinguir entre la certeza del género humano, y la
filosófica; bien que hablando ingenuamente, no se comprende bastante
lo que pueda valer una certeza humana diferente de la del género
humano.
Prescindiendo de los esfuerzos que por algunos instantes hace el
filósofo para descubrir la base de los humanos conocimientos, es fácil
de notar que él mismo se confunde luego con el comun de
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