la cuestion no versa sobre la existencia
de la certeza, sino sobre los motivos de ella y los medios de adquirirla.
Este es un patrimonio de que no podemos privarnos, aun cuando nos
empeñemos en repudiar los títulos que nos garantizan su propiedad.
¿Quién no está cierto de que piensa, siente, quiere, de que tiene un
cuerpo propio, de que en su alrededor hay otros semejantes al suyo, de
que existe el universo corpóreo? Anteriormente á todos los sistemas, la
humanidad ha estado en posesion de esta certeza, y en el mismo caso se
halla todo individuo, aun cuando en su vida no llegue á preguntarse qué
es el mundo, qué es un cuerpo, ni en qué consisten la sensacion, el
pensamiento y la voluntad. Despues de examinados los fundamentos de
la certeza, y reconocidas las graves dificultades que sobre ellos levanta
el raciocinio, tampoco es posible dudar de todo. No ha habido jamás un
verdadero escéptico en toda la propiedad de la palabra.
[11.] Sucede con la certeza lo mismo que en otros objetos de los
conocimientos humanos. El hecho se nos presenta de bulto, con toda
claridad, mas no penetramos su íntima naturaleza. Nuestro
entendimiento está abundantemente provisto de medios para adquirir
noticia de los fenómenos así en el órden material como en el espiritual,
y posee bastante perspicacia para descubrir, deslindar y clasificar las
leyes á que están sujetos; pero cuando trata de elevarse al conocimiento
de la esencia misma de las cosas, ó investigar los principios en que se
funda la ciencia de que se gloría, siente que sus fuerzas se debiliten, y
como que el terreno donde fija su planta, tiembla y se hunde.
Afortunadamente el humano linaje está en posesion de la certeza
independientemente de los sistemas filosóficos, y no limitada á los
fenómenos del alma, sino extendiéndose á cuanto necesitamos para
dirigir nuestra conducta con respecto á nosotros y á los objetos externos.
Antes que se pensase en buscar si habia certeza, todos los hombres
estaban ciertos de que pensaban, querian, sentian, de que tenian un
cuerpo con movimiento sometido á la voluntad, y de que existia el
conjunto de varios cuerpos que se llama universo. Comenzadas las
investigaciones, la certeza ha continuado la misma entre todos los
hombres, inclusos los que disputaban sobre ella; ninguno de estos ha
podido ir mas allá que Pirron y encontrar fácil el despojarse de la
naturaleza humana.
[12.] No es posible determinar hasta qué punto haya alcanzado á
producir duda sobre algunos objetos el esfuerzo del espíritu de ciertos
filósofos empeñados en luchar con la naturaleza; pero es bien cierto:
primero, que ninguno ha llegado á dudar de los fenómenos internos
cuya presencia sentia íntimamente; segundo, que si alguno ha podido
persuadirse de que á estos fenómenos no les correspondia algun objeto
externo, esta habrá sido una excepcion tan extraña que, en la historia de
la ciencia y á los ojos de una buena filosofía, no debe tener mas peso
que las ilusiones de un maniático. Si á este punto llegó Berkeley al
negar la existencia de los cuerpos, haciendo triunfar sobre el instinto de
la naturaleza las cavilaciones de la razon, el filósofo de Cloyne, aislado,
y en oposicion con la humanidad entera, mereceria el dictado que con
razon se aplica á los que se hallan en situacion semejante: la locura por
ser sublime no deja de ser locura.
Los mismos filósofos que llevaron mas lejos el escepticismo, han
convenido en la necesidad de acomodarse en la práctica á las
apariencias de los sentidos, relegando la duda al mundo de la
especulacion. Un filósofo disputará sobre todo, cuanto se quiera; pero
en cesando la disputa deja de ser filósofo, continúa siendo hombre á
semejanza de los demás, y disfruta de la certeza como todos ellos. Asi
lo confiesa Hume que negaba con Berkeley la existencia de los cuerpos:
«Yo como, dice, juego al chaquete, hablo con mis amigos, soy feliz en
su compañía, y cuando despues de dos ó tres horas de diversion vuelvo
á estas especulaciones, me parecen tan frias, tan violentas, tan ridiculas,
que no tengo valor para continuarlas. Me veo pues absoluta y
necesariamente forzado á vivir, hablar y obrar como los demás hombres
en los negocios comunes de la vida.» (Tratado de la naturaleza humana,
tomo 1.º).
[13.] En las discusiones sobre la certeza es necesario precaverse contra
el prurito pueril de conmover los fundamentos de la razon humana. Lo
que se debe buscar en esta clase de cuestiones es un conocimiento
profundo de los principios de la ciencia y de las leyes que presiden al
desarrollo de nuestro espíritu. Empeñarse en destruir estas leyes es
desconocer el objeto de la verdadera filosofía; basta que las sometamos
á nuestra observacion, de la propia suerte que determinamos las del
mundo material sin intencion de
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