Filosofia fundamental | Page 5

Jaime Balmes
escalpelo �� su corazon palpitante.
La sobriedad es tan necesaria al esp��ritu para sus adelantos como al cuerpo para su salud; no hay sabidur��a sin prudencia, no hay filosof��a sin cordura. Existe en el fondo de nuestra alma una luz divina que nos conduce con admirable acierto, si no nos obstinamos en apagarla; su resplandor nos guia, y en llegando al l��mite de la ciencia nos le muestra, haci��ndonos leer con claros caract��res la palabra basta. No vayais mas all��; quien la ha escrito es el Autor de todos los seres, el que ha establecido las leyes que rigen al esp��ritu como al cuerpo, y que contiene en su esencia infinita la ��ltima razon de todo.
[14.] La certeza que preexiste �� todo ex��men no es ciega; antes por el contrario, �� nace de la claridad de la vision intelectual, �� de un instinto conforme �� la razon: no es contra la razon, es su basa. Cuando discurrimos, nuestro esp��ritu conoce la verdad por el enlace de las proposiciones, como si dij��ramos por la luz que refleja de unas verdades �� otras. En la certeza primitiva, la vision es por luz directa, no necesita de reflexion.
Al consignar pues la existencia de la certeza no hablamos de un hecho ciego, no queremos extinguir la luz en su mismo or��gen, antes decimos que all�� la luz es mas brillante que en sus raudales. Tenemos �� la vista un cuerpo cuyos resplandores iluminan el mundo en que vivimos; si se nos pide que expliquemos su naturaleza y sus relaciones con los dem��s, ?comenzaremos por apagarle? Los f��sicos para buscar la naturaleza de la luz y determinar las leyes �� que est�� sometida, no han comenzado por privarse de la luz misma y ponerse �� oscuras.
[15.] Este m��todo de filosofar tiene algo de dogmatismo, pero dogmatismo tal que, como hemos visto, tiene en su apoyo �� los mismos Pirron, Hume, Fichte, mal de su grado. No es un simple m��todo filos��fico, es la sumision voluntaria �� una necesidad indeclinable de nuestra propia naturaleza; es la combinacion de la razon con el instinto, es la atencion simult��nea �� las diferentes voces que resuenan en el fondo de nuestro esp��ritu. Pascal ha dicho: ?la naturaleza confunde �� los pirr��nicos, y la razon �� los dogm��ticos.? Este pensamiento que pasa por profundo, y que lo es bajo cierto aspecto, encierra no obstante alguna inexactitud. La confusion no es igual en ambos casos: la razon no confunde al dogm��tico si no se la separa de la naturaleza; y la naturaleza confunde al pirr��nico, ya sola, ya unida con la razon. El verdadero dogm��tico comienza por dar �� la razon el cimiento de la naturaleza; emplea una razon que se conoce �� s�� misma, que confiesa la imposibilidad de probarlo todo, que no toma arbitrariamente el postulado que ha menester, sino que lo recibe de la naturaleza misma. As�� la razon no confunde al dogm��tico que guiado por ella busca el fundamento que la puede asegurar. Cuando la naturaleza confunde �� los pirr��nicos atestigua el triunfo de la razon de los dogm��ticos, cuyo argumento principal contra aquellos, es la voz de la misma naturaleza. El pensamiento de Pascal seria mas exacto reformado de esta manera: ?La naturaleza confunde �� los pirr��nicos, y es necesaria �� la razon de los dogm��ticos.? Habria menos ant��tesis, pero mas verdad. La necesidad de la naturaleza no la desconocen los dogm��ticos; sin esta basa la razon nada puede; para ejercer su fuerza exige un punto de apoyo; con ��l ofrecia Arqu��medes levantar la tierra; sin ��l la inmensa palanca no hubiera movido un solo ��tomo (II).

#CAP��TULO III.#
DOS CERTEZAS: LA DEL G��NERO HUMANO Y LA FILOSOF��A.
[16.] La certeza no nace de la reflexion; es un producto espont��neo de la naturaleza del hombre, y va aneja al acto directo de las facultades intelectuales y sensitivas. Como que es una condicion necesaria al ejercicio de ambas, y que sin ella la vida es un caos, la poseemos instintivamente y sin reflexion alguna, disfrutando de este beneficio del Criador como de los dem��s que acompa?an inseparablemente nuestra existencia.
[17.] Es preciso pues distinguir entre la certeza del g��nero humano, y la filos��fica; bien que hablando ingenuamente, no se comprende bastante lo que pueda valer una certeza humana diferente de la del g��nero humano.
Prescindiendo de los esfuerzos que por algunos instantes hace el fil��sofo para descubrir la base de los humanos conocimientos, es f��cil de notar que ��l mismo se confunde luego con el comun de los hombres. Esas cavilaciones no dejan rastro en su esp��ritu en lo tocante �� la certeza de todo aquello de que est�� cierta la humanidad. Descubre entonces que no era una verdadera duda lo que sentia, aunque quiz��s ��l mismo se hiciese la ilusion de lo contrario; eran simples suposiciones, nada mas. En interrumpiendo la meditacion,
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