Filosofia Fundamental I-IV, Volumen 2 | Page 9

Jaime Balmes
mi voluntad, que yo no puedo excitar �� quitar cuando quiero; sino que est��n sometidos �� ciertas condiciones, de las que me es imposible prescindir, so pena de no alcanzar lo que me propongo.
Ahora estoy experimentando que se me representa un cuadro: �� en lenguaje comun, veo un cuadro que tengo delante. Supongamos que este sea un fen��meno puramente interno, y observemos las condiciones de su existencia, prescindiendo de toda realidad externa, inclusa la de mi cuerpo, y de los ��rganos por los cuales se me transmite, �� parece transmitirse la sensacion.
Ahora experimento la sensacion.... ahora n��: ?qu�� ha mediado? la sensacion de un movimiento, que ha producido otra sensacion de ver y que ha destruido la vision primera; �� pasando del lenguaje ideal al real, he interpuesto la mano entre los ojos y el objeto. ?C��mo es que mientras hay la sensacion ��ltima, no puedo reproducir la primera? Si existen objetos exteriores, si mis sensaciones son producidas por ellos, se ve claro que estar��n sujetas �� las condiciones que los mismos les impongan: pero si mis sensaciones; no son mas que fen��menos internos, entonces no hay medio de explicarlo.
Esto es tanto mas incomprensible cuanto que en las sensaciones que nosotros consideramos como simples fen��menos, sin relacion inmediata con ningun objeto exterior, no hallamos ��ntima dependencia de unas con respecto �� otras; y antes por el contrario notamos mucha discordancia.
Los fen��menos puramente internos, es decir, aquellos que nosotros reputamos verdaderamente por tales, tienen mucha dependencia de la voluntad, con relacion �� su existencia y tambien �� sus modificaciones. Yo reproduzco siempre que quiero en mi imaginacion, una escena en que se me representa la columna de la plaza Vendome de Paris; y la hago desaparecer cuando me gusta. Lo propio me sucede en todos los dem��s objetos que recuerdo haber visto: su presencia en mi interior depende de mi voluntad. Es cierto que �� veces se representan objetos que no quisiera, y que cuesta trabajo hacerlos desaparecer, pero tambien lo es que bastan algunos esfuerzos para que al fin desaparezcan. Habremos visto �� una persona moribunda: y durante algunos dias permanece estampada en nuestra imaginacion con su semblante p��lido y sudoriento, sus ojos desencajados, sus manos convulsivas, las contorsiones de su boca, su penoso estertor interrumpido por algunos ayes lastimeros; no somos due?os del todo de que no se nos presente repetidas veces la ingrata im��gen; pero es bien seguro que si para distraernos nos proponemos un c��lculo muy complicado, �� resolver un problema muy dif��cil, conseguiremos que la im��gen desaparezca. Por donde se ve que aun en los casos excepcionales, con tal que estemos en sano juicio, siempre ejerce nuestra voluntad una grande influencia sobre los fen��menos puramente internos.
No sucede as�� con los que est��n en relacion inmediata con lo exterior; si me hallo en presencia del moribundo no podr�� menos de verle y de oirle: si aquellas sensaciones no son mas que un fen��meno interno, este fen��meno es de un ��rden muy distinto del otro: el uno es del todo independiente de mi voluntad, el otro n��.
Los fen��menos puramente internos est��n relacionados entre s�� de una manera muy diferente de los dem��s: en las relaciones de aquellos influye tambien mucho la voluntad, en los otros n��. Adem��s, los primeros se ofrecen �� por un simple acto de voluntad, �� por s�� mismos, aisladamente, sin ninguna necesidad de encadenamiento con otros que los precedan. Escribo en Madrid y de repente se me ocurre la presencia del T��mesis, con sus innumerables embarcaciones de vela y vapor. Para esto no he necesitado pasar por la serie de fen��menos en que se me representa eso que llamamos Espa?a y Francia. El T��mesis me lo puedo representar, despues de mil sensaciones inconexas entre s�� y con ��l; pero si se ha de producir en m�� el fen��meno que llamo ver, entonces ser�� preciso que me resigne �� hacer desfilar en mi interior toda la serie de fen��menos que lleva consigo un viaje: y n�� como quiera, sino sintiendo real y verdaderamente todos los placeres y las incomodidades que le acompa?an: y formando una verdadera voluntad de marcharme y de acudir puntualmente �� tal hora, so pena de encontrarme sin esa sensacion que llamo ver la diligencia, y con esa otra sensacion que llamo ver un dependiente de la oficina que no me quiere devolver el dinero, y sin otra sensacion que llamo ver y tocar mi equipaje, y con todas las sensaciones ingratas que resultan de semejantes descuidos.
Cuando esta serie de fen��menos internos �� en lenguaje comun, aventuras de viaje, me las quiero representar solo interiormente, lo dispongo �� medida de mi gusto: me paro, ando con mas rapidez, de un salto atravieso cien leguas, me traslado de un punto �� otro sin pasar por los intermedios, en fin, no hallo ninguno de
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