como de levantarle de nuevo cuando tenga ganas de presenciarla.
Lo que me acontece en dicho ejemplo, se verifica con respecto á
muchísimos otros; y así es que experimento dentro de mí una serie de
fenómenos que me representan objetos externos, pero sin ninguna
necesidad que me fuerce á estar sometido á ellos; pues los quito y los
reproduzco con simples actos de mi libre albedrío.
Al propio tiempo me acontece que siento en mí otra clase de
fenómenos que no están pendientes de mi voluntad, que yo no puedo
excitar ó quitar cuando quiero; sino que están sometidos á ciertas
condiciones, de las que me es imposible prescindir, so pena de no
alcanzar lo que me propongo.
Ahora estoy experimentando que se me representa un cuadro: ó en
lenguaje comun, veo un cuadro que tengo delante. Supongamos que
este sea un fenómeno puramente interno, y observemos las condiciones
de su existencia, prescindiendo de toda realidad externa, inclusa la de
mi cuerpo, y de los órganos por los cuales se me transmite, ó parece
transmitirse la sensacion.
Ahora experimento la sensacion.... ahora nó: ¿qué ha mediado? la
sensacion de un movimiento, que ha producido otra sensacion de ver y
que ha destruido la vision primera; ó pasando del lenguaje ideal al real,
he interpuesto la mano entre los ojos y el objeto. ¿Cómo es que
mientras hay la sensacion última, no puedo reproducir la primera? Si
existen objetos exteriores, si mis sensaciones son producidas por ellos,
se ve claro que estarán sujetas á las condiciones que los mismos les
impongan: pero si mis sensaciones; no son mas que fenómenos internos,
entonces no hay medio de explicarlo.
Esto es tanto mas incomprensible cuanto que en las sensaciones que
nosotros consideramos como simples fenómenos, sin relacion
inmediata con ningun objeto exterior, no hallamos íntima dependencia
de unas con respecto á otras; y antes por el contrario notamos mucha
discordancia.
Los fenómenos puramente internos, es decir, aquellos que nosotros
reputamos verdaderamente por tales, tienen mucha dependencia de la
voluntad, con relacion á su existencia y tambien á sus modificaciones.
Yo reproduzco siempre que quiero en mi imaginacion, una escena en
que se me representa la columna de la plaza Vendome de Paris; y la
hago desaparecer cuando me gusta. Lo propio me sucede en todos los
demás objetos que recuerdo haber visto: su presencia en mi interior
depende de mi voluntad. Es cierto que á veces se representan objetos
que no quisiera, y que cuesta trabajo hacerlos desaparecer, pero
tambien lo es que bastan algunos esfuerzos para que al fin desaparezcan.
Habremos visto á una persona moribunda: y durante algunos dias
permanece estampada en nuestra imaginacion con su semblante pálido
y sudoriento, sus ojos desencajados, sus manos convulsivas, las
contorsiones de su boca, su penoso estertor interrumpido por algunos
ayes lastimeros; no somos dueños del todo de que no se nos presente
repetidas veces la ingrata imágen; pero es bien seguro que si para
distraernos nos proponemos un cálculo muy complicado, ó resolver un
problema muy difícil, conseguiremos que la imágen desaparezca. Por
donde se ve que aun en los casos excepcionales, con tal que estemos en
sano juicio, siempre ejerce nuestra voluntad una grande influencia
sobre los fenómenos puramente internos.
No sucede así con los que están en relacion inmediata con lo exterior; si
me hallo en presencia del moribundo no podré menos de verle y de
oirle: si aquellas sensaciones no son mas que un fenómeno interno, este
fenómeno es de un órden muy distinto del otro: el uno es del todo
independiente de mi voluntad, el otro nó.
Los fenómenos puramente internos están relacionados entre sí de una
manera muy diferente de los demás: en las relaciones de aquellos
influye tambien mucho la voluntad, en los otros nó. Además, los
primeros se ofrecen ó por un simple acto de voluntad, ó por sí mismos,
aisladamente, sin ninguna necesidad de encadenamiento con otros que
los precedan. Escribo en Madrid y de repente se me ocurre la presencia
del Támesis, con sus innumerables embarcaciones de vela y vapor. Para
esto no he necesitado pasar por la serie de fenómenos en que se me
representa eso que llamamos España y Francia. El Támesis me lo
puedo representar, despues de mil sensaciones inconexas entre sí y con
él; pero si se ha de producir en mí el fenómeno que llamo ver, entonces
será preciso que me resigne á hacer desfilar en mi interior toda la serie
de fenómenos que lleva consigo un viaje: y nó como quiera, sino
sintiendo real y verdaderamente todos los placeres y las incomodidades
que le acompañan: y formando una verdadera voluntad de marcharme y
de acudir puntualmente á tal hora, so pena de encontrarme sin esa
sensacion que llamo ver la diligencia, y con esa otra sensacion que
llamo ver un
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