famoso, a quien Fortuna, cuando en el trato escuderil te puso, tan blanda y
cuerdamente lo dispuso, que lo pasaste sin desgracia alguna. Ya la azada o la hoz poco
repugna al andante ejercicio; ya está en uso la llaneza escudera, con que acuso al soberbio
que intenta hollar la luna. Envidio a tu jumento y a tu nombre, y a tus alforjas igualmente
invidio, que mostraron tu cuerda providencia. Salve otra vez, ¡oh Sancho!, tan buen
hombre, que a solo tú nuestro español Ovidio con buzcorona te hace reverencia.
DEL DONOSO, POETA ENTREVERADO, A SANCHO PANZA Y ROCINANTE
Soy Sancho Panza, escude- del manchego don Quijo-. Puse pies en polvoro-, por vivir a
lo discre-; que el tácito Villadie- toda su razón de esta- cifró en una retira-, según siente
Celesti-, libro, en mi opinión, divi- si encubriera más lo huma-. A Rocinante Soy
Rocinante, el famo- bisnieto del gran Babie-. Por pecados de flaque-, fui a poder de un
don Quijo-. Parejas corrí a lo flo-; mas, por uña de caba-, no se me escapó ceba-; que esto
saqué a Lazari- cuando, para hurtar el vi- al ciego, le di la pa-.
ORLANDO FURIOSO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Soneto
Si no eres par, tampoco le has tenido: que par pudieras ser entre mil pares; ni puede
haberle donde tú te hallares, invito vencedor, jamás vencido. Orlando soy, Quijote, que,
perdido por Angélica, vi remotos mares, ofreciendo a la Fama en sus altares aquel valor
que respetó el olvido. No puedo ser tu igual; que este decoro se debe a tus proezas y a tu
fama, puesto que, como yo, perdiste el seso. Mas serlo has mío, si al soberbio moro y cita
fiero domas, que hoy nos llama iguales en amor con mal suceso.
EL CABALLERO DEL FEBO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Soneto
A vuestra espada no igualó la mía, Febo español, curioso cortesano, ni a la alta gloria de
valor mi mano, que rayo fue do nace y muere el día. Imperios desprecié; la monarquía
que me ofreció el Oriente rojo en vano dejé, por ver el rostro soberano de Claridiana,
aurora hermosa mía. Améla por milagro único y raro, y, ausente en su desgracia, el
propio infierno temió mi brazo, que domó su rabia. Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro,
por Dulcinea sois al mundo eterno, y ella, por vos, famosa, honesta y sabia.
DE SOLISDÁN A DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Soneto
Maguer, señor Quijote, que sandeces vos tengan el cerbelo derrumbado, nunca seréis de
alguno reprochado por home de obras viles y soeces. Serán vuesas fazañas los joeces,
pues tuertos desfaciendo habéis andado, siendo vegadas mil apaleado por follones
cautivos y raheces. Y si la vuesa linda Dulcinea desaguisado contra vos comete, ni a
vuesas cuitas muestra buen talante, en tal desmán, vueso conorte sea que Sancho Panza
fue mal alcagüete, necio él, dura ella, y vos no amante.
DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE
Soneto
B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado? R. Porque nunca se come, y se trabaja. B. Pues,
¿qué es de la cebada y de la paja? R. No me deja mi amo ni un bocado. B. Andá, señor,
que estáis muy mal criado, pues vuestra lengua de asno al amo ultraja. R. Asno se es de la
cuna a la mortaja. ¿Queréislo ver? Miraldo enamorado. B. ¿Es necedad amar? R. No es
gran prudencia. B. Metafísico estáis. R. Es que no como. B. Quejaos del escudero. R. No
es bastante. ¿Cómo me he de quejar en mi dolencia, si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?
Primera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
Capítulo primero. Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de
la Mancha
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo
que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo
corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y
quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos,
consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas
de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se
honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los
cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así
ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los
cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran
madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el
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