Doña Perfecta | Page 8

Benito Pérez Galdós
lo malo es mío--afirmó el caballero, [10] riendo

jovialmente.
Cuando esto hablaban, tomaron de nuevo el camino real. Ya la luz del
día, entrando en alegre irrupción por todas las ventanas y claraboyas
del hispano horizonte, inundó de esplendorosa claridad los campos. El
inmenso cielo sin [15] nubes parecía agrandarse más y alejarse de la
tierra para verla y en su contemplación recrearse desde más alto. La
desolada tierra sin árboles, pajiza a trechos, a trechos de color gredoso,
dividida toda en triángulos y cuadriláteros amarillos o negruzcos,
pardos o ligeramente verdegueados, [20] semejaba en cierto modo a la
capa del harapiento que se pone al sol. Sobre aquella capa miserable el
cristianismo y el islamismo habían trabado épicas batallas. Gloriosos
campos, sí, pero los combates de antaño les habían dejado horribles.
--Me parece que hoy picará el sol, Sr. Licurgo--dijo el [25] caballero,
desembarazándose un poco del abrigo en que se envolvía.--¡Qué triste
camino! No se ve ni un solo árbol en todo lo que alcanza la vista. Aquí
todo es al revés. La ironía no cesa. ¿Por qué, si no hay aquí álamos
grandes ni chicos, se ha de llamar esto los Alamillos?
[30] El tío Licurgo no contestó a la pregunta, porque con toda su alma
atendía a ciertos lejanos ruidos que de improviso se oyeron, y con
ademán intranquilo detuvo su cabalgadura, mientras exploraba el
camino y los cerros lejanos con sombría mirada.
--¿Qué hay?--preguntó el viajero, deteniéndose también. 9
--¿Trae usted armas, D. José?
--Un revólver.... ¡Ah! ya comprendo. ¿Hay [5] ladrones?
--Puede...--repuso el labriego con mucho recelo.-- Me parece que sonó
un tiro.
--Allá lo veremos... ¡adelante!--dijo el caballero picando su jaca.--No
serán tan temibles.
[10] --Calma, Sr. D. José--exclamó el aldeano deteniéndole. --Esa gente

es más mala que Satanás. El otro día asesinaron a dos caballeros que
iban a tomar el tren.... Dejémonos de fiestas. Gasparón el Fuerte, Pepito
Chispillas, Merengue y Ahorca Suegras no me verán la cara en mis [15]
días. Echemos por la vereda.
--Adelante, Sr. Licurgo.
--Atrás, Sr. D. José--replicó el labriego con afligido acento.--Usted no
sabe bien qué gente es esa. Ellos fueron los que en el mes pasado
robaron de la iglesia del [20] Carmen el copón, la corona de la Virgen y
dos candeleros; ellos fueron los que hace dos años robaron el tren que
iba para Madrid.
Don José, al oír tan lamentables antecedentes, sintió que aflojaba un
poco su intrepidez.
[25] --¿Ve usted aquel cerro grande y empinado que hay allá lejos?
Pues allí se esconden esos pícaros en unas cuevas que llaman la
Estancia de los Caballeros.
--¡De los Caballeros!
--Sí señor. Bajan al camino real, cuando la Guardia [30] civil se
descuida, y roban lo que pueden. ¿No ve usted más allá de la vuelta del
camino una cruz, que se puso en memoria de la muerte que dieron al
alcalde de Villahorrenda cuando las elecciones?
--Sí, veo la cruz.
--Allí hay una casa vieja, en la cual se esconden para 10 aguardar a los
tragineros. A aquel sitio llamamos las Delicias.
--¡Las Delicias!...
[5] --Si todos los que han sido muertos y robados al pasar por ahí
resucitaran, podría formarse con ellos un ejército.
Cuando esto decían, oyéronse más de cerca los tiros, lo que turbó un
poco el esforzado corazón de los viajantes, [10] pero no el del zagalillo

que, retozando de alegría, pidió al Sr. Licurgo licencia para adelantarse
y ver la batalla que tan cerca se había trabado. Observando la decisión
del muchacho, avergonzóse D. José de haber sentido miedo, o cuando
menos un poco de respeto a los ladrones, y exclamó, [15] espoleando la
jaca:
--Pues allá iremos todos. Quizás podamos prestar auxilio a los infelices
viajeros que en tan gran aprieto se ven, y poner las peras a cuarto a los
caballeros.
Esforzábase el labriego en convencer al joven de la temeridad [20] de
sus propósitos, así como de lo inútil de su generosa idea, porque los
robados robados estaban y quizás muertos, y en situación de no
necesitar auxilio de nadie. Insistía el señor a pesar de estas sesudas
advertencias, contestaba el aldeano, poniendo la más viva resistencia,
cuando la presencia [25] de dos o tres carromateros que por el camino
abajo tranquilamente venían conduciendo una galera, puso fin a la
cuestión. No debía de ser grande el peligro, cuando tan sin cuidado
venían aquéllos, cantando alegres coplas; y así fué en efecto, porque los
tiros, según dijeron, no eran disparados [30] por los ladrones, sino por
la Guardia civil, que de este modo quería cortar el vuelo a media
docena de cacos que ensartados conducía a la cárcel de la villa.
--Ya, ya sé lo que ha sido--dijo Licurgo, señalando leve humareda que
a mano derecha del camino y a regular distancia se descubría.--Allí les
han escabechado.
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