Doña Perfecta | Page 6

Benito Pérez Galdós
al moverse, hacía sonajear el hierro de la
espuela.
--¿Es usted el Sr. D. José de Rey?--preguntó, echando mano al
sombrero.
--Sí; y usted--repuso el caballero con alegría--será [30] el criado de
doña Perfecta, que viene a buscarme a este apeadero para conducirme a
Orbajosa.
--El mismo. Cuando usted guste marchar... La jaca corre como el viento.
Me parece que el Sr. D. José ha de ser buen ginete. Verdad es que a
quien de casta le viene...
--¿Por dónde se sale?--dijo el viajero con impaciencia. 3

--Vamos, vámonos de aquí, señor... ¿Cómo se llama usted?
--Me llamo Pedro Lucas--respondió el del paño pardo, [5] repitiendo la
intención de quitarse el sombrero; pero me llaman el tío Licurgo. ¿En
dónde está el equipaje del señorito?
--Allí bajo el reloj lo veo. Son tres bultos. Dos maletas y un mundo de
libros para el Sr. D. Cayetano. Tome [10] usted el talón.
Un momento después señor y escudero hallábanse a espaldas de la
barraca llamada estación, frente a un caminejo que partiendo de allí se
perdía en las vecinas lomas desnudas, donde confusamente se
distinguía el miserable [15] caserío de Villahorrenda. Tres caballerías
debían transportar todo, hombres y mundos. Una jaca de no mala
estampa era destinada al caballero. El tío Licurgo oprimiría los lomos
de un cuartago venerable, algo desvencijado, aunque seguro; y el
macho, cuyo freno debía regir [20] un joven zagal de piernas listas y
fogosa sangre, cargaría el equipaje.
Antes de que la caravana se pusiese en movimiento, partió el tren, que
se iba escurriendo por la vía con la parsimoniosa cachaza de un tren
mixto. Sus pasos, retumbando [25] cada vez más lejanos, producían
ecos profundos bajo tierra. Al entrar en el túnel del kilómetro 172,
lanzó el vapor por el silbato y un aullido estrepitoso resonó en los aires.
El túnel, echando por su negra boca un hálito blanquecino, clamoreaba
como una trompeta, y al oír su [30] enorme voz, despertaban aldeas,
villas, ciudades, provincias. Aquí cantaba un gallo, más allá otro.
Principiaba a amanecer.
4
II
=Un viaje por el corazón de España=
Cuando empezada la caminata dejaron a un lado las casuchas de
Villahorrenda, el caballero, que era joven y de muy buen ver, habló de
este modo:

--Dígame usted, Sr. Solón...
[5] --Licurgo, para servir a usted...
--Eso es, Sr. Licurgo. Bien decía yo que era usted un sabio legislador
de la antigüedad. Perdone usted la equivocación. Pero vamos al caso.
Dígame usted, ¿cómo está mi señora tía?
[10] --Siempre tan guapa--repuso el labriego, adelantando algunos
pasos su caballería.--Parece que no pasan años por la señora doña
Perfecta. Bien dicen que al bueno Dios le da larga vida. Así viviera mil
años ese ángel del Señor. Si las bendiciones que le echan en la tierra
fueran [15] plumas, la señora no necesitaría más alas para subir al cielo.
--¿Y mi prima la señorita Rosario?
--¡Bien haya quien a los suyos parece!--dijo el aldeano.
--¿Qué he de decirle de doña Rosarito, sino que es el vivo retrato de su
madre? Buena prenda se lleva usted, caballero [20] D. José, si es
verdad, como dicen, que ha venido para casarse con ella. Tal para cual,
y la niña no tiene tampoco por qué quejarse. Poco va de Pedro a Pedro.
--¿Y el Sr. D. Cayetano?
--Siempre metidillo en la faena de sus libros. Tiene [25] una biblioteca
más grande que la catedral, y también escarba la tierra para buscar
piedras llenas de unos demonches de garabatos que dicen escribieron
los moros.
--¿En cuánto tiempo llegaremos a Orbajosa?
--A las nueve, si Dios quiere. Poco contenta se va a [30] poner la
señora cuando vea a su sobrino.... Y la señorita 5 Rosarito que estaba
ayer disponiendo el cuarto en que usted ha de vivir.... Como no le han
visto nunca, la madre y la hija están que no viven, pensando en cómo
será o cómo no será este Sr. D. José. Ya llegó el tiempo de que callen
[5] cartas y hablen barbas. La prima verá al primo y todo será fiesta y

gloria. Amanecerá Dios y medraremos, como dijo el otro.
--Como mi tía y mi prima no me conocen todavía--dijo sonriendo el
caballero,--no es prudente hacer proyectos.
[10] --Verdad es; por eso se dijo que uno piensa el bayo y otro el que lo
ensilla--repuso el labriego.--Pero la cara no engaña... ¡qué alhaja se
lleva usted! ¡Y qué buen mozo ella!
El caballero no oyó las últimas palabras del tío Licurgo, [15] porque
iba distraído y algo meditabundo. Llegaban a un recodo del camino,
cuando el labriego, torciendo la dirección a las caballerías, dijo:
--Ahora tenemos que echar por esta vereda. El puente está roto y no se
puede vadear el río sino por el cerrillo de [20] los Lirios.
--¿El cerrillo de los Lirios?--dijo
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