Cuentos de Amor de Locura y de Muerte | Page 6

Horacio Quiroga
era sobrado explícita.
--¿Es ahora?--le preguntó el paternal amigo, estrechándole con fuerza
la mano.
--¡Pst! ¡De todos modos!...--repuso el muchacho, mirando a otro lado.
El dibujante, con gran calma, le contó entonces su propio drama de
amor.
--Vaya a su casa--concluyó--y si a las once no ha cambiado de idea,
vuelva a almorzar conmigo, si es que tenemos qué. Después hará lo que
quiera. ¿Me lo jura?
--Se lo juro--contestó Nébel, devolviéndole su estrecho apretón con
grandes ganas de llorar.
En su casa lo esperaba una tarjeta de Lidia:

"Idolatrado Octavio: Mi desesperación no puede ser más grande, pero
mamá ha visto que si me casaba con usted me estaban reservados
grandes dolores, he comprendido como ella que lo mejor era separarnos
y le jura no olvidarlo nunca
tu Lidia."
--¡Ah, tenía que ser así!--clamó el muchacho, viendo al mismo tiempo
con espanto su rostro demudado en el espejo.--¡La madre era quien
había inspirado la carta, ella y su maldita locura! Lidia no había podido
menos que escribir, y la pobre chica, trastornada, lloraba todo su amor
en la redacción. ¡Ah! ¡Si pudiera verla algún día, decirle de qué modo
la he querido, cuánto la quiero ahora, adorada del alma!
Temblando fué hasta el velador y cogió el revólver, pero recordó su
nueva promesa, y durante un rato permaneció inmóvil, limpiando
obstinadamente con la uña una mancha del tambor.

#Otoño#
Una tarde, en Buenos Aires, acababa Nébel de subir al tramway,
cuando el coche se detuvo un momento más del conveniente, y aquél,
que leía, volvió al fin la cabeza. Una mujer con lento y difícil paso
avanzaba. Tras una rápida ojeada a la incómoda persona, reanudó la
lectura. La dama se sentó a su lado, y al hacerlo miró atentamente a
Nébel. Este, aunque sentía de vez en cuando la mirada extranjera
posada sobre él, prosiguió su lectura; pero al fin se cansó y levantó el
rostro extrañado.
--Ya me parecía que era usted--exclamó la dama--aunque dudaba aún...
No me recuerda, ¿no es cierto?
--Sí--repuso Nébel abriendo los ojos--la señora de Arrizabalaga...
Ella vió la sorpresa de Nébel, y sonrió con aire de vieja cortesana que
trata aún de parecer bien a un muchacho.

De ella, cuando Nébel la conoció once años atrás, sólo quedaban los
ojos, aunque más hundidos, y apagados ya. El cutis amarillo, con tonos
verdosos en las sombras, se resquebrajaba en polvorientos surcos. Los
pómulos saltaban ahora, y los labios, siempre gruesos, pretendían
ocultar una dentadura del todo cariada. Bajo el cuerpo demacrado se
veía viva a la morfina corriendo por entre los nervios agotados y las
arterias acuosas, hasta haber convertido en aquel esqueleto, a la
elegante mujer que un día hojeó la Illustration a su lado.
--Sí, estoy muy envejecida... y enferma; he tenido ya ataques a los
riñones... y usted--añadió mirándolo con ternura--¡siempre igual!
Verdad es que no tiene treinta años aún... Lidia también está igual.
Nébel levantó los ojos:
--¿Soltera?
--Sí... ¡Cuánto se alegrará cuando le cuente! ¿Por qué no le da ese gusto
a la pobre? ¿No quiere ir a vernos?
--Con mucho gusto--murmuró Nébel.
--Sí, vaya pronto; ya sabe lo que hemos sido para... En fin, Boedo,
1483; departamento 14... Nuestra posición es tan mezquina...
--¡Oh!--protestó él, levantándose para irse. Prometió ir muy pronto.
Doce días después Nébel debía volver al ingenio, y antes quiso cumplir
su promesa. Fué allá--un miserable departamento de arrabal.--La señora
de Arrizabalaga lo recibió, mientras Lidia se arreglaba un poco.
--¡Conque once años!--observó de nuevo la madre.--¡Cómo pasa el
tiempo! ¡Y usted que podría tener una infinidad de hijos con Lidia!
--Seguramente--sonrió Nébel, mirando a su rededor.
--¡Oh! ¡no estamos muy bien! Y sobre todo como debe estar puesta su
casa... Siempre oigo hablar de sus cañaverales... ¿Es ese su único
establecimiento?

--Sí,... en Entre Ríos también...
--¡Qué feliz! Si pudiera uno... Siempre deseando ir a pasar unos meses
en el campo, y siempre con el deseo!
Se calló, echando una fugaz mirada a Nébel. Este con el corazón
apretado, revivía nítidas las impresiones enterradas once años en su
alma.
--Y todo esto por falta de relaciones... ¡Es tan difícil tener un amigo en
esas condiciones!
El corazón de Nébel se contraía cada vez más, y Lidia entró.
Estaba también muy cambiada, porque el encanto de un candor y una
frescura de los catorce años, no se vuelve a hallar más en la mujer de
veintiséis. Pero bella siempre. Su olfato masculino sintió en la mansa
tranquilidad de su mirada, en su cuello mórbido, y en todo lo
indefinible que denuncia al hombre el amor ya gozado, que debía
guardar velado para siempre, el recuerdo de la Lidia que conoció.
Hablaron de cosas muy triviales, con perfecta discreción de personas
maduras. Cuando ella salió de nuevo un momento, la madre reanudó:
--Sí, está un poco débil...
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