pudieras discernir bien y avalorar las sensaciones de diferente naturaleza que semejante palabra excita, fomenta, inflama....
BRUNO. No, en efecto, todo eso para mí es griego.
DO?A MATILDE. Y pone en combustión, entonces es cuando estarías en estado de.... ?Pero quién anda en la antesala?
BRUNO. Será quizá el gato que habrá olfateado ya su pitanza.
DO?A MATILDE. él es, él es.
BRUNO. ?Quién había de ser? Minino, minino.
ESCENA II
DON EDUARDO, DO?A MATILDE, BRUNO
DO?A MATILDE. ?Eduardo!
DON EDUARDO. ?Matilde!
BRUNO. ?Calle, pues no era el gato!...
DO?A MATILDE. Creí que no acababa usted de llegar nunca.
DON EDUARDO. Amanece todavía tan tarde ... y a no haber venido sin afeitarme....
DO?A MATILDE. ?Oh! eso no; hubiera sido imperdonable en un día tan solemne, como lo es éste, el que usted se hubiera presentado con barbas.
DON EDUARDO. Y sobre todo, hubiera sido poco limpio.
DO?A MATILDE. Si usted hubiera tenido que viajar en posta tres o cuatro días con sus noches ... como a otros les ha sucedido ... para poder llegar a tiempo de arrancar a sus queridas del altar en que un padre injusto las iba a inmolar ... ya era otra cosa ... y aun cierto desorden en la toilette, hubiera sido entonces de rigor; pero como usted viene sólo de su casa....
DON EDUARDO. Que está a dos pasos de aquí, en la calle de Cantarranas.
DO?A MATILDE. Por lo mismo ha hecho usted bien en afeitarse y en ... mas a lo menos trataremos de recuperar el tiempo perdido. ?Bruno?
BRUNO. ?Se?orita?
DO?A MATILDE. Anda, y dile a papá que el Sr. D. Eduardo de Contreras desea hablarle de una materia muy importante.
BRUNO. No creo que el amo se haya despertado todavía.
DO?A MATILDE. ?Qué sabes tú?
BRUNO. Porque nunca se despierta antes de las nueve, y porque....
DON EDUARDO. Quizá valga más entonces que yo vuelva un poco más tarde.
DO?A MATILDE. No, no; ?a qué prolongar nuestra agonía? Anda, Brunito, anda, si es que mi felicidad te interesa.
BRUNO. Bueno, iré; pero lo mismo me ha dicho usted en otras ocasiones, y luego la tal felicidad se vuelve agua de borrajas.
DO?A MATILDE. ?Bruno!
BRUNO. Iré, iré, no hay que atufarse por eso.
ESCENA III
DO?A MATILDE Y DON EDUARDO
DO?A MATILDE. ?Estos criados antiguos, que nos han visto nacer, se toman siempre unas libertades!...
DON EDUARDO. En justo pago de las cometas que nos han hecho, o de las mu?ecas que nos han arrullado. Y éste me parece además muy buen sujeto.
DO?A MATILDE. ?Oh, muy bueno!... ?Si viera usted la ley que nos tiene ... y lo que le queremos todos! ?Pobre Bruno! Cuando estuvo el invierno pasado tan malo, ni un instante me separé yo de la cabecera de su cama.
DON EDUARDO. Con qué gusto oigo a usted eso, ?Matilde mía!
DO?A MATILDE. Nada tiene de particular; sin embargo, una cosa es que sus vejeces me desesperen tal cual vez, y otra cosa es que.... ?Ay Dios, y qué temblor me ha dado!
DON EDUARDO. ?Está usted sin almorzar?
DO?A MATILDE. Por supuesto.
DON EDUARDO. Entonces es algún frío que ha cogido el estómago, y....
DO?A MATILDE. Entonces también temblaría usted, porque es bien seguro que tampoco habrá usted tomado nada.
DON EDUARDO. Sí, por cierto; he tomado, según mi costumbre, una jícara de chocolate, con sus correspondientes bollos y pan de Mallorca.
DO?A MATILDE. ?Chocolate y pan de Mallorca en un día como éste!
DON EDUARDO. ?Es requisito acaso el pedir la novia en ayunas? (Sonriéndose)
DO?A MATILDE. No; ciertamente que no ... con todo hay ocasiones en que uno debe estar tan absorbido, que necesariamente olvida cosas tan vulgares como el almorzar y el comer. A lo menos yo hablo por mí, y puedo asegurar a usted que ni siquiera ha pasado esta ma?ana por mi cabeza el que había cacao en Caracas. ?Ay, Eduardo, está usted demasiado tranquilo!
DON EDUARDO. No veo el por qué había yo de estar fuera de mí cuando me lisonjeo con la esperanza de que su padre de usted, que es íntimo amigo de mi tío, me concederá esa linda mano, en cuya posesión se cifra toda mi felicidad.
DO?A MATILDE. ?Y si se la niega a usted?
DON EDUARDO. Si usted hubiera permitido alguna vez que la informara de mi posición, de mi familia, como en varias ocasiones lo he intentado en balde, comprendería usted ahora si tengo o no motivo para no temer el éxito de mi negociación; pero nunca me ha dejado usted hablar en esta materia, no sé por qué, y así....
DO?A MATILDE. Porque ni entonces quise, ni ahora quiero oír hablar de intereses ni parentescos. Eso queda bueno cuando se trata de esos monstruosos enlaces que se ven por ahí, en donde todo se ajusta como libra de peras, y en donde se quiere averiguar antes si habrá luego que comer, o si habrá con que educar los hijos que vendrán, o que quizá no vendrán. ?Y yo había de pensar en eso? No, Eduardo, no; yo
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