Arroz y Tartana | Page 5

Vicente Blasco Ibáñez
sus pies, dec��a con la risita burlona que a do?a Manuela, seg��n confesi��n propia, le ?requemaba la sangre?:
--De compras, ?eh...? Yo tambi��n voy danzando por el Mercado hace m��s de una hora. ?V��lgame Dios, c��mo est�� todo! Comprendo que los pobres no puedan comer.... Chica, si empiezas as�� vas a llevar a casa medio Mercado.... Eso son bellotas, ?verdad? Comida de ricos; quien puede gasta. Eso s��lo lo compra la gente de dinero.
--?Que t�� no compras?--dijo do?a Manuela sonriendo, a pesar de que no ocultaba el efecto que le produc��an las palabras de su hermano.
--?Qui��n...? ?yo...? ?Bueno va! A m�� nadie me estafa.
Y al decir esto mir�� al vendedor con tanta indignaci��n como si fuese un enemigo del sosiego p��blico; pero el palurdo, inm��vil y con las manos metidas en la faja, no se dign�� reparar en la ferocidad agresiva del avaro.
--Adem��s--continu�� don Juan--, ?para qu�� quiero yo eso? Los que no tenemos dientes hemos de abstenernos de muchas cosas; muchas gracias si uno puede comer sopas de ajos y tiene con qu�� pagarlas.... Algo he comprado: unas pocas casta?as y nueces; pero no para m��, son para Vicenta, que aunque ya es vieja tiene una dentadura envidiable. Poquita cosa. Ya ves t��... para m�� y la criada poco necesitarnos. Adem��s, todo va por las nubes, y dinero hay poco.... ?Je, je...!
Y el viejo re��a como si gozase interiormente de repetir a su hermana en todos los tonos que era muy pobre.
--Vamos, c��llate--dijo do?a Manuela con voz temblorosa, sin ocultar ya su irritaci��n--. Me disgusto cada vez que te oigo hablar de pobreza; s��lo falta que me pidas una limosna.
--Mujer, no te irrites.... No quiero hacer creer que necesito limosnas; soy pobre, pero a��n tengo para no morirme de hambre, y sobre todo, con orden y econom��a, sin querer aparentar m��s de lo que realmente se tiene, lo pasa cualquiera tan ricamente.
Y estas palabras las subray�� el viejo con el acento y la mirada burlona que fijaba en su hermana.
--Juan, toda la vida ser��s un miserable. ?De qu�� te sirve guardar tanto dinero...? ?Vas a llevarlo al otro mundo?
--?Yo...? Pienso retardar todo lo posible ese viaje, y tiempo me queda para malgastar antes los cuatro cuartos que guardo.... No quiero que nadie se r��a de m�� despu��s de muerto.
Do?a Manuela p��sose seria, m��s que por lo que dec��a su hermano, por lo que adivinaba en su mirada. Tal vez por esto don Juan cambi�� de conversaci��n.
--Di, Manuela, ?y Juanito?
--En la tienda. Si tengo tiempo entrar�� a verle.
--Dile que venga ma?ana. Aunque sea un grandull��n, no quiero privarme del gusto de darle el aguinaldo como cuando era un chicuelo.
El viejo, al decir esto, ya no mostraba la sonrisa ir��nica y parec��a hablar con sinceridad.
--Tambi��n ir��n a verte las ni?as y Rafael.
--Que vengan--contest�� don Juan, en quien reapareci�� la mortificante sonrisa--. Les dar�� una peseta de aguinaldos; lo ��nico que se puede permitir un t��o pobre.
--?Calla, avaro...! Me averg��enzas. Eres capaz de morirte de hambre por no gastar un c��ntimo.... ?Por qu�� no vienes a comer con nosotros ma?ana?
El tono festivo y cari?oso con que ella dijo estas palabras alarm�� m��s a don Juan que la seriedad irritada de momentos antes.
--?Qui��n...? ?yo...? Tengo hechos mis preparativos; no quiero ofender a mi vieja Vicenta, que se propone lucirse como cocinera. Mira, tambi��n yo gasto, aunque soy un pobre.
Y al decir esto, se?alaba a un pillete mandadero, inm��vil a corta distancia, con un cap��n gordo y lustroso en los brazos.
Do?a Manuela avanz�� el labio superior en se?al de desprecio.
--?Valiente compra! ?Y eso es para todas las Pascuas? No te arruinar��s... ni llenar��s mucho el est��mago.
--No todos son tan ricos como t��, marquesa, ni pueden ir a la compra con un par de criados. ��nicamente los que tienen millones pueden ser rumbosos.
Y tras estas palabras, que deb��an encerrar mortificante intenci��n, don Juan se despidi��, como si deseara que su hermana quedase furiosa contra ��l.
--Adi��s, Manuela; que compres mucho y bien.
--Adi��s, avaro....
Y los dos hermanos se separaron sonriendo, como si cambiaran frases cari?osas y en su interior rebosase el afecto.
La se?ora sigui�� adelante, pasando por entre los puestos de la miel, donde aleteaban las avispas, apeloton��ndose sobre el barniz de las peque?as tinajas.
Do?a Manuela iba siguiendo los callejones tortuosos formados por las mesas cercanas al mercadillo de las flores. All�� estaba toda la aristocracia del Mercado, la sangre azul de la reventa, las mozas guapas y las matronas de tez tostada y espl��ndidas carnes, con su aderezo de perlas y pa?uelo de seda de vivos colores. Do?a Manuela continuaba haciendo sus compras, deteni��ndose ante los productos raros y extra?os para la estaci��n que puede ofrecer una huerta fecunda, cuyas entra?as jam��s descansan y que el clima convierte en invernadero. En lechos de hojas estaban alineados y colocados con cierto arte los pimientos y tomates, con sus
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 116
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.