de mi edad, me imagin�� que ten��a siete a?os, me persuad�� de ello, y me dije:
--Lo que es hoy, me desayuno, y dejo al pompos��simo don Rom��n con sus odas y sus ��glogas. ?All�� se las avenga! Ahora.... ?Al cerro del Cristo, a las dehesas del Escobillar, a cortar guayabas en las sabanillas que bordan las orillas del Pedregoso!
Y, dicho y hecho, en pie. Pronto estuve listo. No procur�� cambiar de traje, y me puse el muy empolvado de la v��spera, que me ol��a a lo que huelen los caminos de la Mesa Central, a sequedad y tierra est��ril. Cuando entr�� en el comedor,--?qu�� comedor!--una pieza de seis varas cuadradas, mi t��a Pepa, muy risue?a y parlera, me esperaba sentada a la mesa.
--?Por Dios, Rorr��! ?Quieres que me d�� un ataque! Son las nueve, y aqu�� me tienes, sin probar bocado, en espera del caballero, mientras ��ste duerme como un marqu��s. Carmen no ha dormido en toda la noche, pensando en t��, muy contenta de haberte visto. ?Tiene tu t��a unas cosas! Dice que pronto liar�� el petate; que ya viniste y que, tal vez, eso nada m��s espera Dios para llev��rsela. As�� sucede todos los d��as; siempre amarg��ndonos la vida con tristezas, ?siempre haci��ndonos llorar! Pero ?vaya! a todo esto ni quien piense en el desayuno.... ?Se?ora Juana: aqu�� estamos ya! ?El chocolatito! T�� tomar��s caf�� con leche, ?no es eso? Ustedes los muchachos no gustan ya del chocolate; dicen que es antigualla. Yo, hijo, como tu abuelo, chocolate y nada m��s; chocolate bueno eso s��. Mira, Rorr��: a eso s�� no puedo acostumbrarme, al chocolate malo. ?Comes algo? D��lo, muchacho, que para eso est��s en tu casa. Se?ora Juana: a ver qu�� le hace usted a Rodolfo.... ?Hay que chiquear al ni?o!...
La buena de mi t��a, no me dejaba hablar. Suelta de lengua, viva, ingeniosa, era dif��cil cortarle el hilo una vez que principiaba a hablar. No bien pidi�� el almuerzo, sigui�� diciendo:
--?Ya sabes que est�� con nosotros una joven? ?No la viste anoche?
--Creo que s��....
--?Muy buena! ?Muy buena! ?C��mo un pan de gloria! Y te quiere mucho.... Parece que te conoci�� desde que eras as��. ?Te acuerdas qu�� travieso? ?Te acuerdas de cuando rompiste el juego de caf�� de tu t��a Carmen? Me parece que te veo: te fuiste a esconder en la bodega. De all�� te sacamos para que vinieras a comer, y viniste p��lido y lloroso. ?T�� dir��s! Por unos cacharros cualesquiera.... Eran de China, y muy bonitos; pero qu�� importaba. ?Todav��a se acuerda de ellos tu t��a! ?Por que te sonrojas? ?Vaya, hijo! ?Todav��a tienes miedo de que te castigue tu madrina?
Efectivamente, el recuerdo de aquella diablura me sacaba al rostro los colores. Se trataba de un precioso servicio de caf��, de leg��tima procedencia chinesca, que mi abuelo compr�� en un puerto del Pac��fico, a bordo de un nav��o ingl��s que volv��a del Celeste Imperio. Era el encanto de la casa. Un d��a, jugando a la pelota, ?chas! qued�� hecho pedazos.
--Pues bien, como te iba yo diciendo:--prosigui�� mi t��a,--es muy buena muchacha... y te quiere mucho. Las ��ltimas camisas que te mandamos las hizo ella, y ?con qu�� cuidado!
--D��game usted, t��a, ?qui��n es esa joven?
--?Ahora te dir��!--e interrumpi��ndome, grit��:
--?Angelina! ?Angelina! ?Ven ac��!
Y continu��, dirigi��ndose a m��:
--Est��, con Carmen. Si t�� vieras: es muy h��bil para todo, muy hacendosa, o, como dice, se?ora Juana, ?muy mujer! Es la alegr��a de la casa. Parece un pajarito que a todas horas est�� cantando. Nos tiene un cari?o, un amor... que.... ?Si te diga que pareces de la familia! ?Qu�� cuidados con Carmen! Es muy viva, muy sabia; escribe que es un, ?encanto! Ya conoces su letra; ella escribe cuando yo estoy con la jaqueca. La pobrecita ha sido muy desgraciada. ?Dios le d�� un buen marido!...
--Pues... ped��rselo a San Antonio.
--Lo merece, hijo, lo merece.
--Ya tendr�� novio, ?verdad, t��a Pepa? O, por lo menos, sus amartelados....
--?Qu��? ?qu�� dices?
--Que ya tendr�� novio....
--?Novio Angelina? ?Por Dios, Rorr��! ?Qu�� otro vienes!
Y en tono dulce y suplicante agreg��:
--?Ay!, ?Rorr��! ?No hagas malos juicios de las personas!...
En aquellos momentos lleg�� la joven. T��mida y cortada se detuvo en el umbral; bajaba los ojos, y al parecer distra��da jugaba con la punta del delantal.
--?Me llamaba usted, do?a Pepita?--dijo.
--S��,--respondi�� mi t��a,--para que conozcas al sobrino. ?No deseabas conocerlo? Pues aqu�� lo tienes. Ya lo ves.
La doncella murmur�� una excusa. Mi t��a continu��, dirigi��ndose a m��:
--Aqu�� tienes a la que, con esas manecitas, te hizo las camisas que te gustaron tanto; la que bord�� aquellos pa?uelos que te mandamos de cuelga el d��a que cumpliste diez y siete a?os, ?Mentira parece! ?Y quien te conoci��, as��, chirriquit��n, que cab��as en un azafate!...
Elogi�� las habilidades de Angelina. Esta, confusa y contrariada, no alzaba los ojos para verme.
Mientras se?ora Juana pon��a delante de m�� el caf��, el pan,
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