que condenaba a sus hermanos a pasar por la crisis de un terrible martirio, estaba al propio tiempo animado de un amor sin l��mites a la humanidad y de una benevolencia para todos los humanos, por malignos que fuesen o por errados que estuvieran; entre otros, y tal vez principalmente, para los que consideraba sus enemigos. Y adem��s hubo en ��l rasgo peculiar de su tarea y de su esfuerzo: de todos los hombres que han podido determinar a una colectividad, grande o peque?a, a realizar una obra com��n, un prop��sito general, quiz��s ��l sea el que representa en esa obra com��n una parte m��s grande por raz��n de su esfuerzo individual. Mart��, en efecto, fue el determinante principal��simo de la revoluci��n cubana. El pueblo cubano, en aquel tiempo, y cuantos vivimos en aquella ��poca lo sabemos, no quer��a en su mayor��a al menos, la revoluci��n. El Gobierno de Espa?a nos hab��a dejado entrever una mejor condici��n pol��tica, sin sacudidas ni agitaciones violentas. Tan cierto es que aquello hubiera podido contener la obra revolucionaria que, como se ha dicho despu��s y repetido muchas veces, la actitud que tom�� el Gobierno espa?ol por la iniciativa del Ministro Maura contuvo un poco a Mart��. Le pareci�� que su ideal y su tarea corr��an peligro si aquellas reformas pol��ticas se implantaban en Cuba de buena fe y eran generalmente aceptadas por el pueblo cubano, en virtud de lo cual ��l ya no tendr��a ambiente adecuado para poner por obra sus prop��sitos. Fue la obcecaci��n de los pol��ticos espa?oles, de ac�� y de all��, la que se levant�� como una barrera ante el Ministro que acabo de indicar y dej�� el terreno aun m��s preparado que antes lo estaba para que pudiera fructificar la semilla. No obstante, el Gobierno espa?ol, volvi��, como todos sabemos, a la idea de reformas pol��ticas. El plan del se?or Maura se desech��; pero se plante�� otro nuevo, que llev�� el nombre de Abarzuza; y aun cuando la generalidad entre nosotros crey�� que se iba a obtener menos de lo prometido, la mayor��a se resignaba a obtener aquello, a cambio de no tener delante de s�� el fantasma de ninguna agitaci��n, de ninguna revoluci��n, de ninguna lucha. Yo recuerdo que no ya entre los elementos espa?oles, sino aun entre los elementos cubanos, y muy cubanos, y muy probados, pero que no se encontraban en la conspiraci��n que estallaba en aquellos instantes, fue un efecto terrible el que produjeron los primeros movimientos. He tratado a algunos, emigrados de la guerra de los diez a?os, de aquellos que desde su principio marcharon a los Estados Unidos o a algunas de las Rep��blicas Hispanoamericanas, que consideraron un acto de locura el que se iniciaba en aquellos d��as. Creyeron que todo lo que se hab��a adelantado, en 17 a?os de predicaci��n pac��fica, por el Partido Autonomista, iba a ser irremediablemente perdido; y un amigo particular m��o, que se hallaba en Madrid cuando los primeros sucesos estallaron, que sali�� de Espa?a muy poco despu��s y regres�� a Cuba, hubo de declararme que en una entrevista que tuvo pocos d��as antes de embarcarse con el famoso tribuno espa?ol don Emilio Castelar, este le signific�� que en Cuba, se hab��a cometido un acto de demencia irreparable, y que los que lo comet��an y los que no lo comet��an, en virtud de irremediable consecuencia de la solidaridad, ver��an perturbado el sistema pol��tico de Cuba, ya que aquellos sucesos lo har��an volver mucho m��s atr��s de donde se encontraba en el momento en que se iniciaron los primeros esbozos de un plan de reformas. Y esa idea de don Emilio Castelar era la idea que aqu�� tengan todos los que no estaban, dir�� mejor, los que no est��bamos comprendidos en la conspiraci��n; porque a pesar del papel que yo posteriormente pude desempe?ar, modesto y obscuro, en el movimiento revolucionario, he de declararlo sinceramente, y nunca he pretendido lo contrario, en la conspiraci��n inicial no estuve comprendido ni iniciado; hasta el punto de que, no sospechando que yo pod��a ser capaz de semejante cosa, el se?or Juan Gualberto G��mez, a pesar de haber llevado su defensa ante la Audiencia de la Habana cuando se le proces�� por la publicaci��n de un art��culo titulado ?Por qu�� somos separatistas?, jam��s cont�� conmigo y aun hubo de decirme, ya en Ceuta, donde nos encontramos, que ��l se hubiera dirigido a m�� si hubiese sabido que yo era susceptible de ser inyectado con semejante virus; a lo que le contest�� que quiz��s, en aquellos momentos, no hubiera sido yo susceptible de recibir, con fruto, la inyecci��n.
En tales condiciones se encontraba la poblaci��n de Cuba cuando Mart�� empez�� la obra revolucionaria. Es verdad que, como ��l dec��a, en el suelo no se advert��an los brotes primeros de la planta, pero ��l sinti�� lo que pasaba
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