Amistad funesta | Page 3

José Martí
presente, y sobre ��l hizo la pintura m��s hermosa que jam��s haya le��do de la naturaleza y de la sociedad centroamericana.
La impresi��n que a todos nos produjo fue la de hacer olvidar que nos hall��bamos bajo un cielo gris y helado, crey��ndonos transportados a los tr��picos, y solo volv�� a la realidad de nuestra existencia cuando sent�� un ?hurry up?, pronunciado con ��spero acento saj��n por dos j��venes que pasaban a mi lado.
Era un trabajador infatigable y desde el alba que empezaba su labor con la lectura de los diarios hasta altas horas de la noche y a veces hasta la nueva aurora que sol��a sorprenderlo cuando, como ��l dec��a, se hallaba engolosinado por alg��n estudio en que pon��a toda su alma para transmitirla a los lectores que el obligado por las visitas de sus amigos a quienes recib��a con sol��cito cari?o.
Y no eran solo los trabajos literarios que ocupaban sus horas. Las divid��a entre estos y las conferencias que daba a los cubanos pobres, en las que se esforzaba para vincular al elemento de color, con los de las clases superiores, porque unos y otros deb��an servir para preparar la revoluci��n cubana que era el objeto de su permanencia en Estados Unidos.
A pesar de los largos a?os que all�� vivi��, nunca pudo identificarse con la vida americana, porque su esp��ritu generoso y desinteresado era refractario a los procedimientos ego��stas que constituyen el fondo del car��cter de ese pueblo. Desconfiaba con las tendencias imperialistas de esa naci��n y cre��a que abrigaba prop��sitos absorbentes, contra los cuales las rep��blicas latinas debieran estar prevenidas. M��jico, dec��a, solo ha podido evitar nuevas desmembraciones merced a una pol��tica h��bil, en que sin resistir directamente, ha evitado la invasi��n de intereses americanos. Consideraba la conferencia monetaria internacional, iniciada por Blaine y a la que ��l fue delegado por el Uruguay, y yo lo fui por la Argentina, m��s como el medio de favorecer los intereses de los Estados Unidos platistas, que el de estrechar los v��nculos de todas las naciones de Am��rica. Carece, pues, completamente de fundamento la versi��n de un escritor franco-argentino, de que Mart�� fuera partidario de la anexi��n de Cuba a los Estados Unidos, cuando, por el contrario, ve��a en ellos un peligro para la independencia. Creo, sin embargo, que sus temores eran infundados a este respecto, como lo ha demostrado la conducta de aquella naci��n, para terminar la guerra y establecer el gobierno propio de la isla y estoy convencido de que no tienen ambiciones de predominio sobre la Am��rica latina. Mr. Elihu Root me dijo durante su visita a esta capital, que los Estados Unidos nunca anexionar��an a Cuba y tengo la m��s absoluta confianza en la sinceridad de este gran estadista americano.
Los ��ltimos a?os de la vida de Mart�� en Nueva York me son poco conocidos. Su ��ltima carta me revelaba un estado moral deprimido por el exceso del trabajo, que hab��a creado en su organismo una excitaci��n nerviosa. ?Tengo horror a la tinta, me dec��a, y desear��a huir a los bosques, aunque me crecieran las barbas verdes, para no ver papeles ni sentir las fealdades de las gentes?. Pasaron algunos a?os, durante los cuales solo tuve noticias de ��l por intermedio de un amigo, cuando un d��a recib�� un telegrama en que me dec��a: ?deberes ineludibles me llaman a mi patria y necesito su ayuda, m��ndeme por cable quinientos d��lares?. Mi situaci��n en aquel momento era dif��cil y me fue imposible ayudarlo. Tengo, pues, el remordimiento de no haber contribuido con esa suma a la independencia de Cuba, puesto que en esos d��as sal��a Mart�� de Nueva York para reunirse con el general M��ximo G��mez e invadir la isla, iniciando la nueva insurrecci��n que dio por resultado la terminaci��n del dominio espa?ol.
La noticia de su muerte en los primeros combates librados entre cubanos y espa?oles me produjo hondo pesar. Consideraba a Mart�� uno de los hombres de m��s talento que me hab��a sido dado tratar y su muerte representaba no solo una p��rdida irreparable para Cuba, de la que habr��a sido uno de sus preclaros presidentes, sino para la Am��rica latina toda, pues desaparec��a el escritor genial en quien el fuego de la solidaridad americana brillaba con resplandores que iluminaban ambos continentes.

Jos�� Mart��, por Rom��n V��lez
Notas de Arte (Colombia), agosto 15 de 1910
Le conoc�� y trat�� en New York el a?o de 1891.
Me consagr�� su amistad. La amistad es la ��nica rosa que no tiene espinas. La ��nica fuente arrulladora que no tiene lodo.
Fui su amigo--en el traj��n social--de pocos meses.
Soy su amigo perdurable por el recuerdo y la memoria.
Su recuerdo es para m�� un ariete, rel��mpago que cruza las soledades de mi cerebro, viento agitado en mi calma abrumadora, ��guila que despierta--en horas de abatimiento--a picotazos mi alma.
Fui, con varios condisc��pulos, expresamente a conocerle. Habitaba casa humilde
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