Amistad funesta | Page 7

José Martí
y en el sentido de una sola vía, por la que se encaminaron en definitiva sus pasos. Donde quiera que encontró cualquier oficio por el cual trató de librar su subsistencia, la adopción de ese oficio no tuvo más objeto sino el de lograr que fuera posible ir viviendo, para que al par que su vida se prolongara, se realizase la obra que se había impuesto. La tarea que desde sus tiempos de muy joven concibió en su espíritu, despertó en el mismo el propósito de consagrarse a ella, y de hecho, posteriormente, su vida fue, en cuanto a esa tarea, una definitiva consagración. Naturalmente, en un hombre obsedido por esa misión, que debió creer que providencialmente le estaba impuesta, y luego veremos por qué lo digo, no era posible que se produjera un rumbo normal, tranquilo y constante en la existencia. Dado el hecho de imponerse a sí mismo semejante misión, todo lo que no fuera el cumplimiento de ella, tenía que ser accesorio para él y accidental. Era preciso vivir; no tenía fortuna y era preciso buscar el pan de todos los días. Un hombre de inteligencia suficiente para haber abrazado cualquiera de esas profesiones, que si no francamente lucrativas, permiten por lo menos vivir con comodidad, no se podía ocupar de ninguna de ellas. Teniendo título de Abogado, no le fue dable ejercer la profesión. Para ello hubiera tenido que radicar en un mismo punto, que vivir en Cuba, y en Cuba espa?ola, que someterse a la mirada recelosa de la policía espa?ola, que prescindir de todo lo que él entendía que constituía su destino. Era preciso que librara la subsistencia con oficios que le permitieran al propio tiempo viajar, moverse de acá para allá, preparar el movimiento revolucionario en definitiva. Y tan es así, que una especie de visión, de destino providencial le animaba, que contra el parecer de la inmensa mayoría de sus conciudadanos, contra el parecer casi unánime de ellos, entendió que estaban maduros los tiempos, cuando todo el mundo pensaba que su tentativa habría de abortar como extra?a aventura de dementes.
A veces sucede esto, y ha sucedido en muchas ocasiones en la historia de la humanidad: no son precisamente los hombres de mayor reposo en el carácter y más serena cultura mental los que han decidido a las multitudes a obrar, los que han lanzado a los pueblos por el camino de su destino verdadero. Para eso se ha necesitado casi siempre una obsesión pasional y la impulsión que naturalmente se produce en virtud de ella; comunicar a las multitudes el fuego que a nosotros abrasa y hacerles realizar lo que ellas no pensaron que debieran realizar; aun muchas veces contra la voluntad general, adivinando cuál es el estado de la subconciencia, el deseo íntimo y verdadero de una agrupación de hombres, para llevarlos a que ejecuten lo que quisieran ejecutar, pero lo que no se atreven siquiera a pensar en ejecutar. De aquí el que fiel a su destino, Martí viviera como corresponsal de periódicos, moviéndose de acá para allá, remitiendo correspondencias a un diario denominado _El Partido Liberal y después a La Nación_ de Buenos Aires, ganándose su subsistencia modestísimamente de este modo, a fin de girar por el mundo, aunando voluntades aquí como allí, reuniendo fondos, procurando contar con la colaboración de los que podían ponerse al frente del movimiento, y no desmayando nunca ante ningún desastre, ni ante ningún desenga?o. ?Para qué dar detalles? Esta fue invariablemente su vida. Los accidentes de la misma no harían sino presentar diversas facetas de esto que he indicado como su conjunto general.
Discurrir ahora acerca de su temperamento y de su carácter, de su papel y de su misión en la obra revolucionaria cubana, tiene para mí también un relativo inconveniente. Hace poco más de un a?o, cuando, en la próxima ciudad de Matanzas se inauguraba, por iniciativa de un hombre a quien vi entonces por última vez, el doctor Ramón Miranda, un artístico monumento en honor de Martí, el doctor, que a ello me había comprometido de antemano, me llevó a dicha ciudad a hacer uso de la palabra en la ceremonia de inauguración. Entonces, refiriéndome en un breve discurso dicho en la plaza pública, y que por ello no podía ser ni largo, ni reposado, ni serenamente meditado, a aquello que para mí constituía carácter típico y saliente de Martí, se?alaba estas dos circunstancias que no diré que sean absolutamente exclusivas de él, pero que en realidad son en él más prominentes que en ningún hombre que haya podido vivir una vida análoga a la suya y que se haya impuesto una misión como la que él se impuso.
En primer lugar, un hombre que movía a los demás a pelear, que encendía en su patria la hoguera de la lucha tremenda,
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