lágrimas de todos los hombres ni el grito clamoroso de todos los siglos.
?Santa memoria de Martí, bendita seas!
Martí
Discurso pronunciado por el Doctor José Antonio González Lanuza
En la Cámara de representantes de Cuba el 19 de mayo de 1910
Se?or Presidente y se?ores Representantes:
Cuantos aquí nos congregamos, hacemos memoria, sin duda, de una sesión análoga a esta--igual a esta diría mejor--en el a?o precedente. El entonces designado para hablar de Martí, fue el se?or Miguel Viondi, y los que aquí estamos y estábamos aquella tarde, recordamos cuán gratamente nos entretuvo; dando a su disertación el interés de la relativa novedad, única a que puede aspirarse cuando del Padre de nuestra Patria se trata hoy entre nosotros. Colocado se encontraba el se?or Viondi en ventajosas condiciones para ello: amigo íntimo de Martí, lo había tratado durante largo tiempo y de la manera más estrecha y podía referirnos rasgos, de esos que parecen insignificantes, pero que mejor que ninguna otra cosa indican el temperamento y la condición peculiar de un personaje. Refiriéndonos historias de esa clase, podía entretenernos con algo nuevo que no supiéramos los demás, que pudiera servir para rectificar algún juicio de detalle y para confirmar, como no podía, menos de resultar confirmado, el juicio que en conjunto formáramos todos de antemano del hombre insigne cuyo nombre invocamos en estos instantes.
En cambio, el que se ha designado para que lleve la palabra en el día de hoy, y de él os hable, se encuentra en condiciones más desventajosas, porque no tuvo la dicha de conocerlo, ni de vista; y porque de él sabe lo que sabemos todos; y de él no puede decir otra cosa que lo que está en la mente y en el corazón de todos. No era posible que en Cuba se ignorara quién fue Martí, cuál fue su obra y cuál su representación entre nosotros. Desde los más humildes--desde el punto de vista de la inteligencia--hasta los que pueden decirse próceres de esa inteligencia, muchos han hablado entre nosotros de aquel que por antonomasia se ha llamado el Maestro. Historia de su vida, antecedentes de su carrera política, antecedentes de la agitación que organizara y todos los detalles relativos a su participación en el movimiento revolucionario que definitivamente independizó a Cuba, son, para cuantos aquí estamos, cosas sabidas; e igualmente son sabidas por todos los cubanos. En tal concepto, al que no pueda referir algún aspecto de la vida personal de aquel gran cubano, a un auditorio distinguido como este, se le coloca en una situación verdaderamente difícil cuando se le hace hablar de Martí. El tema es atractivo, es simpático, y porque siempre ha sido tema atractivo y simpático, muchos lo han tratado, muchos lo han desarrollado. El terreno, de tal modo, está espigado por completo; y yo he de recomendarme a la benevolencia de ustedes para que con esa benevolencia se me perdone todo lo que en mi discurso no puede menos de ser una repetición.
Pudiéramos dividir en tres partes, no iguales, cierta mente, un discurso como el que debo pronunciar en el día de hoy: en una se puede hablar de la vida de Martí; en otra, de su carácter y de los rasgos prominentes del mismo; en la tercera, de su obra. Digo que no pueden ser iguales, porque acaso algo pueda decirse más extensamente, con un relativo aire de novedad de la segunda y de la tercera; de la primera, imposible. Hacer aquí un resumen de su existencia, de todos conocida, sería hacer perder tiempo a los se?ores que me escuchan. Su infancia; su juventud, pobre y agitada, mucho más que su infancia; su amor al estudio; las deficiencias de sus medios económicos; la consagración de toda su vida al logro de un ideal; su paso por Espa?a, sus pasos en Cuba, su residencia en las repúblicas de la América latina, su residencia en los Estados Unidos; son cosas de todos conocidas. Su participación en el movimiento revolucionario, su agitación en las emigraciones cubanas, su recorrido por todos los países en los cuales creyó que podía encontrar un eco simpático al pensamiento revolucionario y su dedicación absoluta y definitiva a dar cuerpo a ese pensamiento y a su ensue?o, ?qué son sino una cosa que está en la memoria y en el corazón de todos nosotros y que no necesita ser repetida, que no debe ser repetida, porque la repetición no sería ciertamente excusable, sería incuestionablemente vana y presuntuosa?
No hablemos, por consiguiente, de su vida. De ella, lo que parece destacarse de una manera marcada, es esto sobre lo cual necesariamente habré de volver, porque fue rasgo típico de su temperamento. Fue una vida dirigida, como la aguja magnética, hacia una sola dirección; y todas las vicisitudes y agitaciones de aquella existencia, realmente tormentosa, vinieron al cabo a culminar en un mismo punto
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