bastante violento para pegarle un tiro a uno o para incendiar el pueblo entero.
La madre de Martín presintió que, dado el carácter de su hijo, terminaría haciéndose amigo de Tellagorri, a quien ella consideraba como un hombre siniestro. Efectivamente, así fué; el mismo día en que el viejo supo la paliza que su sobrino había adjudicado al joven Ohando, le tomó bajo su protección y comenzó a iniciarle en su vida.
El mismo se?alado día en que Martín disfrutó de la amistad de Tellagorri, obtuvo también la benevolencia de _Marqués. Marqués_ era el perro de Tellagorri, un perro chiquito, feo, contagiado hasta tal punto con las ideas, preocupaciones y ma?as de su amo, que era como él; ladrón, astuto, vagabundo, viejo, cínico, insociable é independiente. Además, participaba del odio de Tellagorri por los ricos, cosa rara en un perro. Si _Marqués_ entraba alguna vez en la iglesia, era para ver si los chicos habían dejado en el suelo de los bancos donde se sentaban algún mendrugo de pan, no por otra cosa. No tenía veleidades místicas. A pesar de su título aristocrático, _Marqués_, no simpatizaba ni con el clero ni con la nobleza. Tellagorri le llamaba siempre Marquesch, alteración que en vasco parece más cari?osa.
Tellagorri poseía un huertecillo que no valía nada, según los inteligentes, en el extremo opuesto de su casa, y para ir a él le era indispensable recorrer todo el balcón de la muralla. Muchas veces le propusieron comprarle el huerto, pero él decía que le venía de familia y que los higos de sus higueras eran tan excelentes, que por nada del mundo vendería aquel pedazo de tierra.
Todo el mundo creía que conservaba el huertecillo para tener derecho de pasar por la muralla y robar, y esta opinión no se hallaba, ni mucho menos, alejada de la realidad.
Tellagorri era de la familia de los Galchagorris, la familia de los pantalones colorados, y este consonante, entre el mote de su familia y su nombre había servido al padre de la sacristana, viejo chusco que odiaba a Tellagorri, de motivo a una canción que hasta los chicos la sabían y que mortificaba profundamente a Tellagorri.
La canción decía así:
Tellagorri Galchagorri Ongui etorri Onera. Ostutzale Erantzale Nescatzale Zu cerá.
(Tellagorri, Galchagorri, bien venido seas aquí. Aficionado a robar, aficionado a beber aficionado a las muchachas, eres tú.)
Tellagorri, al oir la canción, fruncía el entrecejo y se ponía serio.
Tellagorri era un individualista convencido, tenía el individualismo del vasco reforzado y calafateado por el individualismo de los Tellagorris.
--Cada cual que conserve lo que tenga y que robe lo que pueda--decía.
ésta era la más social de sus teorías, las más insociables se las callaba.
Tellagorri no necesitaba de nadie para vivir. él se hacía la ropa, él se afeitaba y se cortaba el pelo, se fabrica las abarcas, y no necesitaba de nadie, ni de mujer ni de hombre. Así al menos lo aseguraba él.
Tellagorri, cuando le tomó por su cuenta a Martín, le ense?ó toda su ciencia. Le explicó la manera de acogotar una gallina sin que alborotase, le mostró la manera de coger los higos y las ciruelas de las huertas sin peligro de ser visto, y le ense?ó a conocer las setas buenas de las venenosas por el color de la hierba en donde se crían.
Esta cosecha de setas y la caza de caracoles constituía un ingreso para Tellagorri, pero el mayor era otro.
Había en la Ciudadela, en uno de los lienzos de la muralla, un rellano formado por tierra, al cual parecía tan imposible llegar subiendo como bajando. Sin embargo, Tellagorri dió con la vereda para escalar aquel rincón y, en este sitio recóndito y soleado, puso una verdadera plantación de tabaco, cuyas hojas secas vendía al tabernero Arcale.
El camino que llevaba a la plantación de tabaco del viejo, partía de una heredad de los Ohandos y pasaba por un foso de la Ciudadela. Abriendo una puerta vieja y carcomida que había en este foso, por unos escalones cubiertos de musgo, se llegaba al rincón de Tellagorri.
Este camino subía apoyándose en las gruesas raíces de los árboles, constituyendo una escalera de desiguales tramos, metida en un túnel de ramaje.
En verano, las hojas lo cubrían por completo. En los días calurosos de Agosto se podía dormir allí a la sombra, arrullado por el piar de los pájaros y el rezongar de los moscones.
El foso era lugar también interesante para Martín; las paredes estaban cubiertas de musgos rojos, amarillos y verdes; entre las piedras nacían la lechetrezna, el bele?o y el yezgo, y los grandes lagartos tornasolados se tostaban al sol. En los huecos de la muralla tenían sus nidos las lechuzas y los mochuelos.
Tellagorri explicaba todo detenidamente a Martín.
Tellagorri era un sabio, nadie conocía la comarca como él, nadie dominaba la geografía del río Ibaya, la fauna y la flora de sus orillas
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