Zadig | Page 9

Voltaire
la sustancia y el accidente, lo abstracto y lo concreto, las monadas y la harmonía preestablecida. Pues yo, dixo el segundo, procuraré hacerle justo y digno de tener amigos. Zadig falló: Ora seas ó no su padre, tú te casarás con su madre.
Todos los dias venian quejas á la corte contra el Itimadulet de Media, llamado Irax, gran potentado, que no era de perversa índole, pero que la vanidad y el deleyte le habian estragado. Raras veces permitia que le hablasen, y nunca que se atreviesen á contradecirle. No son tan vanos los pavones, ni mas voluptuosas las palomas, ni ménos perezosos los galápagos; solo respiraba vanagloria y deleytes vanos.
Probóse Zadig á corregirle, y le envió de parte del rey un maestro de música, con doce cantores y veinte y quatro violines, un mayordomo con seis cocineros y quatro gentiles-hombres, que no le dexaban nunca. Decia la órden del rey que se siguiese puntualísimamente el siguiente ceremonial, como aquí se pone.
El dia primero, así que se despertó el voluptuoso Irax, entró el maestro de música acompa?ado de los cantores y violines, y cantáron una cantata que duró dos horas, y de tres en tres minutos era el estribillo:
?Quanto merecimiento! ?Qué gracia, qué nobleza! ?Que ufano, que contento Debe estar de sí propio su grandeza!
Concluida la cantata, le recitó un gentil-hombre una arenga que duró tres quartos de hora, pintándole como un dechado perfecto de quantas prendas le faltaban; y acabada, le lleváron á la mesa al toque de los instrumentos. Duró tres horas la comida; y así que abria la boca para decir algo, exclamaba el gentil-hombre: Su Excelencia tendra razon. Apénas decia quatro palabras; interrumpia el segundo gentil-hombre, diciendo: Su Excelencia tiene razon. Los otros dos seltaban la carcajada en aplauso de los chistes que habia dicho ó debido decir Irax. Servidos que fuéron los postres, se repitió la cantata.
Parecióle delicioso el primer dia, y quedó persuadido de que le honraba el rey de reyes conforme á su mérito. El segundo le fué algo ménos grato; el tercero estuvo incomodado; el quarto no le pudo aguantar; el quinto fué un tormento; finalmente, aburrido de oir cantar sin cesar: ?qué ufano, qué contento dele estar de sí propio su grandeza! de que siempre le dixeran que tenia razon, y de que le repitieran la misma arenga todos los dias á la propia hora, escribió á la corte suplicando al rey que fuese dignado de llamar á sus gentiles- hombres, sus músicos y su mayordomo, prometiendo tener mas aplicacion y ménos vanidad. Luego gustó ménos de aduladores, dió ménos fiestas, y fué mas feliz; porque, como dice el Sader, sin cesar placeres no son placeres.

CAPITULO VII.
Disputas y audiencias.
De este modo acreditaba Zadig cada dia su agudo ingenío y su buen corazon; todos le miraban con admiracion, y le amaban empero. Era reputado el mas venturoso de los hombres; lleno estaba todo el imperio de su nombre; gui?ábanle á hurtadillas todas las mugeres; ensalzaban su justificacion los ciudadanos todos; los sabios le miraban como un oráculo, y hasta los mismos magos confesaban que sabia punto mas que el viejo archi-mago Siara, tan léjos entónces de formarle cansa acerca de los grifos, que solo se creía lo que á él le parecia creible.
Reynaba de mil y quinientos a?os atras una gran contienda en Babilonia, que tenia dividido el imperio en dos irreconciliables sectas: la una sustentaba que siempre se debia entrar en el templo de Mitras el pié izquierdo por delante; y la otra miraba con abominacion semejante estilo, y llevaba siempre el pié derecho delantero. Todo el mundo aguardaba con ansia el dia de la fiesta solemne del fuego sagrado, para saber qué secta favorecia Zadig: todos tenian clavados los ojos en sus dos piés; toda la ciudad estaba suspensa y agitada. Entró Zadig en el templo saltando á pié-juntilla, y luego en un eloqüente discurso hizo ver que el Dios del cielo y la tierra, que no mira con privilegio á nadie, el mismo caso hace del pié izquierdo que del derecho. Dixo el envidioso y su muger que no habia suficientes figuras en su arenga, donde no se vían baylar las monta?as ni las colinas. Decian que no habia en ella ni xugo ni talento, que no se vía la mar ahuyentada, las estrellas por tierra, y el sol derretido como cera vírgen; por fin, que no estaba en buen estilo oriental. Zadig no aspiraba mas que á que fuese su estilo el de la razon. Todo el mundo se declaró en su favor, no porque estaba en el camino de la verdad, ni porque era discreto, ni porque era amable, sino porque era primer visir.
No dió ménos felice cima á otro intrincadísimo pleyto de los magos blancos con los negros. Los blancos decian que era impiedad dirigirse al oriente
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