á la poesía, y que siempre se puede sacar algo con los príncipes que gustan de coplas, le dió en que pensar la aventura del papagayo. Acordándose entónces la reyna de lo que habia en el trozo del libro de memoria de Zadig, mandó que se le traxesen, y confrontando ámbos trozos se vió que venia uno con otro; y los versos de Zadig, leidos como él los habia escrito, eran los siguientes:
Un monstruo detestable es la sangrienta guerra; Hoy rige la Caldea en paz el rey sin sustos: Su trono incontrastable amor tiene en la tierra; El poder mismo afea quien no goza sus gustos.
Al punto mandó el rey que traxeran á Zadig á su presencia, y que sacaran de la cárcel á sus dos amigos y la hermosa dama. Postróse el rostro por el suelo Zadig á las plantas del rey y la reyna; pidióles rendidamente perdon por los malos versos que habia compuesto, y habló con tal donayre, tino y agudeza, que los monarcas quisiéron volver á verle: volvió, y gustó mas. Le adjudicáron los bienes del envidioso que injustamente le habia acusado: Zadig se los restituyó todos, y el único afecto del corazon de su acusador fué el gozo de no perder lo que tenia. De dia en dia se aumentaba el aprecio que el rey de Zadig hacia: convidábale á todas sus recreaciones, y le consultaba en todos asuntos. Desde entónces la reyna empezó á mirarle con una complacencia que podia acarrear graves peligros á ella, á su augusto esposo, á Zadig y al reyno entero, y Zadig á creer que no es cosa tan dificultosa vivir feliz.
CAPITULO V.
El generoso.
Vino la época de la celebridad de una solemne fiesta que se hacia cada cinco a?os, porque era estilo en Babilonia declarar con solemnidad, al cabo de cinco a?os, qual de los ciudadanos habia hecho la mas generosa accion. Los jueces eran los grandes y los magos. Exponia el primer satrapa encargado del gobierno de la ciudad, las acciones mas ilustres hechas en el tiempo de su gobierno; los jueces votaban, y el rey pronunciaba la decision. De los extremos de la tierra acudian espectadores á esta solemnidad. Recibia el vencedor de mano del monarca una copa de oro guarnecida de piedras preciosas, y le decia el rey estas palabras: "Recibid este premio de la generosidad, y oxalá me concedan los Dioses muchos vasallos que á vos se parezcan."
Llegado este memorable dia, se dexó ver el rey en su trono, rodeado de grandes, magos y diputados de todas las naciones, que venian, á unos juegos donde no con la ligereza de los caballos, ni con la fuerza corporal, sino con la virtud se grangeaba la gloria. Recitó en voz alta el satrapa las acciones por las quales podian sus autores merecer el inestimable premio, y no habló siquiera de la magnanimidad con que habia restituido Zadig todo su caudal al envidioso: que no era esta accion que mereciera disputar el premio.
Primero presentó á un juez que habiendo, en virtud de una equivocacion de que no era responsable, fallado un pleyto importante contra un ciudadano, le habia dado todo su caudal, que era lo equivalente de la perdida del litigante.
Luego produxo un mancebo que perdido de amor por una doncella con quien se iba á casar, se la cedió no obstante á un amigo suyo, que estaba á la muerte por amores de la misma, y ademas dotó la doncella.
Hizo luego comparecer á un militar que en la guerra de Hircania habia dado exemplo todavía de mayor generosidad. Llevábanse á suamada unos soldados enemigos, y miéntras la estaba defendiendo contra ellos, le viniéron á decir que otros Hircanos se llevaban de allí cerca á su madre; y abandonó llorando á su querida, por libertar á la madre. Quando volvió á tomar la defensa de su dama, la encontró expirando, y se quiso dar la muerte; pero le representó su madre que no tenia mas apoyo que él, y tuvo ánimo para sufrir la vida.
Inclinábanse los jueces por este soldado; pero el rey tomando la palabra, dixo: Accion es noble la suya, y tambien lo son las de los otros, pero no me pasman; y ayer hizo Zadig una que me ha pasmado. Pocos dias ha que ha caido de mi gracia Coreb, mi ministro y valido. Quejábame de él con vehemencia, y todos los palaciegos me decian que era yo demasiadamente misericordioso; todos decian á porfía mal de Coreb. Pregunté su dictámen á Zadig, y se atrevió á alaharle. Confieso qne en nuestras historias he visto exemplos de haber pagado un yerro con su caudal, cedido su dama, ó antepuesto su madre al objeto de su amor; pero nunca he leido que un palaciego haya dicho bien de un ministro caido con quien estaba enojado su soberano.

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