separándole por último la bocana de la bahía de Larsogon de Tumalaytay y Macalaya, donde estuvo también algún tiempo la capital de la provincia, siéndolo hoy el pueblo de Albay que le da nombre.
La palabra albay, es corrupción de albay-bay; al preposición castellana, y bay-bay palabra bicol que significa playa; de modo, que unida la palabra espa?ola á la bicol, resulta albay-bay, ó sea á la playa. Sabido es que antiguamente se vivía por lo general tierra adentro para evitar las sorpresas de los desembarcos moros ó de los mismos barangayanes enemigos, y acaso entre aquellos habitantes habría algún europeo que al mandarlos á la playa, construiría la palabra albay-bay. El abuso que hace el indio del apócope, justifica que la palabra albay-bay quedase reducida á la de Albay. El primitivo pueblo fué el conocido hoy por el de Legaspi, y al cual muchos naturales le siguen llamando Vanuangdaan, ó sea Albay viejo.
El lugar que ocupa en la actualidad la cabecera, se denominaba tay-tay que significa fila ó hilera.
Albay, ó sea la capital de la provincia de la que toma el nombre, se encuentra situado entre los pueblos de Daraga y Legaspi, distando de este último, y por consiguiente de la mar, 3 km. escasos. El aspecto del pueblo no demuestra ser la cabecera de una de las provincias más ricas del archipiélago filipino. La Casa Real, residencia del Gobernador, es una destartalada vivienda de construcción mixta, predominando en ella la tabla y la nipa. La Administración de Hacienda tiene techo de hierro, y el Tribunal, pobrísimo edificio, es al par que casa municipal cárcel de partido. Esta cárcel dividida en dos reducidas cuadras, ocupa los bajos del Tribunal y alberga no solo los presos preventivos, si que también los que procedentes de causas sustanciadas en aquel juzgado, fueron condenados á menos de dos a?os de prisión. La provincia que nos ocupa tiene una gran masa de población, y aunque su criminalidad no es mucha, siempre hay que contar entre los detenidos por el Gobierno, juzgado y administración, y los que extinguen condena, con unos 150 á 200 individuos por término medio, amontonados en los sucios sótanos de aquella cárcel. Es de advertir que Albay es una de las provincias que más rendimiento llevan á las cajas locales, siendo la última que dejó de pagar la contribución llamada tanorias, importante unos 25.000 duros. Estos ingresos, visto el desamparo y la carencia absoluta de edificios públicos, prueba no se les da su verdadero destino; cierto es que á saliente de la plaza del pueblo se alzan los muros de una soberbia cárcel, pero ciertísimo es también que ya se han agotado no sabemos cuántos presupuestos, y que los muros siguen poco menos que en cimientos, que las maderas acopiadas se pudren y que los hierros y sillares desaparecen. Y al hablar de la cárcel no podemos pasar en silencio un hecho que se verifica, no solamente en la de Albay, si que también en la mayoría de las de Filipinas. Un Gobernador general práctico y conocedor de las necesidades del indio, consiguió del Gobierno supremo un Real decreto por el que se le autorizaba á dar permisos á los jefes de provincias, para que á los presos preventivos no solamente se les dejara salir de las cárceles, con la competente custodia, á ba?arse, lavar la ropa y hacer aguada, si que también á ocuparlos en trabajos moderados que revistieran caracteres puramente higiénicos. Esta concesión como se ve, teniendo en cuenta la estrechez, malas condiciones de las cárceles y fuertes temperaturas de aquellos climas, era benéfica y humanitaria: pero en efecto, el tiempo y las circunstancias han convertido el principio humanitario en inhumanitario y cruel, y el trabajo regenerador, higiénico y voluntario del preso preventivo, en el infamante, durísimo y forzoso del condenado. Se dirá, ?y el indio por qué no reclama? Pues es muy sencillo; el indio de cárcel pertenece á la clase desheredada que ni defiende derechos ni muchas veces los conoce, y á falta de ese conocimiento, elevamos nuestra débil voz á los poderes públicos pidiéndoles hagan desaparecer este monstruoso abuso que ha introducido la costumbre en no pocas provincias filipinas.
Frente á la Casa Real hay un hermoso y espacioso jardín en cuyo centro se alza un sencillo monumento dedicado á la memoria del Gobernador D. José María Pe?aranda. La iglesia es de una sola nave, y tanto su construcción como cuanto contiene, es muy pobre. Su administración corre á cargo de un clérigo indígena.
Nada tiene este pueblo de particular que, de contar sea, salvo recordar la bellísima vega en que se asienta, y las aguas termales del Gogon, cuyo manantial se encuentra á las faldas del Sig?ion, heraldo del grandioso Mayon, que se alza á su espalda.
En Albay como en toda la provincia se habla el bicol siendo
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