á un andaluz joven, buen mozo, bullanguero y galante? De seguro todas. Por lo tanto, al capitán ya lo conocemos. En cuanto á mi amigo, completaremos el cuadro con cuatro brochazos. Se llama Luís, tiene 26 a?os, es rubio, alto, delgado, viste á la francesa, come á la francesa, piensa á la francesa, y no es francés porque su madre tuvo la debilidad de aligerar su carga en cierto lugarejo del prosáico garbanzo y de la judía, que Luís jamás nombra porque cree es poco francés.
Luís se llama literato; pero conoce más á Balzac que á Cervantes, tararea música, pero á buen seguro que no podrá recordar un aire de Barbieri más siempre una cancionette de Ofembach. La revolución francesa, las jornadas del imperio y las encrucijadas de la Commune las recorre sin tropezar; en cambio da sendos traspiés al entrar en el campamento de Santa Fe ó al pasear los campos de Almansa y de Bailén. A nuestras góticas catedrales y á nuestros moriscos palacios les encuentra el defecto de que al pié de sus muros se alce la albahaca silvestre y el agreste tomillo, circunstancias poco en consonancia con los monumentos franceses.
Luís, no tocándole la cuerda del chic, el esprit y el confort, es un perfecto hombre en su juicio; pero en cuanto se traspasa el tabique de los Pirineos, enristra la lanza de Don Quijote y demuestra que en todos los siglos nacen andantes caballeros. Luís tiene todas las condiciones para ser feliz, y sin embargo, no lo es. Continuamente le atormenta la idea de que no le planchan los cuellos á la francesa, y la de que no toquen los barcos de las mensajerías en Manila. La probabilidad de tenerse que ir en un barco espa?ol y el ponerse un cuello planchado con morisqueta le hacen completamente desgraciado.
En el tiempo que he invertido en dar los anteriores brochazos, han ocupado sus respectivos sitios dos mestizas, una vestida de saya y otra á la europea, y al lado de aquellas un anciano y reverendo padre franciscano.
El almuerzo era servido sobre cubierta, gracias á la amabilidad del capitán. Un doble toldo nos preservaba del sol, mas no de las brisas marinas que acariciaban los festones de la lona y de la potente luz de los trópicos que descomponía sus rayos en las talladas copas.
Las dos mestizas comían y callaban, el capitán servía, el fraile se reservaba, Luís mascullaba el prosáico espa?ol cocido, y un servidor de ustedes espiaba la ocasión para tomar un buen punto de luz que llenase por completo á mis modelos. Sobre la paleta tenía combinadas dos tintas desde que principié á analizar á las dos mestizas que comían frente á mí. Es imposible contemplar en criatura humana unos ojos más negros y aterciopelados, cual los que tenía delante, un pelo más en armonía con los ojos, y unos dientes más en contraposición con el color del pelo. Las dos mestizas indudablemente eran hermanas y no diré gemelas, pues á simple vista se notaba entre ambas una desproporción de edades, que si no llegaba á la suposición de que fuesen madre é hija, en cambio completaba la de que eran hermanas. En sus fisonomías había rasgos salientes y notablemente acentuados, que denunciaban la unión de la raza europea con la raza india. La mestiza que lleva en sus venas una sola gota de sangre china, jamás puede confundirse ni con la cuarterona ni con la mestiza de india y europeo. Es imposible encontrar en las razas humanas una fuerza de atracción como la que se nota en la china y japonesa. Que haya unión de chino y europea ó viceversa, y de seguro los hijos son chinos; que la haya de india con chino y la prole es china y siempre china, no dándose ni aun el caso del salto atrás, pues tan chino es el biznieto de chino como el tataranieto, por más que este nazca en Europa y no se conozca en la familia el más leve recuerdo del Celeste Imperio. Los ojos chinos no los corrige ni las conjunciones de sangre, ni el bisturí del operador, ni los cosméticos del tocador. La hija de mestiza europea y de padre europeo, ó sea la cuarterona, también se distingue y se define perfectamente, no dando lugar á que se confunda con la mestiza pura de india y europeo. Esta última es morena, sus ojos por lo regular son negros, su nariz algo deprimida, su pelo largo y de gruesa hebra y sus labios ligeramente abultados. El rasgo característico que define á la cuarterona de la mestiza, es que esta última conserva en toda su pureza las tradiciones de su airoso y pintoresco traje. La saya suelta, la diminuta chinela, la bordada pi?a, el alto pusod, la aplastada peineta y los peque?os aretes, constituyen su
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