Un viaje de novios | Page 9

Emilia Pardo Bazán
de ultramarinos, en las tristes mañanas de invierno,
cuando la escarcha empaña el vidrio del escaparate, cuando los pies se
hielan en la atmósfera gris de la solitaria lonja, y el lecho recién
abandonado y caliente aun por ventura, reclama con dulces voces a su
mal despierto ocupante. Entonces, semiaturdido, solicitando al sueño
por las exigencias de su naturaleza hercúlea y de su espesa sangre,
cogía el señor Joaquín la maquinilla, cebaba con alcohol el depósito,
prendía fuego, y presto salía del pico de hojalata negro y humeante río
de café, cuyas ondas a la vez calentaban, despejaban la cabeza y con la
leve fiebre y el grato amargor, dejaban apto al coloso para velar y
trabajar, sacar sus cuentas y pesar y vender sus artículos. Ya en León, y
árbitro de dormir a pierna suelta, no abandonó el señor Joaquín el
adquirido vicio, antes lo reforzó con otros nuevos: acostumbrose a
beber la obscura infusión en el café más cercano a su domicilio, y a
acompañarla con una copa de Kummel y con la lectura de un diario
político, siempre el mismo, invariable. En cierta ocasión ocurrió al
Gobierno suspender el periódico una veintena de días, y faltó poco para
que el señor Joaquín renunciase, de puro desesperado, al café. Porque
siendo el señor Joaquín español, ocioso me parece advertir que tenía
sus opiniones políticas como el más pintado, y que el celo del bien
público le comía, ni más ni menos que nos devora a todos. Era el señor
Joaquín inofensivo ejemplar de la extinguida especie progresista: a
querer clasificarlo científicamente, le llamaríamos la variedad
progresista de impresión. La aventura única en su vida de hombre de
partido, fue que cierto día, un personaje político célebre, exaltado
entonces y que con armas y bagajes se pasó a los conservadores
después, entrase en su tienda a pedirle el voto para diputado a Cortes.
Desde aquel supremo momento quedó mi señor Joaquín rotulado,
definido y con marca; era progresista de los del señor don Fulano. En
vano corrieron años y sobrevinieron acontecimientos, y emigraron las
golondrinas políticas en busca siempre de más templadas zonas; en
vano mal intencionados decían al señor Joaquín que su jefe y natural
señor el personaje era ya tan progresista como su abuela; que hasta no
quedaban sobre la haz de la tierra progresistas, que éstos eran tan
fósiles como el megaterio y el plesiosauro; en vano le enseñaban los
mil remiendos zurcidos sobre el manto de púrpura de la voluntad

nacional por las mismas pecadoras manos de su ídolo; el señor Joaquín,
ni por esas, erre que erre y más firme que un poste en la adhesión que al
don Fulano profesaba. Semejante a aquellos amadores que fijan en la
mente la imagen de sus amadas tal cual se les apareció en una hora
culminante y memorable para ellos, y, a despecho de las injurias del
tiempo irreverente, ya nunca las ven de otro modo, al señor Joaquín no
le cupo jamás en la mollera que su caro prohombre fuese distinto de
como era en aquel instante, cuando encendido el rostro y con
elocuencia fogosa y tribunicia se dignó apoyarse en el mostrador de la
lonja, entre un pilón de azúcar y las balanzas, demandando el sufragio.
Suscrito desde entonces al periódico del consabido prohombre, compró
también una mala litografía que lo representaba en actitud de arengar, y
añadido el marco dorado imprescindible, la colgó en su dormitorio
entre un daguerrotipo de la difunta y una estampa de la bienaventurada
virgen Santa Lucía, que enseñaba en un plato dos ojos como huevos
escalfados. Acostumbrose el señor Joaquín a juzgar de los sucesos
políticos conforme a la pautilla de su prohombre, a quien él llamaba,
con toda confianza, por su nombre de pila. Que arreciaba lo de Cuba:
¡bah! dice don Fulano que es asunto de dos meses la pacificación
completa. Que discurrían partidas por las provincias vascas: ¡no
asustarse!; afirma don Fulano que el partido absolutista está muerto, y
los muertos no resucitan. Que hay profunda escisión en la mayoría
liberal; que unos aclaman a X y otros a Z... Bueno, bueno; don Fulano
lo arreglará, se pinta él solo para eso. Que hambre.... ¡sí, que se mama
el dedo don Fulano!, ahora mismito van a abrirse los veneros de la
riqueza pública.... Que impuestos.... ¡don Fulano habló de economías!
Que socialismo.... ¡paparruchas! ¡Atrévanse con don Fulano, y ya les
dirá él cuántas son cinco! Y así, sin más dudas ni recelos, atravesó el
señor Joaquín la borrasca revolucionaria y entró en la restauración, muy
satisfecho porque don Fulano sobrenadaba, y se apreciaban sus méritos,
y tenía la sartén por el mango hoy como ayer.
Dado tal linaje de culto, juzgue el pío lector cuál sería el gozo,
confusión y anonadamiento del señor Joaquín, al recibir
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