Un viaje de novios | Page 4

Emilia Pardo Bazán
la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado. Uno de ellos llevaba la voz, y los demás le manifestaban singular deferencia en sus ademanes. Animaba aquel grupo una jovialidad retozona, contenida por el empaque burocrático: hervía también allí la curiosidad, menos ingenua y descarada, pero más aguda y epigramática que en el hormiguero de las amigas. Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas por un movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires de inteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazos que se unían como en confidencia tácita. La mancha clara del sobretodo gris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estatura aventajada dominaba también las de los circunstantes. Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho ali?o y cuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su due?o; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que anta?o fue un buen mozo, esto se veía en el desposado. Quizás ayudaba el mismo primor del traje a patentizar la madurez de los a?os: el luengo sobretodo ce?ía demasiado el talle, no muy esbelto ya; el fieltro, ladeado gentilmente, pedía a gritos las mejillas y sienes de un mancebo. Pero así y todo, entre aquella colección de vulgares figuras de provincia, tenía la del novio no sé qué tufillo cortesano, cierto desenfado de hombre hecho a la vida ancha y fácil de los grandes centros, y la soltura de quien no conoce escrúpulos, ni se para en barras cuando el propio interés está en juego. Hasta se distinguía del grupo de sus amigos, por la reserva de buen género con que acogía las insinuaciones y bromas sotto voce, tan adecuadas al carácter mesocrático de la boda.
Anunciaba ya la máquina con algún silbido la próxima marcha; acelerábase en el andén el movimiento que la precede, y temblaba el suelo bajo la pesadumbre de los rodantes camiones, cargados de bultos de equipaje. Oyose por fin el grito sacramental de los empleados. Hasta entonces las gentes de la despedida habían conversado en voz queda, confidencialmente, por parejas: el cercano desenlace pareció reanimarlas, desencantarlas, mudando la escena en un segundo. Corrió la novia a su padre, abiertos los brazos, y el viejo y la ni?a se confundieron en un abrazo largo, verdadero, popular, abrazo en que crujían los huesos y el aliento se acortaba. Salían de las bocas, casi unidas, entrecruzadas y rápidas frases.
--Que escribas... cuidado me llamo... todos los días, ?eh? No bebas agua fría cuando estés sudando.... Tu marido lleva dinero... pedid más si se acaba.
--No se aflija usted, se?or.... Yo haré por volver pronto.... Cuídese usted mucho, por Dios... atienda usted al asma.... Vaya usted de tiempo en tiempo a ver al se?or de Rada.... Si tiene usted algo, un telegrama volando.... ?Palabra de honor?
Después vinieron los apretones, los besucones, los pucheros del acompa?amiento femenino, y el último encargo, y el último deseo....
--Dios os haga dichosos... como patriarcas....
--San Rafael te acompa?e, hija.
--?Quién como tú, chica!, ?a Francia en un vuelo!
--No te olvides de mi abrigo.... ?Van en el mundo las medias? ?Confundirás los hilos?
--Mira que las tiras bordadas no sean de ojales, que de esas ya las hay por acá.
--Abre bien esos ojazos, míralo todito, ?y después nos contarás cada cosa!...
--Padre Urtazu--dijo la desposada llegándose al que su negra faja declaraba por jesuita, y, asiéndole la mano, sobre la cual cayeron a un tiempo sus labios y dos lágrimas, claras como agua--, pida usted a Dios por mí....
Y acercándose más, a?adió bajito:
--Que si papá tiene algo, me lo avise usted, usted ?verdad? Yo le enviaré a usted las se?as de todas partes donde nos detengamos.... No me lo descuide usted; ?irá usted de vez en cuando a ver cómo lo pasa? Se queda el pobre tan solito....
Alzó el jesuita la cabeza y fijó en la ni?a sus ojos levemente bizcos, como son los de las personas hechas a concentrar y sujetar la mirada. Y con la vaga sonrisa distraída de las gentes meditabundas, y en el propio tono confidencial:
--Vete en paz, y Dios Nuestro Se?or te acompa?e, que es buen acompa?ante--contestó--. Ya he rezado por ti el itinerario, para que volvamos tan sanos y satisfechos.... Acuérdate de lo que te avisé, chiquilla; ahora ya somos, como quien dice, una se?ora casada y de respeto; y aunque nos parece que todo se va a volver florecicas y mieles en el nuevo
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