Un paseo por Paris, retratos al natural | Page 3

Roque Barcia
esta inmensa química; acaso serémos injustos y agresivos con esta sociedad que nos asombra, como podria asombrarnos una fantástica aparicion; suplicamos al pueblo francés que nos perdone; pero vamos á manifestar una idea, que hemos concebido más de una vez, que hemos concebido muchas veces, bajo la influencia de hechos análogos, lo cual prueba al menos que nuestra idea no es el resultado de una excepcion. Cuando el espectador rie siempre, ó siempre llora, algo hace el actor para producir aquella risa ó aquel llanto. Hé aquí nuestra idea. Creemos que el dominio que Paris ejerce, creemos que ese espíritu en alas del cual visita todo el globo; ese reinado que tiene un trono en tantos pueblos; esa culta y privilegiada tiranía con que está pesando sobre el mundo de hoy; creemos que esa ma?osa red que tiene extendida sobre toda la tierra, no es tanto la obra de su ciencia, de su arte, de su industria y de su comercio, como la de su prodigiosa habilidad en dar á las cosas una segunda cara, una cara postiza, _la cara francesa_: es decir, una mano que cubre la cara de carne con una máscara de carton. Creemos que la supremacía que hoy alcanza, el universal se?orío de que con más ó menos razon está tan orgulloso, no lo debe tanto á las creaciones de su genio, como al artificio de su palaustre. Otro crea, otro hace, otro descubre, otro saca del caos del pensamiento la sustancia impalpable de la idea, el gérmen divino. Esta idea arranca, esta idea camina por el mundo, Paris la llama, la acaricia, la pule, la compone, la ajusta, la viste: es decir, coge su mezcla maravillosa, empu?a su palaustre mágico ... ?oh portento! ?Ved como brilla ahora lo que poco antes era oscuro! ?Ved qué gracioso, qué bonito, qué jugueton es, lo que poco antes era duro, severo, grave! Antes era una cosa; lo que el arte ó la naturaleza queria que fuese; ahora es una _monería_; lo que Paris ha querido que sea. Dios y el hombre tienen un taller. Paris tiene otro; el taller de Paris. El escudo de armas de esta importantísima ciudad, debia representar un monarca que empu?a por cetro un palaustre. Volvemos á pedir uno y mil perdones al pueblo parisiense, imploramos humildemente su indulgencia, en justo pago de la deslumbradora hospitalidad que nos ofrece; pero hemos dejado nuestra pobre Espa?a para decirla, no lo que so?emos, sino lo que creamos, y eso es lo que creemos al pié de la letra.
Pues volviendo á la cuestion moral, hemos descubierto que el _palaustre francés_ anda tambien alisando la cara de las costumbres, y que más allá de esa cara lisa y graciosa, abajo, en lo hondo de la fábrica, hay ciertas escorias que el palaustre no puede quitar, porque el palaustre no quita nada, lo compone todo. Y nosotros, rudos y aviesos espa?oles, no queremos esas composturas francesas. Aunque la cara no esté tan bonita, preferimos que el interior no esté tan podrido, y dando las gracias encima, regalamos á nuestros vecinos la escoria que está dentro y la cara graciosa que está fuera.
Excusamos advertir que no nos duele que seamos llevados por un espíritu extranjero, sino que seamos llevados sin razon. Cuando la razon media, cuando la religion universal de lo bueno y de lo justo nos hace hermanos, no vemos extranjeros, sino hombres. La idea del hombre nos hace grandes, generosos, magnánimos, inmensos, por decirlo así, y no debemos pagar á aquella noble idea siendo egoistas. ?No! No marcamos fronteras á los hechos universales, como lo son todos los que se refieren al bien humano. No ponemos límites á ese bien, como no damos patria al ambiente, á la tierra, al calórico, á los celajes. Un patriotismo exagerado, es al mismo tiempo una ridiculez, una supersticion y una imbecilidad. Nos pondrémos de parte de Espa?a en este caso, porque cuando un hecho particular quiere absorber á otro hecho particular, no podemos menos de declararnos á favor de aquel que recibe la agresion injusta, especialmente cuando este hecho corre unido al amor y a la veneracion que nos merecen las cenizas de nuestros padres, Antes que cuestion de país, es cuestion de verdad. Es cuestion de patria tambien; seriamos hipócritas si lo negásemos; pero este respeto viene despues, como un hombre está despues de la humanidad, como la narracion de un solo hecho está despues de toda la historia.
Tal es el pensamiento con que vamos á tratar esta delicada materia, y declarado así, quedamos tranquilos y con el valor suficiente para decir cuanto nos dicten nuestras convicciones. Pero no faltará quien diga: ?á qué tantas ceremonias y escrúpulos con esos hombres aturdidos y desleales, que hablan al mundo de nuestro país, como si hablasen de una horda de la Nueva
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