veces si el Se?or habrá decidido que yo me muera antes de que pueda realizar mi deseo, al cual va unido el mayor beneficio que se puede hacer a una huérfana pobre y sin amparo. ?Qué sería entonces de esa infeliz?...
--La pobrecita tendría una gran pena--dijo Salvador.
--?Se moriría de pena?--preguntó Cordero con ingenuidad pueril.
--Tanto como morirse....
--No se moriría, no.... ?pero qué desamparada, qué sola se quedaría en el mundo! ?Quién comprendería su mérito? ?quién le tendería una mano?
--No podría reemplazar sin duda dignamente el bien que perdía--dijo Monsalud, sentándose junto al perniquebrado Cordero--; pero parte del bien que merece lo hallaría tal vez... casándose conmigo.
Los dos se miraron asombrados y con ligero ce?o.
--?Con usted!--exclamó el de Boteros volviendo de su sorpresa...--?Ha pensado usted en eso alguna vez?
--Muchas.
--?Si yo no existiese!... ?Y ella consentiría?...
--No lo aseguro. Pero pasado algún tiempo es fácil que consintiese. Sólo Dios es eterno.
--Y usted desea....
Lanzado de improviso a un mar de confusiones, D. Benigno no pudo decir más. Su amigo, quizás arrepentido de haber hecho una declaración imprudente, trató de tranquilizarle hablándole de lo bien que dirigía Cristina la dichosa nave del Estado. Entonces la alegoría del barquichuelo estaba en todo su auge, y no se mentaban las dificultades del Gobierno sin sacar a relucir la consabida embarcación, el mar borrascoso de la política, y principalmente el timón ministerial, que algunos llamaban gubernalle. Después dijo que el decreto abriendo las universidades era un golpe maestro; la amnistía, aunque muy restringida, un levantado pensamiento digno de los más grandes políticos, y la destitución de Eguía y González Moreno una obra maestra de previsión; pero a?adió que muchas y muy peregrinas dotes de ingenio y energía había de desplegar la Reina para someter a la plaga de humanos monstruos que con el nombre de voluntarios realistas asolaba el Reino. A todo esto atendía poco el enfermo, porque tenía su pensamiento harto distante de los disturbios de Espa?a. No será ocioso decir que en aquel momento sintió D. Benigno renacer en su pecho la antipatía que en otras ocasiones le inspirara su amigote; pero como en tan noble alma no cabía la ingratitud, pensó en las atenciones y cuidados que al mismo debía durante la enfermedad, y con esto se le fue pasando el rencorcillo. En las conversaciones de los días siguientes tuvo el buen acuerdo de no nombrar a la familia ni los Cigarrales, ni mentar cosa alguna que pudiese relacionarse con el importuno asunto de sus futuras bodas.
Un día, no obstante, en ocasión que comía en su lecho despaciosamente y gustando bien los manjares, como era en él costumbre, quedose un buen rato a medio mascar, sin quitar los ojos de Salvador; y volviendo luego a atender al plato, habló así:
--Mis distracciones son tan chuscas como mis sue?os. Hace un momento hallábame tan abstraído, tan engolfado con el pensamiento en ideas y cosas de mi familia que sin saberlo, aparté en el plato y corté con mi cuchillo los pedacitos con que suelo engolosinar a Juanillo Jacobo cuando come junto a mí. Me parecía que el peque?uelo estaba a mi lado y que los demás distaban poco. Esto es tan frecuente en mí, Sr. D. Salvador, en el insoportable tedio de esta soldadura, que a veces, cuando siento pasos, me parece que son ellos que van a entrar, y cuando suena voz de mujer, si es bronca y rega?ona, me parece la de mi hermana, si es dulce y apacible como la de la misma discreción, me parece la de Sola. Cuando despierto por las ma?anitas, mi alucinación es tal que con la propia evidencia se confunde, y siento que entran y salen, oigo a Cruz rega?ando con los chicos y haciendo mimos a los pájaros; oigo a Sola arreglando a los peque?uelos para que vayan a la escuela, y me digo para mi sayo: ?Tempranito se ha levantado mi gente. Ya, Sola ha puesto mi cuarto como el oro, y me ha preparado ese chocolate que, por lo exquisito, debe de caer en espesos chorros del mismo cielo?.
Dando luego un gran suspiro se sonrió y dijo:
--Usted, solterón empedernido, no comprende estas deliciosas chocheces del alma. Diviértase usted con la política, con el conspirar, con la suerte de las monarquías, y derrítase los sesos pensando en si debe haber más o menos cantidad de Rey y tal o cual dosis de Constitución. Buen provecho, amiguito; yo me atengo a lo del poeta: denme mantequillas y pan tierno; sí se?or, mantequillas, es decir amores puros y tranquilos: pan tierno, es decir, la sosegada compa?ía de una esposa honesta y casera, el besuqueo de los nenes, el trabajo y cien mil alegrías que cruzándose con algunas penillas van tejiendo nuestra vida.
--Bueno es el cuadro, bueno--dijo el otro, ocultando medianamente su disgusto--. Cuando sea realidad avise usted.... Me consolaré de
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