días, como no recibiese noticias de su prometido ni oyese hablar de él, perdió la paciencia y se decidió á informarse. Interrogada la portera de la casa, respondió que el se?or Roussel estaba en París, del que no se había movido, y que acababa de entrar en su casa. á Clementina se le subió la sangre á la cabeza; se vió burlada, desde?ada; el temor y la cólera la sublevaban al mismo tiempo. Prorrumpió en una exclamación que asustó á la portera y enseguida, tomando su partido en un segundo, se lanzó á la escalera, subió los dos pisos, llamó con violencia, y sin preguntar nada al criado, que la conoció y estaba estupefacto, entró como una avalancha en el gabinete de su primo.
Fortunato, sentado en una gran butaca y con una excelente pipa en la boca, leía tranquilamente su correo de la tarde, cuando la puerta, al abrirse bruscamente, le hizo levantar la vista. Se levantó rápidamente al reconocer á Clementina, colocó la pipa sobre la chimenea, metió las cartas en el bolsillo y con voz un poco temblorosa, porque tenía la sospecha de haberse conducido sin galantería, dijo:
--?Calla! querida prima, ?eres tú?
Después de esta vulgaridad, permaneció cortado, mirando con embarazo á Clementina, que estaba pálida, verdosa, sofocada, con los ojos dorados por la hiel. Por fin pudo recobrar la respiración y temblando de cólera, dijo:
--?Con que me ha enga?ado usted, diciéndome que se ausentaba? Yo le creía de viaje y está usted en París....
--He vuelto antes de lo que pensaba, balbuceó Fortunato.
--No mienta usted; porque no ha salido de París.
--Pero....
--?Oh! Ahora comprendo porqué no quiere usted llevar su título ... No vendría bien con su carácter....
--?Prima mía!...
--Se ha portado usted conmigo como un patán.
--?Ah!
--Si, ?lo que ha hecho usted es una cobardía!
Y excitándose con el ruido de sus propias palabras, animándose con sus mismas violencias y viendo á Roussel consternado, Clementina llegó al paroxismo del furor. Traspasando todo límite, perdió la cabeza y si su primo hubiera respondido en el mismo tono, hubiera sido capaz de pegarle. Pero él estaba tan pacífico como ella excitada. En vez de replicar, de defenderse, observaba á su adversario y se afirmaba en la resolución de no unirse con semejante furia. Y, sin embargo, si en ese instante Fortunato hubiese proferido una sola palabra afectuosa; si hubiera procurado hacer vibrar el corazón apasionado de la se?orita Guichard, la hubiese hecho prorrumpir en sollozos, la hubiera obligado á pedir gracia y la hubiera permitido demostrar la verdadera ternura que sentía por él. Y acaso el uno y el otro hubieran sido felices, hasta tal punto arregla las cosas el amor. Pero Roussel no pronunció la palabra de afecto y Clementina, ahogada por la rabia y no encontrando ya más injurias que lanzar á la faz de su primo, arrojó un grito desgarrador y cayó en el sofá, víctima de un ataque nervioso.
Fortunato, que era la bondad misma, se precipitó á su socorro y recibió algunos puntapiés y alguna que otra tarascada, pero no retrocedió y empezó á desabrochar á Clementina, que lanzaba débiles quejidos. Le mojó concienzudamente las sienes con agua de Colonia y le hizo aspirar un frasco de sales. Estando inclinado hacia su prima, abrió ésta los ojos, le reconoció, se levantó de un salto, le dirigió una mirada de indignación, se volvió á abrochar y de pie en el umbral de la puerta, dijo:
--Conste que soy yo la que ha dado un paso de conciliación. Espero á usted á su vez esta tarde. Reflexione usted en las intenciones de nuestro tío Guichard y vea si le conviene sufrir las consecuencias de desobedecerle.
Clementina había vuelto á ponerse dura y arisca y acabó de desagradar definitivamente á Fortunato, el cual, creyendo necesario quemar sus naves y cortarse por completo la retirada, dijo en tono muy dulce:
--La consecuencia que tocaré, querida prima, será verte tomar mi parte en la herencia; tómala, pues: creo que no es un precio muy elevado para la libertad.
Acababa de hacer oir á Clementina las palabras más crueles que pudiera esperar de él. Su cara se descompuso y levantando una mano trémula á la altura de la cabeza de Fortunato, respondió:
--Está bien; usted se arrepentirá toda su vida de lo que acaba de contestarme. Desde hoy le considero á usted como mi más mortal enemigo.
Esperaba, acaso, en un arrepentimiento causado por la inquietud; pero había escogido el peor de los medios para atraer á Roussel, que no replicó; hizo una inclinación de cabeza; abrió la puerta á su prima y cuando la vió en la escalera, volvió á entrar en su casa, encendió de nuevo la pipa y continuó la lectura del correo de la tarde.
Sin embargo, no debía quedar tranquilo después de esta salida amenazadora y muy pronto pudo darse cuenta de que Clementina, fuera de su casa,
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