Tradiciones peruanas, by Ricardo Palma
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Title: Tradiciones peruanas
Author: Ricardo Palma
Release Date: May 4, 2007 [EBook #21282]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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RICARDO PALMA
TRADICIONES PERUANAS
INDICE
Los duendes del Cuzco Los polvos de la condesa El justicia mayor de Laycacota Racimo de horca Amor de madre Lucas el sacr��lego Rudamente, pulidamente, ma?osamente El resucitado El corregidor de Tinta La gatita de Mari-Ramos que halaga con la cola y ara?a con las manos ?A la c��rcel todo Cristo! Nadie se muere hasta que Dios quiere El fraile y la monja del Callao Por beber una copa de oro Una excomuni��n famosa Aceituna, una Oficiosidad no agradecida El alma de fray Venancio La trenza de sus cabellos De asta y rej��n Los argumentos del corregidor La ni?a del antojo La llorona del Viernes Santo ?A nadar, peces! Conversi��n de un libertino El Rey del Monte Tres cuestiones hist��ricas sobre Pizarro
TRADICIONES PERUANAS
LOS DUENDES DEL CUZCO
CR��NICA QUE TRATA DE C��MO EL VIRREY POETA ENTEND��A LA JUSTICIA
Esta tradici��n no tiene otra fuente de autoridad que el relato del pueblo. Todos la conocen en el Cuzco tal como hoy la presento. Ning��n cronista hace menci��n de ella, y s��lo en un manuscrito de r��pidas apuntaciones, que abarca desde la ��poca del virrey marqu��s de Salinas hasta la del duque de la Palata, encuentro las siguientes l��neas:
?En este tiempo del gobierno del pr��ncipe de Squillace, muri�� malamente en el Cuzco, a manos del diablo, el almirante de Castilla, conocido por el descomulgado?.
Como se ve, muy poca luz proporcionan estas l��neas, y me afirman que en los Anales del Cuzco, que posee in��ditos el se?or obispo de Ochoa, tampoco se avanza m��s, sino que el misterioso suceso est�� colocado en ��poca diversa a la que yo le asigno.
Y he tenido en cuenta para preferir los tiempos de don Francisco de Borja; y Arag��n, no s��lo la apuntaci��n ya citada, sino la especial��sima circunstancia de que, conocido el car��cter del virrey poeta, son propias de ��l las espirituales palabras con que termina esta leyenda.
Hechas las salvedades anteriores, en descargo de mi conciencia de cronista, pongo punto redondo y entro en materia.
I
Don Francisco de Borja y Arag��n, pr��ncipe de Esquilache y conde de Mayalde, natural de Madrid y caballero de las Ordenes de Santiago y Montesa, contaba treinta y dos a?os cuando Felipe III, que lo estimaba, en mucho, le nombr�� virrey del Per��. Los cortesanos criticaron el nombramiento, porque don Francisco s��lo se hab��a ocupado hasta entonces en escribir versos, galanteos y desaf��os. Pero Felipe III, a cuyo regio o��do, y contra la costumbre, llegaron las murmuraciones, dijo:--En verdad que es el m��s joven de los virreyes que hasta hoy han ido a Indias; pero en Esquilache hay cabeza, y m��s que cabeza brazo fuerte.
El monarca no se equivoc��. El Per�� estaba amagado por flotas filibusteras: y por muy buen gobernante que hiciese don Juan de Mendoza y Luna, marqu��s de Montesclaros, falt��bale los br��os de la juventud. Jorge Spitberg, con una escuadra holandesa, despu��s de talar las costas de Chile, se dirigi�� al Callao. La escuadra espa?ola le sali�� al encuentro el 22 de julio de 1615, y despu��s de cinco horas de re?ido y feroz combate frente a Cerro Azul o Ca?ete, se incendi�� la capitana, se fueron a pique varias naves, y los piratas vencedores pasaron a cuchillo a los prisioneros.
El virrey marqu��s de Montesclaros se constituy�� en el Callao para dirigir la resistencia, m��s por llenar el deber que porque tuviese la esperanza de impedir, con los pocos y malos elementos de que dispon��a, el desembarque de los piratas y el consiguiente saqueo de Lima. En la ciudad de los Reyes dominaba un verdadero p��nico; y las iglesias no s��lo se hallaban invadidas por d��biles mujeres, sino por hombres que, lejos de pensar en defender como bravos sus hogares, invocaban la protecci��n divina contra los herejes holandeses. El anciano y corajudo virrey dispon��a escasamente de mil hombres en el Callao, y n��tese que, seg��n el censo de 1614, el n��mero de habitantes de Lima ascend��a a 25.454.
Pero Spitberg se conform�� con disparar algunos ca?onazos que le fueron d��bilmente contestados, e hizo rumbo para Paita. Peralta en su Lima fundada, y el conde de la Granja, en su poema de Santa Rosa, traen detalles sobre esos luctuosos d��as. El sentimiento cristiano atribuye la retirada de los piratas a milagro que realiz�� la virgen lime?a, que muri�� dos a?os despu��s,
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