pero no tenía cara de cura, ni de fraile, ni de torero. Era más bien un Dante echado á perder. Dice un amigo mío, que por sus pecados ha tenido que vérselas con Bailón, que éste es el vivo retrato de la sibila de Cumas, pintada por Miguel Angel, con las demás se?oras sibilas y los Profetas en el maravilloso techo de la Capilla Sixtina. Parece, en efecto, una vieja de raza titánica que lleva en su ce?o todas las iras celestiales. El perfil de Bailón, y el brazo y pierna, como troncos a?osos; el forzudo tórax, y las posturas que sabía tomar, alzando una pataza y enarcando el brazo, le asemejaban á esos figurones que andan por los techos de las catedrales, espatarrados sobre una nube. Lástima que no fuera moda que anduviéramos en cueros, para que luciese en toda su gallardía académica este ángel de cornisa. En la época en que lo presento ahora, pasaba de los cincuenta a?os.
Torquemada lo estimaba mucho, porque en sus relaciones de negocios, Bailon hacía gala de gran formalidad y aun de delicadeza. Y como el clérigo renegado tenía una historia tan variadita y dramática, y sabía contarla con mucho aquél, adornándola con mentiras, D. Francisco se embelesaba oyéndole, y en todas las cuestiones de un orden elevado le tenía por oráculo. D. José era de los que con cuatro ideas y pocas más palabras se las componen para aparentar que saben lo que ignoran y deslumbrar á los ignorantes sin malicia. El más deslumbrado era D. Francisco, y además el único mortal que leía los folletos bailónicos á los diez a?os de publicarse; literatura envejecida casi al nacer, y cuyo fugaz éxito no comprendemos sino recordando que la democracia sentimental, á estilo de Jeremías, tuvo también sus quince.
Escribía Bailón aquellas necedades en parrafitos cortos, y á veces rompía con una cosa muy santa; verbigracia: ?Gloria á Dios en las alturas y paz?, etc... para salir luego por este registro:
?Los tiempos se acercan, tiempos de redención en que el hijo del Hombre será due?o de la tierra.
?El Verbo depositó hace diez y ocho siglos la semilla divina. En noche tenebrosa fructificó. He aquí las flores.
??Cómo se llaman? Los derechos del pueblo.?
Y á lo mejor, cuando el lector estaba más descuidado, les soltaba ésta:
?He ahí al tirano. ?Maldito sea!
?Aplicad el oído y decidme de dónde viene ese rumor vago, confuso, extra?o.
?Posad la mano en la tierra y decidme, por qué se ha estremecido.
?Es el hijo del Hombre que avanza, decidido á recobrar su primogenitura.
??Por qué palidece la faz del tirano? ?Ah! el tirano ve que sus horas están contadas...?
Otras veces empezaba diciendo aquello de: ?Joven soldado, ?á dónde vas?? Y por fin, después de mucho marear, quedábase el lector sin saber á dónde iba el soldadito, como no fueran todos, autor y público, á Leganés.
Todo esto le parecía de perlas á D. Francisco, hombre de escasa lectura. Algunas tardes se iban á pasear juntos los dos taca?os, charla que te charla; y si en negocios era Torquemada la sibila, en otra clase de conocimientos no había más sibila que el Sr. de Bailón. En política, sobre todo, el ex-clérigo se las echaba de muy entendido, principiando por decir que ya no le daba la gana de conspirar; como que tenía la olla asegurada y no quería exponer su pelleja para hacer el caldo gordo á cuatro silbantes. Luego pintaba á todos los políticos, desde el más alto al más obscuro, como un atajo de pilletes, y les sacaba la cuenta, al céntimo, de cuanto habían rapi?ado... Platicaban mucho también de reformas urbanas, y como Bailón había estado en París y Londres, podía comparar. La higiene pública les preocupaba á entrambos: el clérigo le echaba la culpa de todo á los miasmas, y formulaba unas teorías biológicas que eran lo que había que oir. De astronomía y música también se le alcanzaba algo, no era lego en botánica, ni en veterinaria, ni en el arte de escoger melones. Pero en nada lucía tanto su enciclopédico saber como en cosas de religión. Sus meditaciones y estudios le habían permitido sondear el grande y temerario problema de nuestro destino total. ??A dónde vamos a parar cuando nos morimos? Pues volvemos a nacer: esto es claro como el agua. Yo me acuerdo--decía mirando fijamente á su amigo y turbándole con el tono solemne que daba á sus palabras,--yo me acuerdo de haber vivido antes de ahora. He tenido en mi mocedad un recuerdo vago de aquella vida, y ahora, á fuerza de meditar, puedo verla clara. Yo fui sacerdote en Egipto, ?se entera usted? allá por los a?os de que sé yo cuántos... sí, se?or, sacerdote en Egipto. Me parece que me estoy viendo con una sotana ó vestimenta de color de azafrán, y unas al modo de
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