en todos sus vecinos la generosa resolucion de defenderse, hasta derramar la ��ltima gota de sangre: y porque fuesen iguales el valor y la precaucion, ganando los instantes, se colocaron puestos avanzados para observar desde mas cerca los movimientos del enemigo, y cortando las calles con tapias de adobes, que impropiamente han llamado trincheras, se destacaron algunas compa?ias de milicianos para que guarnecieran sus extramuros. El Regente en una continua agitacion expedia providencia sobre providencia, y los Ministros, disimulando el miedo que los dominaba con el celo y amor al Soberano, se hicieron cargo con las compa?ias formadas del gr��mio de abogados, de rondar y patrullar todas las noches, reconociendo las centinelas avanzadas. Pero como todos carecian de los principios del arte de la guerra, servian de confusion mas que de seguridad sus diligencias, que tambien contribuyeren no poco �� suscitar nuevas disputas sobre sus pretendidas facultades, y las que tenia el Comandante de las armas. Sin embargo de todo esto, se notaba en los vecinos buena disposicion, por mas que se haya querido disminuir despues, abultando desconfianzas para cubrir la negligencia, y el error de no haber acudido con resolucion y actividad �� cegar el manantial de donde nacian estas alteraciones: siendo f��cil comprender, que si en sus principios se hubiese obrado con el valor y determinacion que piden semejantes casos, se hubieran evitado tantos estragos, como siguieron, y la muerte de mas de 40,000 personas espa?olas, y mucho mayor n��mero de indios, que han sido v��ctimas de estas civiles disenciones.
Insolentes los rebeldes en su campamento, dirigieron �� la Real Audiencia algunas cartas llenas de audaces amenazas, pidiendo las cabezas de algunos individuos, y asegurando hacer el uso mas torpe de las mugeres del Regente y algunos Ministros, ofreciendo emplearlas despues en las tareas mas humildes del servicio de sus casas. En esta ocasion fu�� sospechado c��mplice en las turbaciones el cura de la doctrina de Macha, el Dr. D. Jos�� Gregorio Merlos, eclesi��stico de corrompida y escandalosa conducta, de g��nio atrevido y desvergonzado, que fu�� arrestado por el Oidor D. Pedro Cernadas en su misma casa, y depositado en la Recoleta con un par de grillos, y despues en la c��rcel p��blica con todas las precauciones que requerian el delito que se le imputaba, y las continuas instancias que hacian los rebeldes por su libertad, quienes aseguraban entrarian �� sacarle de su prision �� viva fuerza: cuyo hecho se egecut�� tambien sin consentimiento del Comandante militar, aprovechando la Audiencia, para proceder �� su captura, del pretesto de hallarse ausente, para un reconocimiento en las inmediaciones de la ciudad. El cuidado se iba aumentando con continuos sobresaltos que ocasionaba la inmediacion de los sediciosos, y aunque no llegaron nunca �� formalizar el cerco, se empezaba asentir alguna escasez de v��veres, que fu�� tambien causa de aumentarse las discordias, por la libertad de pareceres para el remedio.
Solicitaron los abogados, unidos con los vecinos, se les diese licencia para acometer al enemigo, pero luego que entendieron que se disgustaba el Comandante por esta proposicion, se apartaron de su intento. El Director de tabacos, D. Francisco de Paula Sanz, sugeto adornado de las mejores circunstancias y calidades, se hallaba en la ciudad casualmente, y de resultas de la comision que estaba �� su cargo para el establecimiento de este ramo, movido de su esp��ritu bizarro, y cansado de las contemplaciones que se usaban con los rebeldes, quizo atacarlos con sus dependientes y algunos vecinos que se le agregaron, y saliendo de la ciudad con este intento, el dia 16 de Febrero de 1781 lleg�� �� las faldas de los cerros de la Punilla, en que estaban alojados los indios, que descendieron inmediatamente �� buscarle para presentar el combate, persuadidos de que el poco n��mero que se les oponia, aseguraba de su parte el vencimiento. Cargaron con tanta violencia y multitud aquel peque?o trozo, que se componia de solos 40 hombres, que no bast�� el valor para la resistencia, y cediendo al mayor n��mero y �� la fuerza, fu�� preciso pensar en la retirada, en que hubieran perecido todos por el des��rden son que la egecutaron, �� no haber salido �� sostenerlos la compa?ia de granaderos milicianos, no pudiendo evitar perdiese la vida en la refriega D. Francisco Revilla, y dos granaderos que le acompa?aron en su desgraciada suerte: pues aunque despues sali�� Flores con mayor n��mero de gente, sirvi�� poco su diligencia, por haber entrado la noche.
El g��nio d��cil y el natural agrado del Director Sanz, acompa?ados de su generosidad, le hacian muy estimado de todos, menos de Flores, con quien habia tenido algunos disgustos por el diverso modo de pensar. Sanz, todo era fuego para castigar la insolencia de los sediciosos, y Flores, todo circunspeccion y flema en contemplarlos, cuya conducta, mormurada generalmente, ocasion�� pasquines denigrantes �� su honor, tild��ndole de
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