se dec��a:
--O ya no hay patriotas, o el cosmopolitismo va ahog��ndolo todo.
Segu��a su camino, apoyado en el bast��n, mirando, con burlona sonrisa, los colgajos de las tiendas de carne y comestibles: las ramas de sauce de la puerta, los faroles de papel de la muestra y la vistosa exposici��n del escaparate; en las casas, muy pocas banderas se ve��an, pero conforme iba acerc��ndose a las calles centrales, los establecimientos p��blicos y los comercios de lujo resplandec��an de luces: en el borde de las cornisas, a lo largo de las columnas, en balcones y ventanas, ya en haces, ya sueltas, encerradas en bombas de cristal azul y blanco. Pero, la nota del entusiasmo popular no resonaba en parto alguna; el silencio y la falta de animaci��n contrastaban con el alegre espect��culo de las iluminaciones. Hac��a aquello el mismo efecto que un sal��n de baile, adornado y dispuesto para la fiesta, al que faltan los convidados. Con el estruendo de costumbre sobre el mal��simo empedrado, pasaban muchos carruajes, cuyos cristales, empa?ados por el fr��o de la noche, dejaban apenas percibir la blanca forma de una dama de copete; y segu��an los tranv��as su trotar mon��tono, entretenido el conductor en regalar el o��do de los viajeros con espantables sonatas de corneta.
Al entrar don Pablo Aquiles en la plaza de la Victoria, qued��se un rato, embobado como un chiquillo, mirando las luces y las banderas. Y c��tate que cuando m��s distra��do estaba, deslumbrada la vista por los resplandores del Cabildo y de la Catedral, sinti�� a su espalda el galopar violento de soberbio tronco y al volverse, vi�� a Quilito, a su hijo, seguir, pegado a la pared, el carruaje que pasaba. ?Qui��n diablos iba en aquel carruaje? Vi��le don Pablo llegar a Col��n, abrirse la portezuela y bajar dos ni?as de blanco, que al punto no reconoci��, y luego... misia Goya y don Bernardino Esteven, llevando detr��s, como cosido a sus talones, al mismo, al mism��simo Quilito. ?Era casualidad? ?Lo que le di�� aquello que pensar! Volvi��se mohino, con la boca amarga sin saber por qu��, tan preocupado, que tropezaba en la acera con las bandadas de lindas muchachas, que se dirig��an al teatro, ��vidas de presenciar la funci��n de gala. Ech��se al medio de la calle, para caminar con m��s desembarazo.
Cuando lleg�� a casa, Pampa dorm��a otra vez en el umbral de la puerta.
II
Todos le han conocido, de lejos o de cerca, de vista o de o��das. Don Aquiles Vargas, el primer Aquiles de la familia, padre de don Pablo y abuelo de Quilito, tuvo tienda muchos a?os en la que se llam�� calle de Mendocinos, y en tiempos en que todo andaba revuelto y no se contaba segura la cabeza, supo hacer fortuna comerciando en g��neros de las provincias. Era unitario puro, aunque llevaba el chaleco rojo de los federales, pues ��l dec��a que para andar entre lobos, es preciso disfrazarse de tal, y tan bien le sali�� la pr��ctica de este consejo, que salv�� piel y fortuna y vino a morir, ya anciano, en olor de millonario. Hab��a casado muy joven con una ni?a de familia, sin belleza, sin voluntad y sin criterio propio, que ve��a por los ojos de su marido; tan tonta, sosa y descolorida, que era como cuerpo sin alma o l��mpara sin aceite, precisamente el conjunto de cualidades que deb��a reunir una mujer, para poder desempe?ar el pesad��simo cargo de esposa, ante Dios y los hombres, de don Aquiles Vargas. Porque don Aquiles Vargas, de suyo honradote y trabajador, de alegre car��cter en corro de amigos y hasta galanteador de afici��n en sus horas perdidas, ten��a un geniecito que no hab��a quien le aguantara en la casa, y s��lo una mujer de las condiciones apuntadas, sorda, muda y ciega, pod��a salir airosa de tan dif��cil cometido. Los que le han conocido, en la puerta del registro de la calle Florida, arrellanado en ancho sill��n de rejilla, con su chaleco floreado y sus zapatos de pa?o, echando piropos a las muchachas y llevando la batuta en aquel concierto de viejos babosos y apolillados, no se imaginar��an que setent��n tan decidor y risue?o era una fiera en su casa. El hab��a de re?ir con todos, con la mujer, con los hijos y con los criados, con pretexto o sin pretexto, y en ocasiones con todos a la vez porque era hombre muy bien templado. Aunque unitario por simpat��a, nunca se meti�� en dibujos pol��ticos y pas�� la mayor parte de su vida doblado sobre el trabajo, sin m��s distracciones que llevar el pend��n de la cofrad��a, de que era protector, o las andas del santo, en la procesi��n del titular, porque era creyente de boca abierta, y chismorrear en el citado mentidero. ?Qui��n le ha visto con el escapulario sobre el pecho, peque?ito y regordete, avanzar entre dos
Continue reading on your phone by scaning this QR Code
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the
Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.