Quilito | Page 3

Carlos Maria Ocanto
un militarote, que arrastra su sable con arrogancia, procede al reparto entre conocidos y recomendados, separando violentamente a la mujer del marido, al hermano de la hermana, y lo que es m��s monstruoso, m��s inhumano, m��s salvaje, al hijo de la madre. Todo en nombre de la civilizaci��n. Porque aquella turba miserable es el bot��n de la ��ltima batida en la frontera...
Detr��s de los cristales de la puerta del comedor, apareci�� una sombra: la se?ora Casilda escudri?aba en la obscuridad; pero estaba la chica tan arrebujada, tan perfectamente escondida dentro de su refajo y enroscada, por as�� decirlo, sobre el umbral, que era dif��cil distinguirla. La se?ora repiquete�� con los dedos sobre el cristal y Pampa di�� un salto, despertada bruscamente por este llamamiento, que ella conoc��a bien.
--?Voy, ni?o, voy!--barbot�� medio dormida.
Ambos pu?os en los ojos, entr�� sin darse mayor prisa. ?Vamos! no la dejar��an tranquila nunca.
En el comedor, don Pablo Aquiles ocupaba todav��a el sill��n y misia Casilda hab��a vuelto a sentarse en el sof��, sus manos de cera extendidas sobre la falda negra; se esperaba al ni?o, a Quilito, que hab��a subido a su cuarto y nunca acababa de bajar a comer. La cocinera asom�� dos o tres veces su cara encendida.
--Espere usted que el ni?o baje--dec��a la se?ora con su voz de flauta.
Entretanto, don Pablo Aquiles volv��a al tema que tanto le preocupaba: su inasistencia al Ted��um. ?C��mo presentarse a la luz del d��a con un frac descolorido, deshilachado y remendado? ?y la galera color de cucaracha, con golpes de grasa atornasolados? ?y el pantal��n, con rodilleras y flequillo? ?y las botas, con puertas y ventanas, para comodidad de los dedos y recreo del calcet��n? ?Siquiera fuese permitido ir a tales solemnidades en traje de paisano, con chaqu�� o chaqueta, pantal��n a cuadros y sombrero hongo! Pero su traje de ceremonia estaba verdaderamente indecente, m��s gastado por el tiempo y la polilla, que de haberle llevado a cuestas; la chistera no sufr��a ya la plancha, porque hab��a perdido el pelo y las botas estaban en manos del remend��n de la esquina, por m��s que dec��a Quilito, y era perit��simo en la materia, que el becerro no sienta al frac y el charol, de no ser nuevo, no sirve para maldita la cosa. Y vaya un modesto empleado de ochenta pesos al mes, que tiene que sostener una familia, y dar carrera al hijo ��nico, que, por tratarse con lo m��s granadito de la sociedad, est�� obligado a presentarse con decencia; vaya, digo, un empleadillo de ��stos, a mandarse hacer un frac cada dos carnavales y a gastarse la asignaci��n mensual para cigarrillos del ni?o en botas de charol, con que poder ir a cortejos oficiales. En el Ministerio, hab��ale recomendado el jefe que no faltara.
--Vargas, que no deje usted de venir. Vargas, que ya sabe usted que a S. E. le complace que vengan todos los empleados.
Prometi�� ir, pero no fu��. No fu��, porque no pudo; porque los ochenta pesos de su sueldo no le alcanzaban para comer, pagar la casa... y las cuentas de Quilito, la esperanza y el orgullo de la familia. ?Qu�� le dir��a el jefe al d��a siguiente? Iba a entrar en la oficina sin hacer ruido, tratando de no llamar la atenci��n, y sin chistar se sentar��a en su despacho y trabajar��a hasta las seis, sin levantar cabeza. Y si a la hora del te, en que pasan los negros con las bandejas repletas de tazas, ven��a el jefe, como de costumbre, a liar un cigarro y echar un p��rrafo, le dar��a cualquier excusa, porque ��l era hombre tan estricto en el cumplimiento de sus deberes, que consideraba falta grave haberle dicho que ir��a y no haber ido. Volvi��ndose a su hermana, m��s atenta a sus manos que a su discurso, exclam��:
--?Qui��n dir��a que un Vargas, Casilda...?
No concluy�� la frase, pero sobrada elocuencia ten��a el movimiento melanc��lico de su cabeza. Cuando se ha tenido y ya no se tiene, el pan negro se hace m��s amargo y el blanco m��s deseado, y los Vargas lo hab��an comido sobre manteles de holanda...
--Ese Quilito que no baja--dijo impaciente la t��a.
--Estar�� acical��ndose para la funci��n de gala--contest�� don Pablo Aquiles,--ya que no ha podido ir su padre al Ted��um, que luzca el ni?o su frac nuevo en Col��n.
El d��a anterior lo hab��a pagado, juntando algunos picos sobrantes de meses atrasados, retardando la cuenta del almac��n y del carnicero y pellizcando en la caja del Ministerio, gracias a la complacencia del habilitado y correspondiente recibo por adelantado de sueldos. Porque Quilito, un Vargas, no pod��a andar vestido de cualquier manera, sino como correspond��a a su origen, y a sus relaciones y a su porvenir. Que en la chimenea faltara le?a y carne en el puchero; pero la camisa de Quilito, el sombrero de Quilito, las botas
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 105
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.