Quilito

Carlos Maria Ocanto

Quilito, by Carlos Maria Ocanto

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Title: Quilito
Author: Carlos Maria Ocanto
Release Date: October 14, 2007 [EBook #23035]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
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BIBLIOTECA de LA NACI��N
CARLOS M.a OCANTOS
QUILITO

BUENOS AIRES 1913
Derechos reservados.
Imp. de LA NACI��N.--Buenos Aires

QUILITO
I
Pampa se hab��a quedado dormida, acurrucada en el umbral. Envuelta su monstruosa cabeza en el refajo de bayeta amarilla, que hab��a levantado por detr��s al sentarse; un pie montado sobre el otro, como para prestarse mutuo calor, calzados ambos en gruesos zapatos claveteados; las manos debajo del delantal blanco, dorm��a sobre la dura piedra, como sobre un c��modo colch��n de muelles. ?Pobre Pampa! Cansada del fregoteo de platos, del bru?ido de cuchillos y del lavado de vasos, de traer y llevar, de bajar y subir, de salir y de entrar, hab��a obtenido la promesa de acompa?ar a la se?ora a una visita de intimidad aquel d��a, lo que le servir��a de pretexto, para ver las calles y quiz�� la plaza de la Victoria; pues con ser 25 de Mayo, fiesta patria, hab��a Ted��um, rifa, parada militar y qu�� s�� yo. So?aba la india en las lindas cosas que ver��a: tanta bandera; tanta gente endomingada; los ni?os, con traje de terciopelo, muy orondos, agarrotados los dedos por los guantes; las ni?as, de blanco, unas con banda azul y otras no; las personas que se agolpaban a las ventanas del Cabildo, donde el transeunte es asaltado por una, dos o tres se?oritas, que le meten por las narices, como si dieran a oler una pastilla, la cedulita de la rifa, y le marean y le cercan, y le siguen y le persiguen, repitiendo:
--?Caballero! ?una cedulita? ?una cedulita, caballero?--como muletilla de mendigo.
Detr��s de la reja, majestuosa y c��modamente sentadas, dos matronas, tan gordas, que casi no caben las dos de frente, con las costas repletas de papelillos en la falda, despachan su mercanc��a, echando de vez en cuando por aquella boca un ?Caballero! que m��s parece un bostezo, que un llamado. Luego, los vendedores de naranjas, de silbatos y de globos; la corriente humana que no cesa de circular, engrosada por los torrentes que cada bocacalle vomita sobre la plaza; los soldados, tan marciales, en fila, los ojos sobre el jefe, que recorre la l��nea a caballo, dejando ondear al viento su penacho azul y blanco; las m��sicas, que tocan; el ca?��n, que truena; los cohetes, que estallan; las campanas, que vibran, y por ��ltimo, el Presidente, que pasa, a pie, camino de la Catedral, en medio de los acordes graves y solemnes del himno nacional, precedido, rodeado y seguido de brillante cortejo.
Pampa hac��a sonar, con fruici��n, en el bolsillo de su vestido de lana nuevo, los centavos que le diera el patr��n para la rifa, cuando alguien la llam��.
--?Pampa! que tienes que lavar las medias del ni?o, y traer az��car del almac��n y limpiar el espejo de la sala, que est�� perdido de moscas.
Y vuelta al traj��n, sin una queja, encerrada en su mutismo de salvaje, no desbastada a��n. Y las medias quedaron lavadas, y se trajo el az��car y se limpi�� el espejo; pero, entonces, faltaron f��sforos y hubo que poner un remiendo.
En el patio de la cocina, el ��ltimo de la casa, tan fr��o que la humedad trazaba verdosos arabescos en la pared sin cal, trabajaba la chica febrilmente. Un apetitoso olor de guisado sal��a de la cocina abierta, donde una genovesa cerril mov��a esp��tulas y zarandeaba cacerolas, envuelta en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas; en las habitaciones altas, las del ni?o, se o��a el chasquido del cepillo.
--?Pampa!--chill�� all�� arriba una voz atiplada.
Y como la muchacha tardara en contestar, el cepillo sali�� disparado de las alturas y, rebotando contra los pelda?os de la escalera, vino a caer en medio del patio.
--?Voy, ni?o, voy!--- dijo la india sin asustarse, como acostumbrada a aquella singular forma de llamamiento.
--A ver si te mueves, ?china salvaje!--chill�� de nuevo la voz atiplada.
Y cay�� otro proyectil, un frasco vac��o, que explot�� como una bomba. La muchacha ech�� a correr escalera arriba, a tiempo que sal��a del comedor misia Casilda, con su cara de mu?eca sin expresi��n, tan rosada y lustrosa que de porcelana parec��a, y el pelo partido al medio y recogido detr��s de las orejas, ennegrecido y pegado a la frente por el cosm��tico.
--?Qu�� hay? ?qu�� esc��ndalo es ��ste? La cocinera se mostr�� en la puerta de su santuario, limpiando sus manazas en el sucio delantal.
--?Pues el ni?o,
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