Pequeñeces | Page 8

Luis Coloma

reina María Victoria, acorralándolos en el palacio de la plaza de
Oriente, en medio de una corte de cabos furrieles y tenderos
acomodados, según la opinión de la duquesa de Bara; de indecentillos,
añadía Leopoldina Pastor, que no llegaba siquiera a indecentes. Las
damas acudían a la Fuente Castellana, tendidas en sus carretelas, con
clásicas mantillas de blonda y peinetas de teja, y la flor de lis, emblema
de la Restauración, brillaba en todos los tocados que se lucían en
teatros y saraos. Allí mismo y en aquel momento, la señora de López
Moreno llevaba una colosal, empedrada de brillantes; y con mejor
gusto para aquella hora y aquel traje, llevábanla también las otras
damas, de oro mate con esmaltes. Leopoldina Pastor lucía una de trapo

del tamaño de una zanahoria, colocada en lo más alto de su sombrero.
Pavoroso era el cuadro que el marqués dibujaba... Aislado el pobre rey,
miraba sin cesar hacia la frontera, esperando la contestación a su
discurso del 3 de abril que aún no había obtenido respuesta el 21 de
junio. Sucedíanse las crisis ministeriales, frecuentes, periódicas, como
calenturas de terciana, hasta engendrar un ministerio llamado de Santa
Rita, por ser esta Santa abogada de imposibles. Sublevábanse en las
provincias tropas y paisanos; los tenderos se amotinaban en Madrid y
daban una pedrada al alcalde; y cinco días antes, el 18 de junio, un
populacho soez recorría las calles apedreando los cristales, y
rompiendo los faroles de la iluminación con que celebraban muchos el
aniversario del pontificado de Pío IX, mientras un gentío inmenso, de
todos los colores y matices, aplaudía en los jardines del Retiro El
Príncipe Lila, grotesca sátira en que designaban al monarca reinante
con el nombre de Macarroni I. Varios gomosos del Veloz-Club, de los
cuales era uno Paco Vélez, habían pagado a tres saboyanitos para que,
escondidos en un palco proscenio del teatro a que asistía don Amadeo,
interrumpiesen de repente la función, cantando al son de sus violines y
arpas el conocido estribillo:
Cicirinella tenía un gallo E tutta la notte montava a caballo, Montava la
notte bella ¡Viva il gallo de Cicirinella!
Divertía esto mucho a las damas, porque claro está que ello había de
allanar el camino de la Restauración porque ansiosas trabajaban; pero
lo temible, lo negro--y el marqués acentuaba los pavorosos tintes de su
rostro, enarcando las pieles de sus cejas--, era que los carlistas
comenzaban a removerse en el norte, y los republicanos en todas partes,
y hacíase difícil defender de tanta boca abierta la única y apetecida
tajada.
--La Restauración es cosa hecha--concluyó Robinsón con acento
profético--; pero sólo llegaremos a ella atravesando un charco de
sangre... ¡Preveo para España un noventa y tres con todos sus
horrores!...
Sobrecogiéronse las damas, y en voz queda, contenida, cual si viesen

asomar, como María Antonieta por las ventanas del Temple, la cabeza
de la Lamballe, clavada en una pica, comenzaron a hablar de la
guillotina... Morir las aterraba. ¿Qué sabían ellas lo que era morir? Tan
sólo lo comprendían en el Teatro Real, dejándose caer poco a poco en
la poltrona de Violeta Valery, cantando al compás de la orquesta y en
los brazos de Alfredo: ¡Addio d'il passato!
La duquesa dijo con voz desfallecida que ella había visto en Londres,
en la galería de madame Toussaud, la guillotina misma en que murió
Luis XVI. La señora de López Moreno se llevó la mano a su gordo
pescuezo, como si ya sintiese allí el filo de la fatal cuchilla. Leopoldina
Pastor no se asustaba: de morir ella, moriría como Carlota Corday,
despachando antes media docena de indecentes, como Marat. Carmen
Tagle dio un suspiro, sacó un poquito la lengua y preguntó si aquello
dolería mucho.
--Tan sólo se siente un ligero frescor--contestó a lo lejos una voz
cavernosa.
Volviéronse todos asustados, creyendo encontrar la sombra de
Robespierre, que venía a comunicarles el dictamen de su experiencia.
Tan sólo vieron a don Casimiro Panojas, sonriente, apretándose con
una mano el gaznate, rompiendo con la otra el rabo de un conejito de
porcelana de Sajonia que, entre mil costosas baratijas, adornaba una
mesa. Distraído siempre el buen señor, trituraba de continuo lo que
cogía al alcance de sus dedos de espárrago, y a estos destrozos sin
cuento de muebles y cachivaches debía el apodo de el Ciclón Literario.
Riéronse todos; y la salida del académico, que no era otra sino el
informe de Guillotín a la Asamblea francesa sobre su terrible invento,
vino a aclarar algo la sombría atmósfera. Una racha viviente, un
huracán femenino que apareció en la puerta, acabó de despejarla del
todo; entró Isabel Mazacán, con su paso de Diana cazadora, alta la
cabeza, altiva la mirada; demasiado señoril para cocotte demasiado
desvergonzada para gran dama.
Besó a la duquesa, quitóse un guante, bebió dos
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