Pasarse de listo | Page 3

Juan Valera
y corrompiendo a la nación, han tenido la culpa de la derrota. Esto se ha dicho ya en todos los tonos, y sobre esto se han escrito profundas disertaciones. A nadie, con todo, se le ha ocurrido declarar que en Alemania agradan los bufos más aún que en Francia; que en Alemania se pirran los hombres por el cancán, y que los que han vencido a los franceses no salían de zurrarse con unas disciplinas, sino de ver bailar el cancán o de bailarle cuando los vencieron.
En cuanto a que los bufos corrompen o tiran a corromper el buen gusto literario, aún es más infundada la acusación. Pues qué, ?la música, mala o buena, es incompatible con la discreción, con el sentido común, con el ingenio, con la gracia urbana y con otros requisitos y excelencias de que va o pudiera ir adornada una fábula dramática? Si alguna fábula dramática, de estas ligeras, regocijadas o bufas, carece de tales prendas, cúlpese singularmente al autor y a su obra, y no al género todo y a todos los autores. ?Tiene más el público que silbarla? Y si el público no la silba, sino que la aplaude, y la zarzuela es tonta, esto probará la bondad del público. Denle algo menos tonto y lo aplaudirá más.
Y cuando no se da algo menos tonto, crean los críticos que es porque no hay nada menos tonto. Si lo hubiera, se daría.
Lo que acabamos de decir parece una perogrullada; pero reflexiónese bien y se verá que no lo es. El autor de zarzuelas es siempre autor dramático. Si escribe malas zarzuelas, peores dramas escribirá. El discurso del crítico que condena la zarzuela, despojado de tiquismiquis, es éste: ?Tu zarzuela es tonta y chabacana: escribe dramas y no escribas zarzuelas.? A lo que modestamente pudiera contestar el autor: ?Si escribiendo zarzuelas, que son más fáciles y tienen menos pretensiones, lo hago mal, ?qué haré si me pongo a escribir dramas??
La zarzuela, además, es una cosa, y otra cosa es un buen drama o una buena comedia, y no se opone el que se escriban zarzuelas a que salgan a relucir nuevos Lopes y Calderones que escriban dramas magníficos.
Veo que me voy muy lejos con mi digresión. Volvamos al asunto de que quiero tratar aquí.
Decía yo que, en verano, aunque se van de Madrid las personas más elegantes, Madrid queda bastante animado y divertido.
El centro de la animación, el principal hechizo de Madrid en verano, está en los Jardines del Buen Retiro, de nueve a doce de la noche.
La historia que voy a referir empezó allí, hoy hace justamente cuatro a?os, a 9 de agosto de 1873.

II
Era noche de grande entrada. Allí estaban casi todos los jóvenes periodistas, empleados y poetas; cuanta cursi hay en Madrid, esto es, todas las se?oras y se?oritas de poquísimo dinero que aspiran a ser notadas o conocidas en la buena sociedad, o dígase en la sociedad de más dinero, por mala que sea; muchas familias honradas de la clase media, sin otras aspiraciones que las de aspirar el aire fresco y distraerse un poco oyendo la música; las suripantas o hetairas de todos los grados y categorías, con tal de haberse encontrado poseedoras de una peseta a la hora de entrar; multitud de hombres políticos notables de los quince o veinte partidos que hay en Espa?a; un centenar de generales; no pocos diputados, senadores y ministros, y, por último, aquella parte del beau monde que aun no había salido a veranear, que prometía salir, o que se hallaba tan segura de su crédito de pudiente, que no temía comprometerle pasando en Madrid un verano.
Todo este público, o estaba sentado en sillas y bancos, formando corros, murmurando, politiqueando, coqueteando o enamorándose, o giraba en torno del quiosco, desde donde sonaba la música, dando vueltas y vueltas, aunque sea pérfida comparación, como mulos de noria.
El jardín, como nadie ignora, es muy bonito, y por la noche, iluminado con luces de gas veladas por globos de cristal blanco y opaco, parece mayor. Aquella iluminación presta a los árboles y a la verde hierba y a las flores cierta vaguedad y hermosura. La animación y el bullicio dan al conjunto superior agrado.
Las mujeres, cuando no las ciega la vanidad o el prurito de distinguirse, van por lo común bien vestidas. De cada veinte se puede afirmar que una, a lo más, y no es mucho, suele encomendarse al diablo para que la vista y la peine, por donde aparece en los Jardines hecha una tarasca; pero las otras diez y nueve van como Dios manda; unas de mantilla, otras de sombrero, y no pocas son muy guapas, sea como sea lo que lleven.
Lo único que, en general, pudiera censurarse aquella noche, y puede censurarse aún en el traje de las mujeres, es lo largo de
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