Novelas y teatro | Page 9

Miguel de Cervantes Saavedra
en las ciudades. No hay ��guila, ni ninguna otra ave de rapi?a que m��s presto se abalance a la presa que se le ofrece, que nosotros nos abalanzamos a las ocasiones que alg��n inter��s nos se?alen; y, finalmente, tenemos muchas habilidades que felice fin nos prometen; porque en la c��rcel cantamos, en el potro callamos, de d��a trabajamos, y de noche hurtamos, o, por mejor decir, avisamos que nadie viva descuidado de mirar d��nde pone su hacienda. No nos fatiga el temor de perder la honra, ni nos desvela la ambici��n de acrecentarla, ni sustentamos bandos, ni madrugamos a dar memoriales, ni a acompa?ar magnates, ni a solicitar favores. Por dorados techos y suntuosos palacios estimamos estas barracas y movibles ranchos; por cuadros y pa��ses de Flandes, los que nos da la naturaleza en esos levantados riscos y nevadas pe?as, tendidos prados y espesos bosques que a cada paso a los ojos se nos muestran. Somos astr��logos r��sticos, porque como casi siempre dormimos al cielo descubierto, a todas horas sabemos las que son del d��a y las que son de la noche; vemos c��mo arrincona y barre la aurora las estrellas del cielo, y c��mo ella sale con su compa?era el alba, alegrando el aire, enfriando el agua y humedeciendo la tierra, y luego, tras ella, el sol, dorando cumbres (como dijo el otro poeta) _y rizando montes_; ni tememos quedar helados por su ausencia cuando nos hiere a soslayo con sus rayos, ni quedar abrasados cuando con ellos particularmente nos toca; un mismo rostro hacemos al sol que al yelo, a la esterilidad que a la abundancia. En conclusi��n, somos gente que vivimos por nuestra industria y pico, y sin entremeternos con el antiguo refr��n: "Iglesia, o mar, o casa real", tenemos lo que queremos, pues nos contentamos con lo que tenemos. Todo esto os he dicho, generoso mancebo, por que no ignor��is la vida a que hab��is venido y el trato que hab��is de profesar, el cual os he pintado aqu�� en borr��n; que otras muchas e infinitas cosas ir��is descubriendo en ��l con el tiempo, no menos dignas de consideraci��n que las que hab��is o��do.
Call�� en diciendo esto el elocuente y viejo gitano, y el novicio dijo que se holgaba mucho de haber sabido tan loables estatutos, y que ��l pensaba hacer profesi��n en aquella orden tan puesta en raz��n y en pol��ticos fundamentos, y que s��lo le pesaba no haber venido m��s presto en conocimiento de tan alegre vida, y que desde aquel punto renunciaba la profesi��n de caballero y la vanagloria de su ilustre linaje, y lo pon��a todo debajo del yugo, o, por mejor decir, debajo de las leyes con que ellos viv��an, pues con tan alta recompensa le satisfac��an el deseo de servirlos, entreg��ndole a la divina Preciosa, por quien ��l dejar��a coronas e imperios y s��lo los desear��a para servirla.
A lo cual respondi�� Preciosa:
--Puesto que estos se?ores legisladores han hallado por sus leyes que soy tuya, y que por tuya te me han entregado, yo he hallado por la ley de mi voluntad, que es la m��s fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que antes que aqu�� vinieses entre los dos concertamos. Dos a?os has de vivir en nuestra compa?��a primero que de la m��a goces, porque t�� no te arrepientas por ligero, ni yo quede enga?ada por presurosa. Condiciones rompen leyes; las que te he puesto sabes: si las quisieres guardar, podr�� ser que sea tuya y t�� seas m��o, y donde no, a��n no es muerta la mula, tus vestidos est��n enteros, y de tus dineros no te falta un ardite; la ausencia que has hecho no ha sido a��n de un d��a; que de lo que d��l falta te puedes servir y dar lugar que consideres lo que m��s te conviene. Estos se?ores #_no_# pueden entregarte mi alma, que es libre y naci�� libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere. Si te quedas, te estimar�� en mucho; si te vuelves, no te tendr�� en menos; porque, a mi parecer, los ��mpetus amorosos corren a rienda suelta, hasta que encuentran con la raz��n o con el desenga?o; y no querr��a yo que fueses t�� para conmigo como es el cazador, que en alcanzando la liebre que sigue, la coge, y la deja, por correr tras otra que le huye. Ojos hay enga?ados que a la primera vista tan bien les parece el oropel como el oro; pero a poco rato bien conocen la diferencia que hay de lo fino a lo falso. Esta mi hermosura que t�� dices que tengo, que la estimas sobre el sol y la encareces sobre el oro, ?qu�� s�� yo si de cerca te parecer�� sombra, y tocada, cair��s en que es de alquimia?
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