no pasar��n tres a?os sin que lo est��, y muy a su gusto, si es que desde aqu�� all�� no se le pierde, o se le trueca.
--Basta--dijo uno de los presentes--; que sabe la Gitanilla desrayas.
#_A lo que_# respondi�� Preciosa.
--Lo que veo con los ojos, con el dedo lo adivino: yo s�� del se?or don Juanico, sin rayas, que es algo enamoradizo, impetuoso y acelerado, y gran prometedor de cosas que parecen imposibles; y plega a Dios que no sea mentirosito, que ser��a lo peor de todo. Un viaje ha de hacer agora muy lejos de aqu��, y uno piensa el bayo, y otro el que le ensilla; el hombre pone, y Dios dispone; quiz�� pensar�� que va a O?ez, y dar�� en Gamboa.
A esto respondi�� don Juan:
--En verdad, gitanica, que has acertado en muchas cosas de mi condici��n; pero en lo de ser mentiroso vas muy fuera de la verdad, porque me precio de decirla en todo acontecimiento. En lo del viaje largo has acertado, pues, sin duda, siendo Dios servido, dentro de cuatro o cinco d��as me partir�� a Flandes, aunque t�� me amenazas que he de torcer el camino, y no querr��a que en ��l me sucediese alg��n desm��n que lo estorbase.
--Calle, se?orito--respondi�� Preciosa--, y encomi��ndese a Dios; que todo se har�� bien; y sepa que yo no s�� nada de lo que digo, y no es maravilla que como hablo mucho y a bulto, acierte en alguna cosa, y yo querr��a acertar en persuadirte a que no te partieses, sino que sosegases el pecho, y te estuvieses con tus padres, para darles buena vejez; porque no estoy bien con estas idas y venidas a Flandes, principalmente los mozos de tan tierna edad como la tuya. D��jate crecer un poco, para que puedas llevar los trabajos de la guerra, cuanto m��s que harta guerra tienes en tu casa: hartos combates amorosos te sobresaltan el pecho. Sosiega, sosiega, alborotadito, y mira lo que haces primero que te cases, y danos una limosnita por Dios y por quien t�� eres; que en verdad que creo que eres bien nacido. Y si a esto se junta el ser verdadero, yo cantar�� la gala al vencimiento de haber acertado en cuanto te he dicho.
--Otra vez te he dicho, ni?a--respondi�� el don Juan que hab��a de ser Andr��s Caballero--, que en todo aciertas sino en el temor que tienes que no debo de ser muy verdadero; que en esto te enga?as, sin alguna duda; la palabra que yo doy en el campo, la cumplir�� en la ciudad y adonde quiera, sin serme pedida; pues no se puede preciar de caballero quien toca en el vicio de mentiroso. Mi padre te dar�� limosna por Dios y por m��; que en verdad que esta ma?ana di cuanto ten��a a unas damas.
Subi��, en esto, la gitana vieja, y dijo:
--Nieta, acaba; que es tarde, y hay mucho que hacer y m��s que decir.
--Por vida de Preciosita--#_dijo el padre de Andr��s_#--que bail��is un poco con vuestras compa?eras; aqu�� tengo un dobl��n de oro de a dos caras, que ninguna es como la vuestra, aunque son de dos reyes.
Apenas hubo o��do esto la vieja cuando dijo:
--Ea, ni?as, haldas en cinta y dad contento a estos se?ores.
Tom�� las sonajas Preciosa, y dieron sus vueltas, hicieron y deshicieron todos sus lazos, con tanto donaire y desenvoltura, que tras los pies se llevaban los ojos de cuantos las miraban, especialmente los de Andr��s, que as�� se iban entre los pies de Preciosa como si all�� tuvieran el centro de su gloria.
Despidi��ronse las gitanas, y al irse dijo Preciosa a don Juan:
--Mire, se?or: cualquiera d��a desta semana es pr��spero para partidas, y ninguno es aciago; apresure el irse lo m��s presto que pudiere; que le aguarda una vida ancha, libre y muy gustosa, si quiere acomodarse a ella.
--No es tan libre la del soldado, a mi parecer--respondi�� don Juan--, que no tenga m��s de sujeci��n que de libertad; pero, con todo esto, har�� como viere.
--M��s ver��is de lo que pens��is--respondi�� Preciosa---, y Dios os lleve y traiga con bien, como vuestra buena presencia merece.
Con estas ��ltimas palabras qued�� contento Andr��s, y las gitanas se fueron content��simas. Trocaron el dobl��n, reparti��ronle entre todas igualmente, aunque la vieja guardiana llevaba siempre parte y media de lo que se juntaba, as�� por la mayoridad, como por ser ella el aguja por quien se guiaban en el maremagno de sus bailes, donaires, y aun de sus embustes.
Lleg��se, en fin, el d��a que Andr��s Caballero se apareci�� una ma?ana en el primer lugar de su aparecimiento, sobre una mula de alquiler, sin criado alguno; hall�� en ��l a Preciosa y a su abuela, de las cuales conocido, le recibieron con mucho gusto. El les dijo que le guiasen al rancho antes que entrase el d��a y con
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