Memorias de un vigilante | Page 6

José Alvarez
cuesta de una loma en marcha para San Luis.
?Aquel batallón fue mi hogar y fue mi escuela!
?Hoy, cuando lo veo desfilar por las calles, siempre con el aire marcial a que obliga la tradición del número, busco en vano el rostro tostado de aquellos que conmigo tiritaban en los fogones de la frontera, y ya no están!
?Queda sólo del tiempo viejo de las miserias sufridas en silencio, la gloriosa bandera deshilachada que tantas veces cuidé en largas horas de angustia y cuya vista hace latir todavía mi corazón como en aquellas, dichosas, en que, al regreso de una expedición arriesgada de la que muchos de los nuestros no volvían, era sacada para que el capellán dijera ante ella su misa por el eterno descanso de los que quedaban allá entre las sinuosidades de las sierras, en el triste cementerio aldeano o bajo el manto eterno de verdura de la pampa desierta y misteriosa!

VI
EL TUFO PORTE?O
Se había extinguido la última chispa de aquel incendio que, comenzando en la Plaza de la Victoria[38] se propagó por toda la República y estuvo a punto de hacer revivir las épocas de barbarie que el tiempo y la civilización habían muerto en nuestra patria, y auras de paz y de progreso corrían desde Jujuy hasta el Estrecho y desde los Andes al Atlántico.
Cumplido mi servicio, pulido mi espíritu hasta donde me había sido dado lograrlo y ansiando mezclarme al mundo de Buenos Aires, que hervía a mi alrededor y me atraía como atrae siempre lo desconocido, pedí mi baja y me separé del 6o; como quien dice, dejé mi casa, y en ella todos los halagos de mi juventud, todas mis afecciones de la vida.
Con mi baja en el bolsillo y con una carta de recomendación de mi coronel, me presenté al se?or don Marcos Paz[39], que era entonces él Jefe de Policía, en su despacho del Departamento viejo[40], que ocupaba lo que hoy es la Avenida de Mayo[41], frente a la Plaza de la Victoria.
?Cómo palpitaba mi corazón al encontrarme en el vasto salón, cuyas ventanas se abrían hacia la plaza, en el cual yo contemplaba el hervidero de gentes que me atraía!
?Oh!... ?Cuánta ilusión durante las largas horas de espera!
Aquellos hombres que pasaban afanosos, secándose el sudor de sus frentes, aquellos que con un cigarro en la boca caminaban despreocupados y tranquilos, yo los conocería en mi hora, yo sabría de las pasiones que los movían y de las esperanzas que los alentaban.
Y alguna, quizás, de esas preciosas mujeres que como en un relámpago pasaban en sus coches lujosos, deslumbrando mi vista, estaba destinada a apartarse conmigo, allá, a una casita lejana, en cuyo umbral modesto irían a morir sin rumores las olas tempestuosas que me azotaran en las horas de lucha.
Y luego mi vista recorría con asombro los muros del despacho, empapelados de color granate; los muebles tallados de los cuales no tenía la menor idea, y comparaba aquello--que yo creía la última expresión del lujo--con el destartalamiento de la carpa del coronel que, a nosotros, nos parecía suntuosa.
?Era el punto de comparación que teníamos para darnos cuenta de la magnificencia de los palacios encantados que en sus cuentos nos describía el trompa Gareca, aquel viejo veterano que recibió el Sol del Ecuador a las órdenes de San Martín, que fue asistente del general Paunero[42] en la guerra del Paraguay y que hoy duerme el sue?o del olvido en las soledades de Las Manzanas![43]
Cayó durante uno de aquellos combates homéricos del general Conrado Villegas[44], con el bravo Namuncurá[45], y allá se quedó... como se han quedado tantos--modestos y oscuros, de esos que cumplen el deber por el deber y a quienes los eunucos[46] de la acción y del pensamiento les llaman so?adores porque no pusieron, sobre todo, las exigencias de la bestia,--sin que la patria les recuerde, por más que le consagraron lo único que poseían: ?la vida!
De repente me sacó de mis sue?os y contemplaciones la voz del ordenanza, quien tocándome en el hombro, me decía:
--?Ahí está el jefe!... ?aproveche!

VII
MOSAICO CRIOLLO
Avanza hacia mí un hombre alto, delgado, de color pálido, ce?udo, pero en cuya fisonomía serena se leía algo de bondadoso que atraía:
--?Qué se le ofrece, paisano?
Solamente el Himno Nacional tiene notas comparables a las que yo encontré en esta frase sencilla me pareció ver el sol dentro de aquel salón oscuro.
--?Traigo esta carta para Usía...; es de mi coronel!
Rompió la cubierta, tomó la cartulina que contenía y luego de recorrerla, exclamó:
--?Diez a?os de servicio sin un arresto, y dos ascensos por acción de mérito!... ?Qué es lo que desea, sargento?
--?Querría servir con Usía en la policía!
--?Conoce bien la ciudad?
--No, se?or.
--?Bueno!... ?Ya se hará a la cancha![47]... Vea, no tengo sino puestos de vigilante; pero aquí, con buena conducta, se asciende pronto.
--Está bien, se?or.
Y diez minutos después recibía mi ropa en
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 33
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.