de referirmelos.
MANFREDO.
iBien! por cruel que sea para mi esta confesion, hablara mi dolor.
Desde mi juventud, mi espiritu no estaba de acuerdo con las almas de los hombres, y no podia mirar la tierra con amor. La ambicion que devoraba a los demas me era desconocida; su objeto no era el mio ... mis placeres, mis penas, mis pasiones y mi caracter me hacian parecer un estrano en medio del mundo. Aunque revestido de la misma forma de carne que las criaturas que me rodean, no sentia ninguna simpatia por ellas ... una sola ... pero yo hablare de ella luego.
Mis placeres eran el ir en medio de los desiertos a respirar el aire vivo de las montanas cubiertas de hielo, sobre cuya cumbre los pajaros no se hubieran atrevido a construir su nido, y en donde el granito desnudo de yerbas se ve desierto de los insectos alados. Gustaba de atravesar las aguas de los torrentes furiosos, o de volar sobre las olas del Oceano iracundo; me encontraba ufano de ejercitar mi fuerza contra los corrientes rapidas; gustaba durante la noche de observar la marcha silenciosa de la luna y el curso brillante de las estrellas; miraba fijamente los relampagos durante las tempestades hasta tanto que mis ojos quedasen deslumbrados, o bien escuchaba la caida de las hojas cuando los vientos del otono venian a despojar los bosques. Tales eran mis placeres, y tal era mi amor por la soledad, que si los hombres, de quienes me afligia el ser hermano, se encontraban a mi paso, me sentia humillado y degradado, hasta no ser ya, como ellos, sino una criatura de barro.
En mis paseos delirantes descendia a la profundidad de las cavernas de la muerte para estudiar su causa en sus efectos, y desde los montones de huesos y del polvo de los sepulcros, me atrevia a sacar consecuencias criminales; consagre las noches en aprender las ciencias secretas olvidadas hace ya mucho tiempo. Gracias a mis trabajos y a mis desvelos, a las pruebas terribles y a las condiciones a que nos someten la tierra, los aires y los espiritus que despueblan el espacio y el infinito, familiarice mis ojos con la eternidad, como habian hecho en otros tiempos los magicos y el filosofo que invoco en su profundo retiro a Eros y a Anteros[2]. Con mi ciencia crecio mi ardiente deseo de aprender, mi poder y el enagenamiento de la brillante inteligencia que....
LA ENCANTADORA.
Acaba.
MANFREDO.
iAh! me complacia en detenerme estensamente sobre estos vanos atributos, porque cuanto mas me acerco del momento en que descubrire la llaga de mi corazon ... pero quiero proseguir: aun no te he nombrado, ni padre, ni madre, ni querida, ni amigo, con quienes me hallase unido por nudos humanos: padre, madre, querida, amigo, estos titulos no eran nada para mi; pero habia una muger....
LA ENCANTADORA.
Atrevete a acusarte a ti mismo: prosigue.
MANFREDO.
Se me parecia en lo esterior, en los ojos, en la cabellera, en sus facciones y aun en su metal de voz; pero en ella todo estaba suavizado y hermoseado por sus atractivos. Lo mismo que yo, tenia un amor decidido por la soledad, el gusto por las ciencias secretas y un alma capaz de abrazar al universo; pero tenia ademas la compasion, el don de los agasajos y de las lagrimas, una ternura ... que ella sola podia inspirarme, y una modestia que yo nunca he tenido. Sus faltas me pertenecen: sus virtudes eran todas suyas. Yo la amaba y le prive de la vida.
LA ENCANTADORA.
?Con tus propias manos?
MANFREDO.
iCon mis propias manos! no; fue mi corazon el que marchito el suyo y le destrozo. He derramado su sangre, pero no ha sido la suya. Su sangre ha corrido sin embargo, he vislo su pecho desgarrado y no he podido curar sus heridas.
LA ENCANTADORA.
?Es esto todo lo que tienes que decir? haciendo parte a pesar tuyo de una raza que tu desprecias, tu que quieres ennoblecerla elevandote hasta nosotros ipuedes olvidar los dones de nuestros conocimientos sublimes y caer en los bajos pensamientos de la muerte! no te reconozco.
MANFREDO.
iHija del aire! te protesto que, despues del dia fatal... Pero la palabra es un vano soplo, ven a verme en mi sueno, o a las horas de mis desvelos, ven a sentarte a mi lado; he cesado de estar solo, mi soledad se halla turbada por las furias. En mi rabia rechino los dientes mientras que la noche estiende sus sombras sobre la tierra, y desde la aurora hasta ponerse el sol no ceso de maldecirme. He invocado la perdida de mi razon como un beneficio, y no se me ha concedido: he arrostrado la muerte; pero en medio de la guerra de los elementos, los mares se han retirado a mi presencia. Los venenos han perdido toda su actividad; la mano helada de un demonio
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