Los pazos de Ulloa | Page 3

Emilia Pardo Bazán
conocía? No ciertamente en la tonsura, borrada por una selva de pelo gris y cerdoso, ni tampoco en la rasuración, pues los duros ca?ones de su azulada barba contarían un mes de antigüedad; menos aún en el alzacuello, que no traía, ni en la ropa, que era semejante a la de sus compa?eros de caza, con el aditamento de unas botas de montar, de charol de vaca muy descascaradas y cortadas por las arrugas. Y no obstante trascendía a clérigo, revelándose el sello formidable de la ordenación, que ni aun las llamas del infierno consiguen cancelar, en no sé qué expresión de la fisonomía, en el aire y posturas del cuerpo, en el mirar, en el andar, en todo. No cabía duda: era un sacerdote.
Aproximóse al grupo el jinete, y repitió la consabida pregunta:
--?Pueden ustedes decirme si voy bien para casa del se?or marqués de Ulloa?
El cazador alto se volvió hacia los demás, con familiaridad y dominio.
--?Qué casualidad!--exclamó--. Aquí tenemos al forastero..... Tú, Primitivo.... Pues te cayó la lotería: ma?ana pensaba yo enviarte a Cebre a buscar al se?or.... Y usted, se?or abad de Ulloa.... ?ya tiene usted aquí quien le ayude a arreglar la parroquia!
Como el jinete permanecía indeciso, el cazador a?adió:
--?Supongo que es usted el recomendado de mi tío, el se?or de la Lage?
--Servidor y capellán...--respondió gozoso el eclesiástico, tratando de echar pie a tierra, ardua operación en que le auxilió el abad--. ?Y usted...--exclamó, encarándose con su interlocutor--es el se?or marqués?
--?Cómo queda el tío? ?Usted... a caballo desde Cebre, eh?--repuso éste evasivamente, mientras el capellán le miraba con interés rayano en viva curiosidad. No hay duda que así, varonilmente desali?ado, húmeda la piel de transpiración ligera, terciada la escopeta al hombro, era un cacho de buen mozo el marqués; y sin embargo, despedía su arrogante persona cierto tufillo bravío y montaraz, y lo duro de su mirada contrastaba con lo afable y llano de su acogida.
El capellán, muy respetuoso, se deshacía en explicaciones.
--Sí, se?or; justamente.... En Cebre he dejado la diligencia y me dieron esta caballería, que tiene unos arreos, que vaya todo por Dios.... El se?or de la Lage, tan bueno, y con el humor aquél de siempre.... Hace reír a las piedras.... Y guapote, para su edad.... Estoy reparando que si fuese su se?or papá de usted, no se le parecería más.... Las se?oritas, muy bien, muy contentas y muy saludables.... Del se?orito, que está en Segovia, buenas noticias. Y antes que se me olvide....
Buscó en el bolsillo interior de su levitón, y fue sacando un pa?uelo muy planchado y doblado, un Semanario chico, y por último una cartera de tafilete negro, cerrada con elástico, de la cual extrajo una carta que entregó al marqués. Los perros de caza, despeados y anhelantes de fatiga, se habían sentado al pie del crucero; el abad picaba con la u?a una tagarnina para liar un pitillo, cuyo papel sostenía adherido por una punta al borde de los labios; Primitivo, descansando la culata de la escopeta en el suelo, y en el ca?ón de la escopeta la barba, clavaba sus ojuelos negros en el recién venido, con pertinacia escrutadora. El sol se ponía lentamente en medio de la tranquilidad oto?al del paisaje. De improviso el marqués soltó una carcajada. Era su risa, como suya, vigorosa y pujante, y, más que comunicativa, despótica.
--El tío--exclamó, doblando la carta--siempre tan guasón y tan célebre.... Dice que aquí me manda un santo para que me predique y me convierta.... No parece sino que tiene uno pecados: ?eh, se?or abad? ?Qué dice usted a esto? ?Verdad que ni uno?
--Ya se sabe, ya se sabe--masculló el abad en voz bronca.... Aquí todos conservamos la inocencia bautismal.
Y al decirlo, miraba al recién llegado al través de sus erizadas y salvajinas cejas, como el veterano al inexperto recluta, sintiendo allá en su interior profundo desdén hacia el curita barbilindo, con cara de ni?a, donde sólo era sacerdotal la severidad del rubio entrecejo y la compostura ascética de las facciones.
--?Y usted se llama Julián álvarez?--interrogó el marqués.
--Para servir a usted muchos a?os.
--?Y no acertaba usted con los Pazos?
--Me costaba trabajo el acertar. Aquí los paisanos no le sacan a uno de dudas, ni le dicen categóricamente las distancias. De modo que....
--Pues ahora ya no se perderá usted. ?Quiere montar otra vez?
--?Se?or! No faltaba más.
--Primitivo--ordenó el marqués--, coge del ramal a esa bestia.
Y echó a andar, dialogando con el capellán que le seguía. Primitivo, obediente, se quedó rezagado, y lo mismo el abad, que encendía su pitillo con un misto de cartón. El cazador se arrimó al cura.
--?Y qué le parece el rapaz, diga? ?Verdad que no mete respeto?
--Boh.... Ahora se estila ordenar miquitrefes.... Y luego mucho de alzacuellitos, guantecitos, perejiles con escarola.... ?Si yo fuera el arzobispo, ya les daría el demontre de los guantes!

-II-
Era noche cerrada, sin
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 107
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.