Las inquietudes de Shanti Andia | Page 2

Pío Baroja
p��ginas de mi libro. Estas cuartillas est��n escritas en distintas ��pocas de mi vida y con diferentes estados de ��nimo. El sentimiento ha sido sincero; la forma, seguramente, poco h��bil. Mi p��blico creo que no me reprochar�� mi falta de atildamiento. M��s que para los j��venes cr��ticos del casino de L��zaro, escribo para mis amigos del Guezurrechape de Cay luce (El mentidero del Muelle largo).
Soy un marino poco culto, un rudo marino, como dicen en los folletines y melodramas, y de m�� no hay que esperar los perfiles literarios de un profesor de ret��rica.

II
EL MAR ANTIGUO
He tenido fama de indolente y optimista, de indiferente y ap��tico. Basta poseer una reputaci��n cualquiera, buena o mala, para que las personas conocidas por uno vayan poniendo su piedra en el monumento de valor o de cobard��a, de ingenio o de brutalidad, asignado a cada uno.
Esta colaboraci��n espont��nea adorna los grandes hechos y los grandes caracteres. El uno insin��a: ?Podr��a ser?; el otro a?ade: ?Se dice?; un tercero agrega: ?Ocurri�� asi?, y el ��ltimo asegura: ?Lo he visto....? De este modo se va formando la historia, que es el follet��n de las personas serias.
Seg��n la gente de mi pueblo, la indolencia m��a ha sido de esas extraordinarias: borrascas, tempestades, rayos, truenos, nada ha logrado sacarme de mi pasividad habitual.
Se han inventado an��cdotas acerca de mi frialdad y de mi indiferencia. Una vez, un juramentado de Filipinas vino a m��, con el yatag��n levantado, a cortarme la cabeza; yo le mir�� y bostec�� de fastidio.
Es indudable que el fondo m��o de pereza, de indolencia, ha dado p��bulo a estas historias, no lo niego; lo inaudito para mis panegiristas o para mis detractores ser��a si oyeran que con frecuencia me lamento de mi manera de ser. ?De no tener mayor actividad? ?De no tener m��s esp��ritu de empresa?
No, de todo lo contrario. Ciertamente es una demostraci��n de mi naturaleza c��nica e inmoral; pero la verdad ante todo.
La mayor��a de los hombres se sienten muy orgullosos de su constancia, de la permanencia de sus prop��sitos. Son consecuentes como el acero de una br��jula rota o enmohecida, y esto les parece una gran virtud.
Saben ad��nde van, de d��nde vienen. Cada paso en el camino de la vida lo llevan contado y calculado.
Si les escuchamos, nos dir��n: ?No nos detengamos a contemplar el mar o las estrellas; no hay que distraerse. El camino espera. Corremos el peligro de no llegar al fin?.
?El fin! ?Qu�� ilusi��n! No hay fin en la vida. El fin es un punto en el espacio y en el tiempo, no m��s trascendental que el punto precedente o el s��guiente.
Debe ser grande el asombro de esos hombres discretos, previsores y sensatos, al ver a muchos que, sin preocuparse gran cosa por las revueltas del camino, van llevados en alas de la suerte por iguales derroteros que ellos, y que tienen, ?los insensatos!, adem��s de la satisfacci��n de conseguir un fin, cuando lo consiguen, el placer de mirar a un lado y a otro de su ruta y de ver c��mo sale el sol y se pone el sol, y c��mo brotan las estrellas en el cielo de las noches serenas.
[Ilustraci��n]
La preocupaci��n por conseguir un fin nos intranquiliza a todos los hombres, aun a los m��s desaprensivos, aun a los m��s indolentes, y yo, por mi parte, hubiera deseado vivir todavia m��s en cada hora, en cada minuto, sin la nostalgia del pasado ni la ansiedad por el porvenir.
Este deseo es consecuencia de mi fondo de epicurismo y de la decantada indolencia que tanto me han reprochado, y que, sin duda, desarrolla y exagera la vida del marino.
Realmente, el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantas��a y nuestra voluntad. Su infinita monoton��a, sus infinitos cambios, su soledad inmensa nos arrastran a la contemplaci��n.
Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta ident��ficarla con la Naturaleza.
Queremos comprender al mar, y no le comprendemos; queremos hallarle una raz��n, y no se la hallamos. Es un monstruo, una esfinge incomprensible; muerto es el laboratorio de la vida, inerte es la representaci��n de la constante inquietud. Muchas veces sospechamos si habr�� en ��l escondido algo como una lecci��n; en momentos se figura uno haber descifrado su misterio; en otros, se nos escapa su ense?anza y se pierde en el reflejo de las olas y en el silbido del viento.
Todos, sin saber por qu��, suponemos al mar mujer, todos le dotamos de una personalidad instintiva y cambiante, enigm��tica y p��rfida.
En la Naturaleza, en los ��rboles y en las plantas hay una vaga sombra de justicia y de bondad; en el mar, no: el mar nos sonr��e, nos acaricia, nos amenaza, nos aplasta caprichosamente.
Si a uno le coge mozo como a m��, le moldea de
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 107
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.