?Qué significa esa triste sonrisa?
--No me atrevo a hablar--murmuró Catalina suspirando--. Puede que traicionara un secreto que mi pobre amiga quiere mantener oculto; pero, creedme, se?or intendente, vuestro despecho no es fundado. Si pudierais leer en el corazón de Marta, quizá reconoceríais a vuestra vez hasta qué punto vuestro espíritu se aleja de la verdad.
--Sí, vais a contarme otra vez la misma canción; pero es inútil. No os imagináis su conducta para conmigo; no veis su frialdad despreciativa. Es preciso que se marche del castillo, mi tranquilidad exige que se vaya; no quiero dejarme despreciar por alguien que, a no ser por mí, no hubiera puesto nunca los pies en Orsdael.
--?Y si su frialdad no fuera más que una simulación para ocultar un sentimiento que se reprocha a sí misma?
--?Un sentimiento que se reprocha a sí misma!--repitió Mathys sorprendido--. ?Un sentimiento de amor?
--Así parece.
--?Por quién?
--?Ah! ése es mi secreto.
--Os reís seguramente, Catalina. Pero es igual, acortad un poco el paso. Explicadme lo que creéis saber.
La campesina fingió asustarse de una revelación importante. Se detuvo, miró a su rededor para ver si nadie los escuchaba, y dijo con voz vacilante:
--Yo no sé si hago bien en tratar de penetrar lo que pasa en el corazón de mi amiga; pero también a vos os debo considerar y no quiero dejaros en un error que os entristece. Debéis saber que Marta tiene principios muy severos respecto de la virtud de las mujeres, y que, su corazón es todavía puro y sencillo como el de una ni?a de veinte a?os.
--?Cómo! pretenderíais hacerme creer...
--Es muy natural, se?or. Ha sido criada en un convento y no salió de él más que para casarse con un hombre viejo ya, que ella no conocía casi. Su marido murió poco tiempo después. ?Os dais cuenta? Es como si no hubiese estado casada nunca.
--Pero eso, ?qué tiene que ver conmigo? Sed más clara; ?adónde queréis llegar?
--Hago cuanto puedo, se?or, para que adivinéis lo que no me atrevo a deciros abiertamente. Escuchad todavía un momento con paciencia, os lo ruego... Quizá ya lo hayáis olvidado; pero cuando se es joven o se conserva el corazón joven, hay momentos en la vida en que se sue?a noche y día, en que la misma imagen está sin cesar ante nuestros ojos, en que se lucha en vano contra un sentimiento que se quería sofocar, pero cuyo poder nos domina con una tiranía implacable. Entonces uno se vuelve triste, y la persona cuya presencia nos impresiona es aquella a que demostramos frialdad para ocultarle el secreto de nuestra debilidad.
Catalina, a propósito, había hablado lentamente y en tono misterioso. Quería hacer impresión en el espíritu de Mathys, y despertar en su corazón, por medio de palabras ambiguas, una esperanza que fuera un obstáculo a la partida de Marta. Parecía haber ya conseguido en parte su objeto, porque una sonrisa había plegado los labios del intendente, y durante algún tiempo bajó los ojos con aire pensativo. Sin embargo, sacudió de nuevo la cabeza con desconfianza.
--?Qué significa esto?...--dijo irónicamente--. Esas sólo son conjeturas que no prueban nada. ?Sabéis acaso algo más? ?Por qué os detenéis a medio camino? Acabad de una vez.
--Pues bien, el hombre cuya imagen está siempre delante de sus ojos, el hombre que ha interesado tan profundamente su corazón, el hombre a quien ama con toda la fuerza tímida de su primer amor...
--?Acabad, pues!
--?Si fuerais vos, se?or intendente?
--?Yo? ?Bah! ?es imposible!--exclamó Mathys, que ocultaba con pena su emoción y fingió completa incredulidad para arrancar a Catalina el secreto cuya revelación debía colmarle de alegría--. ?Marta no es insensible a mi amistad? Vamos, hablemos claramente. ?Marta me ama? ?Os lo ha dicho?
--Una mujer, una mujer honesta y pura como Marta, nunca dice semejantes cosas...
--?Cómo podéis saberlo entonces?
--El aya tiene mucha confianza en mí, se?or; harto he comprendido por sus palabras que su espíritu es presa de una pasión secreta. Y como siempre habla de vuestra amabilidad y de vuestra amistad, creo poder deducir que es en vos en quien piensa.
Una sonrisa irónica apareció en los labios de Mathys, aunque creyera interiormente en la sinceridad de Catalina, y aunque estuviera inclinado a embriagarse en la esperanza halagadora que, por cálculo, ella le había hecho sorber gota a gota.
--?De manera que ella no os ha dicho nada?--preguntó con expresión indiferente--. Eso no es más que una sospecha. Seguid vuestro camino, Catalina; tengo que ir hasta la aldea, pero no camino tan ligero como vos.
Entristecida por el fracaso aparente de su tentativa, Catalina le dijo con voz suplicante:
--Puedo preguntaros, se?or intendente, ?qué es lo que habéis decidido respecto de mi amiga? ?Ah, tenedle compasión! Si le quitáis vuestra generosa protección no tendrá ningún recurso de vida, y quizá se vea reducida a ser sirvienta en una casa humilde. ?Una mujer de nacimiento tan distinguido, y tan bien educada!
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