La Regenta | Page 5

Leopoldo Alas
caminos corre a su desenlace el problema de do?a Ana de Ozores, el cual no es otro que discernir si debe perderse por lo clerical o por lo laico. El modo y estilo de esta perdici��n constituyen la obra, de un sutil parentesco simb��lico con la historia de nuestra raza. Ver�� tambi��n el lector que _Clar��n_, obligado en el asunto a escoger entre dos males, se decide por el mal seglar, que siempre es menos odioso que el mal eclesi��stico, pues trat��ndose de dar la presa a uno de los dos diablos que se la disputan, natural es que sea postergado el que se visti�� de sotana para sus audaces tentaciones, ultrajando con su vestimenta el sacro dogma y la dignidad sacerdotal. Dejando, pues, el asunto a la curiosidad y al inter��s de los lectores, s��lo mencionar�� los caracteres, que son el principal m��rito de la obra, y lo que le da condici��n de duradera. La de Ozores nos lleva como por la mano a D. ��lvaro de Mes��a, acabado tipo de la corrupci��n que llamamos de buen tono, arist��crata de raza, que sabe serlo en la capital de una regi��n hist��rica, como lo ser��a en Madrid o en cualquier metr��poli europea; hombre que posee el arte de hacer amable su conducta viciosa y aun su tiran��a caciquil. ?Con que admirable fineza de observaci��n ha fundido Alas en este personaje las dos naturalezas: el cotorr��n guapo de buena ropa y el jefe provinciano de uno de estos partidos circunstanciales que representan la vida presente, el poder f��cil, sin ning��n ideal ni miras elevadas! Ambas naturalezas se compenetran, formando la aleaci��n m��s eficaz y pr��ctica para grandes masas de distinguidos, que aparentan energ��a social y s��lo son materia inerte que no sirve para nada.
De D. ��lvaro, f��cil es pasar a la gran figura del Magistral D. Ferm��n de Pas, de una complexi��n est��tica formidable, pues en ella se sintetizan el poder fisiol��gico de un temperamento nacido para las pasiones y la dura armaz��n del celibato, que entre planchas de acero comprime cuerpo y alma. D. Ferm��n es fuerte, y al mismo tiempo meloso; la teolog��a que atesora en su esp��ritu acaba por resolv��rsele en reservas mundanas y en transacciones con la realidad f��sica y social. Si no fuera un abuso el descubrir y revelar simbolismos en toda obra de arte, dir��a que Ferm��n de Pas es m��s que un cl��rigo, es el estado eclesi��stico con sus grandezas y sus desfallecimientos, el oro de la espiritualidad inmaculada cayendo entre las impurezas del barro de nuestro origen. Todas las divinidades formadas de tejas abajo acaban siempre por rendirse a la ley de la flaqueza, y lo ��nico que a todos nos salva es la humildad de aspiraciones, el arte de poner l��mites discretos al camino de la imposible perfecci��n, content��ndonos con ser hombres en el menor grado posible de maldad, y dando por cerrado para siempre el ciclo de los santos. En medio de sus errores, Ferm��n de Pas despierta simpat��a, como todo atleta a quien se ve luchando por sostener sobre sus espaldas un mundo de exorbitante y abrumadora pesadumbre. Hermosa es la pintura que Alas nos presenta de la juventud de su personaje, la tremenda lucha del coloso por la posici��n social, elegida erradamente en el terreno lev��tico, y con ��l hace gallarda pareja la vigorosa figura de su madre, modelada en arcilla grosera, con formas impresas a pu?etazos. Las p��ginas en que esta mujer medio salvaje dirige a su cr��a por el camino de la posici��n con un cari?o tan rudo como intenso y una voluntad feroz, son de las m��s bellas de la obra.
Completan el admirable cuadro de la humanidad vetustense el D. V��ctor Quintanar, cumplido caballero con vislumbres calderonianas, y su compa?ero de empresas cineg��ticas el gracios��simo _Fr��gilis_; los marqueses de Vegallana y su hijo, tipos de encantadora verdad; las pizpiretas se?oras que componen el femenil reba?o eclesi��stico; los can��nigos y sacristanes y el prelado mismo, ap��stol ingenuo y orador fogoso. No debemos olvidar a Carraspique ni a Barinaga, ni al gracios��simo ateo, ni a la turbamulta de figuras secundarias que dan la total impresi��n de la vida colectiva, heterog��nea, con picantes matices y espl��ndida variedad de acentos y fisonom��as. Bien quisiera no concretar el presente art��culo al examen de La Regenta, extendi��ndome a expresar lo que siento sobre la obra entera de Leopoldo Alas; pero esto ser��a trabajo superior a mis cortas facultades de cr��tico, y adem��s rebasar��a la medida que se me impone para esta limitada prefaci��n. Escribo tan s��lo un juicio formado en los d��as de la primera salida de la hermosa novela, y lo que intent�� decir entonces, tributando al compa?ero y amigo el debido homenaje, lo digo ahora, seguro de que en esta manifestaci��n tard��a el tiempo avalora y aquilata mi sinceridad. Pero
Continue reading on your phone by scaning this QR Code

 / 380
Tip: The current page has been bookmarked automatically. If you wish to continue reading later, just open the Dertz Homepage, and click on the 'continue reading' link at the bottom of the page.