parecer, que por no haber usado de aquella facultad legal, gravitan sobre usted los compromisos que afectan la sucesión, aun cuando excedan á su valor. Por lo tanto, tengo hoy el penoso deber de decirle que éste es precisamente el caso en que usted se encuentra. Como se puede ver, en este legajo consta perfectamente que después de vender su finca, bajo condiciones inesperadas, quedarán todavía usted y su hermana adeudando á los acreedores de su se?or padre, la suma de cuarenta y cinco mil francos.
Quedé verdaderamente aterrado con esta noticia, que excedía á mis más avanzados cálculos. Durante un minuto presté una atención embrutecida al ruido monótono del péndulo en que fijé mis ojos sin miradas.
--Ahora--continuó el se?or Laubepin, después de un corto silencio,--ha llegado el momento de decirle, se?or marqués, que su se?ora madre, en previsión de las eventualidades que por desgracia se realizan hoy, me confió en depósito algunas alhajas cuyo valor se ha estimado en unos cincuenta mil francos. Para impedir que esta corta cantidad, su único recurso en adelante, pase á manos de los acreedores de la testamentaría, podemos usar, yo lo creo así, del subterfugio legal que voy á tener el honor de exponerle.
--Es enteramente inútil, se?or; me considero muy dichoso en poder, con el auxilio de esa cantidad que no esperaba, saldar íntegramente las deudas de mi padre, y le ruego le dé esa inversión.
El se?or Laubepin se inclinó ligeramente.
--Sea--dijo,--pero me es imposible dejar de observar, se?or marqués, que una vez hecho este pago con el depósito que está en mi poder, no les quedará por toda fortuna, á la se?orita Elena y á usted, más que cuatro ó cinco mil libras, las cuales, al interés actual, les darán una renta de 225 francos. Sentado esto, séame permitido, se?or marqués, preguntarle confidencial, amigable y respetuosamente, si ha arbitrado usted algún medio de asegurar su existencia y la de su hermana y pupila, y cuáles son sus proyectos.
--Yo no tengo ninguno, se?or, se lo confieso; todos los que había podido formar, son inconciliables con el estado á que me veo reducido. Si yo fuera solo en el mundo, me haría soldado; pero tengo á mi hermana; no puedo tolerar la idea de ver á la pobre ni?a sometida al trabajo y reducida á las privaciones. Ella vive dichosa en su convento; es bastante joven para permanecer allí algunos a?os, yo aceptaría de todo corazón cualquier ocupación que me permitiera, reduciéndome á la mayor estrechez, ganar cada a?o el precio de la pensión de mi hermana y reunirle un dote para el porvenir.
El se?or Laubepin me miró con fijeza.--Para alcanzar tan honorable objeto--contestóme--no debe usted pensar, se?or marqués, en entrar, á su edad, en la trillada carrera de la administración pública, y de las funciones oficiales. Le convendría un empleo que le asegurase, desde luego, cinco ó seis mil francos anuales de renta. Debo decirle que en el estado de nuestra organización social no basta estirar la mano para alcanzar este desideratum pero afortunadamente tengo que comunicarle algunas proposiciones que le conciernen y cuya naturaleza puede modificar desde ahora, y sin gran esfuerzo, su situación.
--El se?or Laubepin fijó en mí sus ojos con una atención más penetrante que nunca y continuó.
--En primer lugar, se?or marqués, seré para usted el órgano de comunicación de un especulador hábil, rico é influyente; este personaje ha concebido la idea de una empresa de consideración, cuya naturaleza le explicaré en seguida y que fracasará si no le presta su concurso particular la clase aristocrática de este país. él cree que si un nombre antiguo é ilustre como el de usted, figurase en la lista de los miembros fundadores de la empresa, llegaría á ganarse simpatías en las clases del público especial á quien el prospecto se dirige. En vista de esta ventaja, le ofrece á usted, desde luego, lo que se llama comúnmente una prima, es decir, diez acciones á título gratuito, cuyo valor estimado desde este momento en diez mil francos, es verosímil que se triplicará con el éxito de la operación. Además...
--Basta, se?or; semejantes ignominias no valen el trabajo que se toma al formularlas.
Vi brillar repentinamente los ojos del anciano bajo sus espesas cejas como si una chispa se hubiera desprendido de ellos. Una débil sonrisa desplegó las rígidas arrugas de su rostro.
--Si la proposición no le agrada se?or Marqués--dijo tartajeando,--á mí tampoco me gusta; á pesar de todo, he creído de mi deber indicársela. He aquí otra que tal vez le agradará más, y que de cierto es más aceptable. Entre mis más antiguos clientes cuento, se?or, á un honrado comerciante retirado, poco ha, de los negocios, que vive holgadamente en compa?ía de una hija única, á la que adora como es natural, y que goza de una aurea mediocritas que avalúo en veinticinco mil libras de
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