La Montaña | Page 5

Elíseo Reclus

de las rocas y se unen en quebradas, las cuales convergen á un círculo,
desde donde, por una serie escalonada de desfiladeros y de hoyas,
corren las nieves y bajan las aguas del valle.
Allí, en un suelo pendiente apenas, ya aparecen los prados, los grupos
de árboles domésticos, los caseríos. Por todas partes se inclinan las
cañadas, ya de gracioso, ya de severo aspecto, hacia el valle principal.
Desaparece éste más allá de un codo lejano, pero si se ha dejado de ver
su fondo se adivina, á lo menos, su forma general, así como sus
contornos, por las lineas más ó menos paralelas que dibujan los perfiles
de las estribaciones. En su conjunto, puede compararse el valle con sus
innumerables ramificaciones que penetran por todas partes en el
espesor de la montaña, á los árboles, cuyos millares de ramas se
dividen y subdividen en delicadas fibrillas. La forma del valle y de su
red de cañadas es la mejor base para darse cuenta del verdadero relieve
de las montañas que separa.
Desde las cumbres en que la vista se cierne más libremente por el
espacio, también se ven numerosas cimas que se comparan unas con
otras, y que se hacen comprender mutuamente. Por encima del
contorno sinuoso de las alturas que se elevan al otro lado del valle, se
vislumbra en lontananza otro perfil de montaña, azulada ya; después,
más allá aún, tercera y hasta cuarta serie de montes cerúleos. Esas filas

de montes, que van á unirse á la gran cresta de las cumbres principales,
son vagamente paralelas no obstante ser dentadas, y ora se aproximan,
ora se alejan aparentemente, según el juego de las nubes y el andar del
sol.
Dos veces al día se desarrolla incesantemente el inmenso cuadro de las
montañas, cuando los rayos oblicuos de las auroras y los ocasos dejan
en la sombra los planos sucesivos vueltos hacia la obscuridad y bañan
en claridad los que miran hacia la luz. Desde las más lejanas cimas
occidentales á las que apenas se columbran en occidente, hay una
escala armoniosa de todos los colores y matices que puedan nacer al
brillar del sol en la transparencia del aire. Entre esas montañas hay
algunas que pudieran borrarse con un soplo, tan leves son sus torsos,
tan delicadamente están dibujados sus trazos en el fondo del cielo.
Elévese ligero vapor, fórmese una bruma imperceptible en el horizonte,
déjese venir el sol, inclinándose, por la sombra, y esas hermosas
montañas, esos ventisqueros, esas pirámides, se desvanecerán
gradualmente, ó en un abrir y cerrar de ojos. Las contemplábamos en
todo su esplendor, y cátate que han desaparecido del cielo; no son más
que un sueño, una incierta memoria.

CAPÍTULO III
#La roca y el cristal#
La roca dura de las montañas, lo mismo que la que se extiende por
debajo de las llanuras, está, recubierta casi completamente por una capa
cuya profundidad varía, de tierra vegetal y de diferentes plantas. Aquí
son bosque; allá malezas, brezos, mirtos ó juncos; acullá, y en mayor
extensión, el césped corto de los pastos. Hasta donde la roca parece
desnuda y brota en agujas ó se yergue en paredes, cubren la piedra
líquenes amarillos, rojos ó blancos, que dan á veces la misma
apariencia á rocas de muy distinto origen. Únicamente en las regiones
frías de la cumbre al pie de los ventisqueros, al borde de las nieves, se
muestra la piedra bajo cubierta vegetal que la disfraza. Granitos, piedra
caliza y asperón parecen al viajero distraído de una misma y única
formación.
Sin embargo, grande es la diversidad de las rocas; el minerálogo que
recorre las montañas martillo en mano, puede recoger centenares y
millares de piedras diferentes por el aspecto y la estructura íntima.

Unas son de grano igual en toda su masa; otras están compuestas de
partes diversas y contrastan por la forma, el color y el brillo; las hay
con manchas, con rayas y con pintas; las hay translúcidas, transparentes
y opacas. Unas están erizadas de cristalizaciones regulares; otras
adornadas con arborizaciones semejantes á grupos de tamarindos ú
hojas de helecho. Todos los metales se encuentran en las piedras, ya en
estado puro, ya mezclados unos con otros. Ora aparecen en cristales ó
en nódulos, ora con simples irisaciones fugitivas, semejante á los
reflejos brillantes de la pompa de jabón. Hay además los innumerables
fósiles, animales ó vegetales que contiene la roca, y cuya impresión
conserva. Hay tantos testigos diferentes de los seres que han vivido
durante la incalculable serie de los siglos pasados, como fragmentos
esparcidos existen.
Sin ser minerálogo ni geólogo de profesión, el viajero que sabe mirar,
ve perfectamente cuál es la maravillosa diversidad de las rocas que
constituyen la masa montañosa. Tal es el contraste entre las partes
diversas que constituyen el gran edificio, que
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