La Fontana de Oro | Page 5

Benito Pérez Galdós
entonces no existía. Los clubs, que comenzaron siendo cátedras elocuentes y palestra de la discusión científica, salieron del círculo de sus funciones propias aspirando á dirigir los negocios públicos, á amonestar á los gobiernos é imponerse á la nación. En este terreno fué fácil que las personalidades sucedieran á los principios, que se despertaran las ambiciones, y lo que es peor, que la venalidad, cáncer de la política, corrompiera los caracteres. Los verdaderos patriotas lucharon mucho tiempo contra esta invasión. El absolutismo, disfrazado con la máscara de la más abominable demagogia, socavó los clubs, los dominó y vendiólos al fin. Es que la juventud de 1820, llena de fe y de valor, fué demasiado crédula ó demasiado generosa. O no conoció la falacia de sus supuestos amigos, ó conociéndola, creyó posible vencerles con armas nobles, con la persuasión y la propaganda.
Una sociedad decrépita, pero conservando aún esa tenacidad incontrastable que distingue á algunos viejos, sostenía encarnizada guerra con una sociedad lozana y vigorosa llamada á la posesión del porvenir. En este libro asistiremos á algunos de sus encuentros.
Sigamos nuestra narración. Los curiosos se paraban ante la _Fontana_; salían los tenderos á las puertas; el barbero Calleja, que se hacía llamar ciudadano Calleja, estaba también en su puerta pasando una navaja, y contemplando el club y á sus parroquianos con una mirada presuntuosa, que quería decir: "si yo fuera allá...."
Algunas personas se acercaron á la barbería formando corro alrededor del maestro. Uno llegó muy presuroso, y preguntó:
"?Qué hay? ?Ocurre algo?"
Era el recién venido uno de esos individuos de edad indefinible, de esos que parecen viejos ó jóvenes, según la fuerza de la luz ó la expresión que dan al semblante.
Su estatura era peque?a, y tenía la cabeza casi inmediatamente adherida al tronco, sin más cuello que el necesario para no ser enteramente jorobado. El abdomen le abultaba bastante, y generalmente cruzaba las manos sobre él con movimiento de cari?osa conservación. Sus ojos eran medio cerrados y peque?os, pero muy vivos, formando armoniosa simetría con sus labios delgados, largos y elásticos, que en los momentos más ardorosos de la conversación avanzaban formando un tubo acústico que daba á su voz intensidad extraordinaria. A pesar de su traje seglar, había en este personaje no sé qué de frailuno. Su cabeza parecía hecha pura la redondez del cerquillo, y ancho gabán que envolvía su cuerpo, más que gabán, parecía un hábito. Tenía la voz muy destemplada y acre; pero sus movimientos eran sumamente expresivos y vehementes.
Para concluir, diremos que este hombre se llamaba Gil de nombre y Carrascosa de apellido; educáronle los frailes agustinos de Móstoles, y ya estaba dispuesto para profesar, cuando se marchó del convento, dejando á los Padres con tres palmos de boca abierta. A fines de siglo logró, por amistades palaciegas, que le hicieran abate; mas en 1812 perdió el beneficio, y depuso el capisayo. Desde entonces fué ardiente liberal hasta la vuelta de Fernando, en que sus relaciones con el favorito Alagón le proporcionaron un destino de covachuelista con diez mil reales. Entonces era absolutista decidido; pero la Jura de la Constitución por Fernando en 1820 le hizo variar de opiniones hasta el punto de llegar á alistarse en la sociedad de los Comuneros y formar pandilla con los más exaltados. Cuando tengamos ocasión de penetrar en la vida privada de Carrascosa, sabremos algunos detalles de cierta aventura con una beldad quinta?ona de la calle de la Gorguera, y sabremos también los malos ratos que con este motivo le hizo pasar cierto estudiantillo, poeta clásico, autor de la nunca bien ponderada tragedia de los Gracos.
"?Pues no ha de ocurrir?--dijo Calleja.--Hoy tenemos sesión extraordinaria en la Fontana. Se trata de pedir al Rey que nombre un Ministerio exaltado, porque el que está no nos gusta. Tendremos discurso de Alcalá Galiano.
--Aquel andaluz feo...
--Si, ese mismo. El que el mes pasado dijo: _No haya perdón ni tregua para los enemigos de la libertad. ?Qué quieren esos espíritus obscuros, esos...?_ Y por aquí seguía con un pico de oro....
--Ya les dará que hacer--observó Carrascosa--?Qué elocuencia! ?Qué talento el de ese muchacho!
--Pues yo, se?or don Gil--manifestó Calleja,--respetando la opinión de usted, para mi tan competente, diré...."
Y aquí tosió dos veces, emitió un par de gru?idos por vía de proemio, y continuó:
"Diré que, aunque admiro como el que más las dotes del joven Alcalá Galiano, prefiero á Romero Alpuente, porque es más expresivo, más fuerte, más ... pues. Dice todas las cosas con un arranque ... por ejemplo, aquello de ?_al que quiera hierro, hierro_! y aquello de ?_no buscan los tiranos su apoyo en la vara de la justicia; búscanle en los maderos del cadalso, en el hombro deshonrado del verdugo_! Si le digo á usted que es un....
--Pues yo--contestó el ex abate,--aunque admiro también á Romero Alpuente, prefiero á Alcalá Galiano, porque es
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